Continuando por las espectaculares carreteras de la isla nos fuimos acercando hasta la zona costera del sur de Islandia. Una vez que regresamos a la ring road, en apenas unas decenas de kilómetros, ya pudimos vislumbrar las Islas Vestman, señal de que nos encontrábamos muy cerca de nuestras siguientes visitas, la catarata de Seljalandfoss y la zona del Volcán Katla. El archipiélago consta de dos islas habitadas de mayor tamaño y una serie de islas menores e islotes, algunos de los cuales alberga grandes colonias de "puffins", conocidos comúnmente por nosotros como frailecillos, y que es el ave nacional de Islandia. Antes de llegar a la catarata hicimos un parada en un pequeño restaurante perdido en mitad de la nada para tomar un café calentito, y de paso ya curioseamos la carta de los platos del restaurante, mezcla de pizzas, productos islandeses, quesos y pastas, y además a un precio muy ajustado que es algo inusual en la cara Islandia.
La catarata de Seljalandfoss está a unos pocos cientos de metros de la ring road. Una de sus particularidades, y que la hace muy atractiva de visitar y hasta divertida, es la posibilidad de poder pasar por detrás del caudal de agua que cae desde lo alto del acantilado. El camino que lleva hasta la parte interior, y al que se accede mediante unos precarios escalones de madera, está permanentemente húmedo por lo que es recomendable mirar muy bien donde se pone el pie en cada paso que se da, y mantener especial cuidado con la brillante y resbaladiza roca húmeda. Por lo demás permanecer detrás de la catarata fue todo un espectáculo, y ver la caída del agua desde tan cerca hizo que nos hiciéramos una idea del gran volumen de agua que se precipita cada minuto. No es un fenómeno demasiado habitual poder pasar por detrás de una catarata.
Y como ya nos había ocurrido en las otras cataratas que habíamos visitado con anterioridad, ni siquiera el habernos pertrechado con chubasqueros evitó que acabáramos totalmente empapados. Esa fue la secuencia que vivimos durante casi todo el día, acabábamos empapados durante los paseos por las cascadas y cataratas, para después secarnos con la calefacción del coche, y vuelta a empezar de nuevo.
Resultó verdaderamente complicado mantener secas las cámaras fotográficas por mucho empeño que pusiera en ello. Fue una guerra constante, y a la postre perdida, intentar que las gotas de agua no acabaran invadiendo los objetivos de las mismas en ese ambiente de tanta humedad.
Justo al otro lado de la Catarata de Seljalandfoss, a no más de diez kilómetros se encuentra el famosísimo volcán islandés de nombre impronunciable, el volcán Eyjafjallajokull, aquel que en la primavera del año 2010 provocó el cierre de una gran parte del espacio aéreo en Europa, ocasionando un auténtico caos aeroportuario y que dejó tirado por los aeropuertos a cientos de miles de personas durante días. En esta ocasión permanecía dormido desde entonces, aunque sigue generando una preocupante actividad interior con lo que en cualquier momento puede volver a despertar. Resulta curioso que la erupción no tuvo lugar por el cráter, sino que se debió a fisura en una de sus laderas, muy lejos de la boca del cráter.
Cuando acabamos de visitar la Catarata de Seljalandfoss nos montamos de nuevo en nuestro todo terreno y nos pusimos en marcha por una de las carreteras de montaña que bordea el glaciar Mýrdals-jökull bajo el que está uno de los volcanes más poderosos de Islandia, el Volcán Katla. En Islandia hablar de carreteras de montaña es lo mismo que de pistas de piedras y tierra suelta donde es imprescindible el uso de un vehículo todo terreno, y donde, además de divertido, es totalmente necesario extremar las precauciones a la hora de conducir por ellas. A medida que avanzábamos por la pista de tierra el paisaje se iba volviendo de una belleza sobrecogedora pero, desafortunadamente para nosotros, también iba cayendo una espesa niebla y las nubes se desplomaban cubriendo poco a poco las cumbres de las montañas, desbaratando definitivamente los planes de acercarnos al glaciar y el Katla.
Lo que si que es cierto es que a pesar de frustrarse en parte nuestros planes iniciales pudimos disfrutar de paisajes tan espectaculares como este que muestra la fotografía, a parte de poder jugar un poco con el todo terreno provocando unos pequeños trompos. Porque... ¿qué sería de la vida sin jugar un poquito?
Muy cerca de la Catarata de Seljalandfoss había dos o tres granjas, y junto a ellas se levantaba esta peculiar iglesia con una arquitectura muy singular, preparada para los duros inviernos. Sin lugar a dudas toda esta zona que rodea al glaciar Mýrdals-Jökull es un paraíso para los amantes del trekking y los paseos al aire libre por los parajes increíblemente bellos que posee.
Ya estábamos en marcha nuevamente por la ring road, en esta ocasión en dirección a la península de Reykjanes y a conocer la archiconocida Laguna Azul. A medida que íbamos devorando kilómetros hacia el oeste de la isla parecía que el cielo comenzaba a despejarse tímidamente y dejábamos atrás las nubes bajas que tanto nos habían fastidiado en el Katla. Los paisajes en esta zona de Islandia están dominados sobre todo por las formas caprichosas que las coladas de lava han dejado a lo largo de miles de años de erupciones volcánicas y por lo accidentado de las cadenas montañosas con sus dormidos volcanes disimulados entre ellas.
Las caprichosas formas de la roca volcánica cubiertas de un manto de aterciopelado musgo y de resistentes líquenes.
Resultan cuando menos chocantes las apreciaciones que hicimos previamente al viaje de las distancias por carretera en Islandia. Sobre el papel, o mejor dicho sobre el plano, nuestras aspiraciones y previsiones de desplazarnos de unos lugares a otros resultaron demasiado optimistas, y es que lo accidentado del terreno por donde discurren las enrevesadas carreteras y la reducida velocidad a la que, a veces, nos veíamos obligados a circular hizo que los tiempos se alargaran significativamente.
Y es por ello que llegamos algo más tarde de lo deseado a la Laguna Azul, aunque el verano boreal en su máximo esplendor en el mes de julio nos favoreció, regalándonos mucha luz a pesar de ser casi medianoche. La verdad que la primera visión de las lagunas no deja de ser sorprendente e impactante. El profundo color azulado, que la cámara de fotos no consiguió reflejar con la luz que disponía, resultaba espectacular y se asemejaba a un enorme cristal color celeste que contrastaba fuertemente con la oscura roca volcánica de los campos de lava.
Aunque estas lagunas pudieran parecer naturales no es así. Son el resultado de la alimentación de agua por parte de una central de energía geotérmica de los alrededores, y cuyas aguas son ricas en sílice y azufre y parecen poseer cualidades curativas de la piel, o al menos así lo aseguran muchos dermatólogos. En la zona del balneario el agua se mantiene alrededor de los 40 grados centígrados lo que provoca nubes debido a los contrastes de temperatura y evaporación del agua que le da un ambiente especial a las lagunas.
La planta de energía geotérmica Svartsengi
El increíble color celeste de la laguna se debe a la presencia de unas algas verdi-azules y se combina con el gris claro del silicio que se acumula en las rocas de las orillas de la laguna. El resultado no puede ser más espectacularmente bello.
Nuestro compañero de fatigas por las carreteras y pistas de montaña islandesas. Un flamante suzuki grand vitara que nos facilitó mucho las cosas en las complicadas pistas de montaña de Islandia. Imprescindible y especialmente útil nos resultó el navegador que llevaba incorporado.
Ya de regreso a Reykjavik nos dimos una vuelta por la ciudad aprovechando la noche boreal. Fue la primera vez que pudimos contemplar una de las construcciones que representan a la nueva Reykjavik, el ultra moderno y contemporáneo auditorio Harpa, cuyos interiores visitaríamos al día siguiente, o mejor dicho, ese mismo día ya que las agujas del reloj señalaban ya la una de la madrugada. Poco dormimos esa noche.
Con el coche estacionado en el aparcamiento a pie del Infinity nos fuimos a descansar unas horas