Italia es un país que es imposible desconocer o ignorar. Forma parte de la historia de la Humanidad y de los cimientos civilizatorios de Occidente. Es el lugar donde surgió uno de los grandes imperios de la antigüedad, en el que se fraguó buena parte de nuestra cultura y arte, y se convirtió en epicentro, aún vigente, de una religión universal –es decir, católica- que se estableció donde se ubicaba el poder terrenal –político y militar- que dominaba el mundo de la época. Italia es Roma y las huellas de su esplendor imperial, la patria del Derecho romano y de las calzadas que expandieron el dominio de los césares y emperadores por todo el continente europeo, parte de Asia y África. También es Botticelli y Miguel Ángel, Leonardo Da Vinci y Dante Alighieri, Cicerón y Séneca, Maquiavelo y Petrarca, Giordano Bruno y Galileo Galilei, así como el Coliseo de Roma y el Campanario de Giotto de la catedral de Florencia, sin olvidar sus fontanas, arcos, ruinas y, cómo no, la Capilla Sixtina y los museos del Vaticano.
Italia es lo conocido por su historia y su legado, pero sobre todo es el asombro que causa contemplar lo que perdura de aquel esplendor de la antigüedad romana y del Renacimiento. Italia es, hoy, su rico patrimonio cultural e histórico, que embellece a sus ciudades más representativas, desde Venecia a Pisa y de Florencia a Roma. Italia es, pues, una asignatura pendiente para quienes somos beneficiarios de su impronta en la civilización europea. Una impronta de la que deriva, incluso, nuestra lengua española, que procede del latín vulgar que se hablaba en la calle. Merece la pena recorrer Italia para admirar los escenarios germinales de una historia que compartimos y de la que conservamos en nuestro país una herencia monumental impresionante. Italia, aparte de lo conocido, ha de ser vista. Es un sueño a cumplir.