Nos encontrábamos rumbo a Strómboli, esa mítica isla con la que siempre había soñado desde que vi la película de “Strómboli, terra de Dío”, una apasionante historia de corte documental donde trata sobre la relación profunda entre el ser humano y la naturaleza abrupta que le rodea, obra del afamado director Roberto Rossellini. Es una de esas películas que te atrapan y que no olvidas.
Paramos a medio camino en Salina y Panarea, dos de las islas menores de las Eolias y en Puerto Ginostra en Strómboli, antes de llegar al puerto principal. Lloviznaba poco pero esa lluvia hacía que la isla se encontrara en su máximo esplendor.
Desde lejos ya se vislumbraba el volcán, imponente desde todos sus ángulos y una vez atracamos, nos alojamos en el mismo puerto con vistas a la parte más agradecida del volcán, apreciando su manto verde y su vestido de flores de vivos colores.
La sensación de isla auténtica perduraba a pesar del turismo pues no había carreteras sino caminos de pista y el alumbrado apenas era existente en la noche. Sólo las motorettas y los taxis que eran carritos de golf, rompían esa tranquilidad que había en la isla.
Subimos hacia el centro de San Vicenzo desde el barrio de los pescadores. Sus calles eran estrechas con casas caladas de blanco y puertas de alegres colores.
Una vez llegamos a la plaza, vimos la Chiesa de San Vicenzo.
La casa permanecía cerrada y estaba en venta. Afuera había una memorable dedicatoria que decía: En questa casa dimorá Ingrid Bergman che con Roberto Rossellini girá il film "Strómboli" nella primavera del 1949.
Y es que el volcán era el gran protagonista, desde todos los ángulos lo podías ver. Tenía una forma cónica perfecta, parecía que te persiguiera allá donde fueras.
De vez en cuando daba un estruendo sacando humo y fuego como queriendo decir “estoy aquí, vigilándote”. Para mí esa era la magia al recorrer la isla sin perderlo de vista.
Comimos en el Restaurante Da Luciano, una ensalada primavera y pizza Capricciosa para dos pues eran enormes. De postre, un semifreddo de pistachio y macedonia di frutti.
Teníamos delante las vistas del Strombollichio, el volcán más antiguo de las islas. Ya casi extinguido, yacía en medio de las aguas del Mar Tirreno.
Caía la tarde y seguimos paseando por las calles que bajaban del pueblo a la Marina donde se encontraban las casas vacacionales y residencias, construidas con material volcánico, guardando la esencia de tiempos pasados.
Poco antes del anochecer, cogimos una barca que contratamos en el puerto para ver el volcán que se encontraba en erupción y presenciar la bella puesta de sol. A la vuelta, tuvimos que arremangarnos los pantalones porque la marea había subido y las barcas se encuentran en la misma playa puesto que no hay ningún muelle construído, sólo el de los ferrys.
La subida la haríamos al día siguiente...