Itinerario del placer

Publicado el 27 abril 2018 por Biblioteca Virtual Hispanica @BVHispanica

  Petronio
   Oh, mi mala suerte! –me dijo Ascilto secándose el sudor–. ¡Si supieras lo que me sucedió!   –¿Por qué estás tan afligido? –pregunté..   –Vagaba por las calles –contestó con voz grave–, sin encontrar nuestra posada, cuando se me acercó un anciano de apariencia venerable y enterándose de mi situación aseguró que me acompañaría a encontrar el rumbo adecuado. Agradecí su colaboración y comenzamos a recorrer callejuelas oscuras hasta que llegamos a esta sórdida casa. Tan pronto entramos pagó una habitación y sacó unas monedas insistiendo para que las aceptara a cambio de sus ardientes caricias. Se lanzó sobre mí, estrechándome entre sus brazos asquerosos y de no ser por mi airada repulsión, amigo Encolpio, me habría ocurrido algo fatal.   Esto me narraba cuando apareció en ese preciso instante el viejo acompañado de una mujer muy bella y le dijo a Ascilto:   –Eres muy esquivo. En ese cuarto te espera el más alto placer: No temas, puedes elegir un papel activo o pasivo.   Entonces la mujer nos instaba con audacia a acompañarla.   Los lascivos ademanes de ella y los ruegos de él nos convencieron y decidimos aceptar el generoso ofrecimiento. Pasamos por varias alcobas, viendo lo que sucedía en ellas, como si fuera un inmenso teatro de juegos voluptuosos, como un largo laberinto del placer. Era tan intenso el ardor que poseía a todos los personajes y la excitación tan delirante, que parecían embriagados con esa maravillosa bebida preparada con la raíz del satiricón. Durante nuestro estremecedor recorrido todos los participantes de esa desatada orgía adoptaron posiciones más obscenas y dieron gemidos lujuriosos incitándonos a unirnos a su turbulento festín. Y de repente uno de ellos levantó su túnica hasta la cintura y sin poder resistir la belleza de Ascilto lo lanzó sobre una cama e intentó violarlo. Corrí a auxiliar a  mi vulnerable amigo y entre ambos logramos contener a ese ardiente bárbaro. Al liberarse Ascilto salió huyendo y yo quedé expuesto a los ataques insistentes de muchos viciosos y lúbricos depravados que se citaban allí para satisfacer sus deseos, pero mi fuerza y mi temor me permitieron escapar de mis perseguidores.   Sin embargo mis problemas continuaron. Di vueltas por la ciudad apresuradamente hasta encontrar mi posada y al abrir la puerta, fatigado por tanta huida, vi en la penumbra a Gitón que me esperaba.   –¿Qué hay de comida? –le pregunté.   Se sentó en la cama sin responderme y comenzó a llorar. Su dolor era tan agudo que me conmovió. Le pregunté la razón de sus lágrimas pero siguió intentando ocultarme la causa de su desolación. Así continué interrogándolo sin fortuna hasta que decidí amenazarlo, y entonces Gitón dijo señalándome a Ascilto que había llegado antes que yo huyendo de aquella casa perversa:   –Tu supuesto compañero leal ha llegado aquí hace un buen tiempo y al encontrarme solo ha tratado de forzarme, esperando que le prodigara mi placer. Rechacé su propuesta, grité y corrí de un lado para otro pero él sacó la espada diciéndome: «Si te haces la Lucrecia ya encontraste tu Tarquino».   Al oír eso me encaminé agresivamente hacia Ascilto y lo injurié:   –Qué puedes responder vicioso depravado, eres peor que las más repugnantes prostitutas.   Ascilto sin poder defenderse simuló gran indignación y comenzó a dar alaridos y a herirme con sus afiladas palabras:   –¡Cómo puedes hablar así, guerrero vil, asesino de tu huésped, cuando deberías morir atacado por las fieras en el coliseo! ¡Cómo puedes hablar ladrón nocturno, que ni siquiera antes de haber perdido la virilidad pudiste hallar una mujer honrada! ¡Tú, que abusaste de mí, gozando de mi cuerpo, así como abusarás hoy y mañana de este tierno muchacho!   –Cálmate –le repliqué al fin derrotado por su astucia–. ¿Pero por qué te escapaste esa noche en que yo escuchaba a Agamenón?   –¿Qué podría hacer allí, idiota? Me fastidié de oír las estupideces de un hombre arrogante, los sueños de un imbécil. Mientras tú cínicamente adulabas a un mal poeta para que te invitara a cenar.   Muy pronto comenzamos a bromear y cambiamos de tema, pero como los insultos de Ascilto no se me olvidaban le dije:   –Está bien, acepto que conciliemos, pero deseo que partamos en dos nuestras posesiones para que cada uno por su lado busque la vida. Ambos tenemos refinados talentos literarios, sin embargo para no competir contigo me dedicaré a un oficio más digno. Y aquello será prudente porque no quiero pelear más contigo ni darle razones a los enemigos para que injurien nuestro nombre.   –Acepto –replicó Ascilto muy herido–, pero como recuerdo que esta noche estamos invitados a un gran banquete, disfrutemos de ese evento y mañana si así lo deseas, buscaré  nueva vivienda y un verdadero compañero.   –¿Y para qué postergar lo que ya hemos elegido? Es mejor separarnos ahora mismo.   El amor por Gitón me daba fuerzas para ser tan cruel con Ascilto, intentando con mis palabras liberarme de él para dedicarme totalmente a mi nueva y dulce pasión.   Enfurecido Ascilto salió bruscamente sin despedirse y golpeó la puerta. Esta acción me pareció un mal presagio y sabiendo lo ardiente y pasional que era temí que podría ocurrirle algún infortunio, entonces decidí seguirlo para observar lo que haría y frustrar así sus impulsivos planes; sin embargo para mi pesar, no logré hallarlo durante mucho tiempo, y heme aquí recordándolo.