Parece un imposible que las poblaciones sin contactar se mantengan en su aislamiento para siempre.
Ese ingenuo que fue a hablarles de paz y amor no es el primero en caer bajo las iras de estos indios hostiles. Hace unos diez años liquidaron a dos pescadores y también atacaron a los tripulantes de otro barco que naufragó allí mismo, y seguro que hay más casos desconocidos. Lo curioso es que quienes defienden esta postura aislacionista afirman que no son hostiles (¿) y que lo único que hacen es decir “dejadnos en paz”; entonces, parece oportuno preguntar si cuando llegan a occidente indios, africanos, asiáticos o de cualquier procedencia, ¿sería justo recibirlos del mismo modo y repetirles ese ‘dejadnos en paz’? ¿Las exigencias morales que sirven en una dirección no sirven en la contraria, o sea, no hay que pedir reciprocidad? ¿Acaso una cultura tiene superioridad sobre otra? También afirman los expertos y antropólogos que actúan así porque saben qué les espera fuera de su isla, pues conocen lo ocurrido con otras sociedades parecidas…, algo que vuelve a plantear preguntas, ¿cómo sabrán qué hay fuera si nunca ha salido nadie y vuelto para contarlo?, ¿cómo se habrán enterado de lo sucedido con poblaciones parecidas si no permiten que nadie se acerque?, ¿alguien sabe hablar su lengua?
El caso es que no dejan de surgir preguntas en torno a este asunto. ¿Alguien piensa que estos colectivos van a quedarse aislados para siempre?, ¿es eso posible? En este sentido, también caben otras cuestiones: los que maldicen el descubrimiento de América ¿acaso piensan que el continente iba a permanecer incógnito y aislado del resto del planeta, como los habitantes de la isla Sentinel del Norte?Dicen los expertos que cuando ellos lo deseen saldrán de su isla. En este caso, ¿es obligatorio recibirles con los brazos abiertos o sería lícito pagarles con la misma moneda?, ya que si ellos no permiten que el resto del mundo se les acerque, parece lógico que el resto del mundo, llegado el momento, adopte idéntica postura. En otras palabras, ellos se arrogan el derecho de no permitir la entrada en ‘su’ mundo, pero cuando ellos lo deseen, también se arrogarán el derecho de exigir que el ‘otro’ mundo los acoja. En cualquier caso, más tarde o más temprano, esa separación no podrá sostenerse. También parecen oportunas otras consideraciones; por ejemplo, la Declaración Universal de los Derechos Humanos acoge a todos, a todos los seres humanos, por tanto, si se exige respetar el deseo de esa población se les están negando esos derechos (seguro que sus conductas son contrarias); además, seguro que en otros aspectos sociales seguirán en el Neolítico; por otro lado, ¿a qué cultura, pueblo, nación o colectivo se le da legitimidad para matar a quien se le acerque?. Asimismo, no es disparatado pensar que la isla puede convertirse en objeto de deseo de toda clase de aventureros y amantes del riesgo y la adrenalina.En realidad hay otras poblaciones que están sin contactar o casi en la selva amazónica, en Papúa y en otros lugares, pero al igual que los pobladores de Sentinel del Norte, no van a poder mantener su segregación indefinidamente, ya sea porque la civilización terminará por llegar, porque un día los recursos sean insuficientes, por la codicia de occidentales sin escrúpulos, porque alguno de sus miembros sienta curiosidad por lo que hay un poco más allá o porque un náufrago les contagie una enfermedad que acabe con todos (que al parecer en Sentinel apenas son unos cientos de individuos). De un modo u otro, el tiempo acabará con ese aislacionismo.Lo que subyace detrás de la posición de los que defienden a la tribu aislacionista es un complejo de superioridad: “como nosotros somos superiores tenemos que permitir que ellos, inferiores y retrasados, mantengan todas sus costumbres”, aunque vayan en contra de la lógica, del transcurrir del tiempo, de la evolución del pensamiento. Es como si se defendiera la costumbre de la ablación para las niñas o la obligación de casarlas con quien el padre diga.CARLOS DEL RIEGO