Así titula David Torres en Público un artículo sobre el último festival de Eurovisión del que escribe: “El puesto es una mierda, la verdad” dijo Amaia, al poco de conocerse que España había quedado a punto de ingresar en la cofradía del podio retrógrado. No era un mal resultado, teniendo en cuenta que la canción también era una mierda, como las otras 25 restantes; como la campaña de acoso y derribo mediático que les acompañó; como el libro de Albert Pla, objeto de la polémica; y como el hecho mismo de Eurovisión, una gala empalagosa, ñoña, grotesca y horrísona. He oído de gente que ve este espectáculo bochornoso porque les hace gracia, lo cual personalmente me parece el equivalente acústico de reírse de un accidente de autobús con todos los pasajeros muertos. Como otras plagas, como la gripe o la peste negra, Eurovisión ha sufrido altibajos de popularidad: en unos parecía que iba a erradicarse definitivamente y en otros el entusiasmo se medía en maremotos. El momento de la resurrección definitiva (quizá sería mejor denominarlo electroshock) fue cuando Rosa López, metamorfoseada en Rosa de España, emergió de la factoría de berridos de Operación Triunfo dispuesta a merendarse el Eurohorror con una canción que hacía la pelota descaradamente al concurso y al continente. No ganó, gracias a Dios, y unos años después lanzamos un dron denominado Chikilicuatre que apostó por la parodia consciente del certamen sin comprender que el certamen no consiste en otra cosa que su propia parodia inconsciente. (…)
David Torres termina recordando: “Si es cierto que el fondo y la forma se entrelazan indisolublemente en las grandes obras de arte, Toy, la canción ganadora de este año bien podría ser el Taj Mahal del asco. El escandaloso chorreo de decibelios no sólo se correspondía con el enésimo bombardeo sobre la franja de Gaza sino que la letra, por lo visto, era una denuncia del bullying sufrido por la cantante en una etapa de su vida. Hablar de bullying escolar respecto al matonismo homicida desplegado por Israel sobre sus vecinos palestinos resulta una aproximación muy pobre y desvaída a la realidad geopolítica de la zona, pero algo es algo. Como chiste de humor negro, o como gazapo freudiano, la canción no tiene precio. Como arma de destrucción masiva, tampoco”.“Eurovisión -titula Ana Garralda en Eldiario.es- brinda a Israel un lavado de cara”. “La jugada no le ha podido salir mejor al gobierno presidido por Benjamín Netanyahu. En la víspera del Día de Jerusalén –en que Israel conmemora anualmente la "reunificación" de la ciudad tras la guerra de los Seis Días en 1967– y apenas dos días antes de Estados Unidos escenifique el traslado de su Embajada a la ciudad santa, su representante ganaba el festival por cuarta vez. Una victoria que llega en el mejor momento de los posibles –tras el espaldarazo del presidente norteamericano– para la diplomacia pública israelí, y que los palestinos tachan de propaganda”.