Nuestro segundo día en la isla de Tenerife, lo dedicamos por supuestísimo a visitar esa maravilla natural que es el Parque Nacional del Teide.
La subida hacia la cumbre la hicimos via La Esperanza, atravesando la increíblemente frondosa y tupida Corona Forestal que cubre como un manto la falda del Téide.
Fue en esta subida la primera vez que vimos el mar de nubes que cada mañana repta sigilosamente por entre las cumbres de las montañas desde el mar y oculta la tierra, de forma que si miras al horizonte, verás tierra, nubes, y después…¡más tierra! Hasta ya por fin llegar al cielo.
La carretera que sube desde La Esperanza pronto se convierte en un museo en piedra de la historia geológica de la isla que podemos observar desde las ventanas de nuestro coche mientras atravesamos las coladas de lava del Teide y los demás cráters.
Como os podéis imaginar, el Parque Nacional del Teide tiene rutas como para estar un mes andando descubriendo los maravillosos rincones a la sombra de volcanes durmientes. Nuestra intención era hacer el mayor número de rutas circulares posibles en un solo día, para poder disfrutar al máximo del parque. Estas rutas incluían las de los miradores de la cumbre del Teide, con lo que decidimos pagar los 26 eurazos que cuestan los 10 minutos que tarda el teleférico en hacer el recorrido 2.500 metros que separan las dos estaciones.
Craso error.
Como fue algo que decidimos sobre la marcha, no habíamos mirado nada sobre los procedimientos, y tuvimos que hacer casi 3 horas de cola que podrían haber sido muchas menos si hubiésemos comprado la entrada por internet. Así que si tenéis pensado subir al teleférico, no dudéis en comprarlo por internet, pues no hay que hacerla primera cola. (La segunda cola en la sala de espera, la hace todo el mundo.
En el momento me arrepentí mucho de haber decidido subir en el teleférico, pero pronto se me quitó la tontería, en cuanto empezamos a caminar por los senderos de los miradores del Teide. Uno de ellos, el de La Fortaleza estaba cerrado por nieve, pero lo abrieron conforme volvimos del mirador del Pico Viejo.
Ruta 1: Mirador del Pico Viejo
El camino es un sendero de roca de lava donde es fácil tropezar por lo que no es muy recomendable ir en chanclas, (sí, sí vimos señoras con sandalias de tacón intentando hacer la ruta). Realmente no tiene más dificultad, y es prácticamente llano, con alguna ligera subida y bajada, que al estar tan altos, puede hacerse más costoso si no nos hemos aclimatado. (No se nos olvida que estamos en el pico más alto de la península, ¿no?)
Se sale desde la estación de La Rambleta (3.550 m), y el acceso al sendero está perfectamente indicado. El camino es desde luego un mirador en sí mismo, con unas vistas espectaculares del cono del Teide, y de toda la vertiente sur de la isla.
Y las vistas de La Gomera, el Hierro y La Palma desde aquí son poco menos que espectaculares. Sobre todo si le superponemos la silueta del cráter de la Montaña Chahorra, de 800 m de diámetro y 3.104 m de altitud, conocido también como Pico Viejo.
Se tardan apenas 25 minutos en hacer este sendero ida y vuelta, lo que pasa es que nosotros nos quedamos allí contemplando la inmensidad del mar, las islas que nos rodeaban a los pies del Teide, comiendonos nuestro sandwichillo.
Ruta 2: Mirador de La Fortaleza
Nada más regresar a la Rambleta tomamos el otro sendero, el que lleva al mirador de La Fortaleza desde donde se domina la parte norte del parque nacional y de la isla.
Pero lo que da el nombre al mirador son los rojos crestones de los Riscos de La Fortaleza, formada por un volcán en el que se han acumulado lavas sobre la propia apertura eruptiva. También es imponente la vista del cono del Teide que queda a nuestra izquierda. En la cumbre se observan los hilos de vapor que emanan de las fumarolas.
En unos 15 o 20 minutos estábamos de vuelta en la estación del teleférico para emprender la bajada, para la que también hubo que hacer cola, aunque bastante menos tiempo.
Una vez abajo, caminamos descendiendo las laderas (ahora vacías de coches) hasta el apartadero de la carretera donde habíamos dejado el nuestro decididos a recuperar el tiempo perdido y hacer por lo menos, una tercera ruta en el Parque, y además una de las más emblemáticas, la de los Roques de García.
Ruta 3: Los Roques de García.
Nada más llegar al comienzo de la ruta, lo primero que nos encontramos es la silueta, antaño famosa, del Roque Cinchado, (pues aparecía en los billetes de 1000 pesetas) con la omnipresencia del Teide a sus espaldas.
La ruta rodea Los Roques, quedando estos a la izquierda del sendero que en un principio es deliciosamente llano y permite fijar solamente en el increíble paisaje que nos rodea. Poco a poco el sendero comienza a descender, hasta llegar a los llanos de Ucanca de una belleza árida especial, para finalmente comenzar de nuevo a ascender hasta la gran pendiente final, que es realmente el único tramo que presenta algo de dificultad en esta ruta.
Durante el descenso, y antes de llegar a la planicie de Ucanca, puede observarse la sorprendente colada de lava conocida como La Cascada.
Da la sensación de que el tiempo se ha detenido en este paraje y que en un momento cualquiera, las lavas pueden perder la corteza pétrea y comenzar a avanzar encendidas en rojo, como lo hicieran tiempo atrás. Y el mejor ejemplo de esto es la chimenea volcánica conocida como La Catedral, que no es otra cosa que un conducto de salida de lava que terminó solidificándose sin emerger a la superficie.
Nos sorprendió mucho que el sol aún estaba alto en el horizonte cuando terminamos la ruta después de aproximadamente 1 hora y media de recorrido, porque según nuestros cálculos tendríamos que tener el crepúsculo casi encima, cuando nos dimos cuenta de que justamente la noche anterior habían cambiado la hora, para ajustarse al nuevo horario de verano, por lo que ¡contábamos con una hora más de luz!
Así que a la vuelta hicimos varias paradas en diferentes miradores y apartaderos, (como el de La Rosa de Piedra) para saborear hasta el último minuto este formidable día, que había empezado algo cruzado pero que nos había dejado, literalmente, flotando en un mar de nubes, (esta vez con puesta de sol incluida).