Hace poco Alberto Garzón (IU) ha expresado su preocupación por la tendencia de las encuestas. Para Garzón, la estrategia de Podemos es tan válida como cualquier otra, lo cual no impide que IU, según el propio Garzón, no siga obcecado en perseverar en la suya propia, arrojando al fuego cualquier intrumento de análisis leninista y echando más leña en la máquina de su propia destrucción. Paradójicamente, el análisis de la realidad que acomete IU es fidedigno. Por ello mismo, a su militancia le cuesta entender que este análisis no obtenga sus frutos. El problema es precisamente ese, a saber: que la estrategia de Podemos sea vencedora frente a la de IU no tiene que ver tanto con que a los ojos de la mayoría social IU represente la vieja forma de hacer política, como por el hecho de que el discurso de IU, en tanto hace un análisis de la realidad, olvida algo mucho más importante, algo en lo que desde el principio, el discurso de Podemos ha estado centrado: el análisis de los deseos, el trabajo de lo simbólico, en suma: el análisis de la ideología.Decir que la raíz ideológica de Podemos se ancla en el discurso populista de Laclau -herencia recogida por Errejón- no es decir mucho. A Podemos no le ha interesado tanto analizar los ciclos de la economía y fomentar la fuerza de la izquierda en tanto que izquierda, como centrarse en aquellos mimbres comunes que podían tejer un sujeto mayoritario, un electorado ganador. La reticencia de Podemos a localizarse en el espectro de la izquierda es precisamente un elemento en ese objetivo principal que es ganar las elecciones en el marco de una democracia representativa como la española. La estrategia contraria- fortalecer identidades- podía haber sido útil si hubiera sido fácil primero convertir un elemento simbólico particular- la izquierda política- en un elemento universal- el bien común del pueblo-. Lo que era una operación filosófica de altos vuelos. En este sentido, lo que se le ha reprochado a menudo a Podemos- que no tiene un discurso positivo, sino que se alimenta del malestar ciudadano general- no es algo extrínseco a su naturaleza- siempre y cuando comprendamos que el objetivo general que domina esta naturaleza es el mismo siempre: vencer en unas elecciones generales en el marco de una democracia representativa-. Al contrario, es un elemento fundamental del discurso populista al estilo de Laclau. Como dice Zizek, “según Laclau el populismo es una determinada lógica formal que no está referida a contenido alguno”. En tanto operación y marco puramente formal, el populismo puede aglutinar una voluntad mayoritaria. Pero por ello mismo, ha de posponer todo elemento particular y, más aún, anular toda identidad política para formar una mayoría que nunca se identifica del todo con la mayoría social, sino con esa voluntad mayoritaría expresada en las urnas: la mayoría electoral.
Lo positivo de crisis como las que estamos viviendo en estos momentos, es que la ideología de las masas, tal y como la interpretación marxista clásica las entendía, es desbaratada y de alguna manera ilumina, en la conciencia de los sujetos que padecen esas crisis, su estatusmaterial, es decir, su posición social en el entramado de producción que teje las relaciones sociales. En otras palabras, que el ciudadano que ha sufrido la brutalidad de esta crisis- al menos según el punto de vista de Marx, quien parece ser que creía demasiado en la espontaneidad de la conciencia de clase- debe poseer ya los instrumentos que le hagan leer las causas de su sufrimiento, lo que a su vez debería ser garantía de una identidad de clase lo suficientemente clara como para cobrar conciencia de su posición social. Sin embargo, la traducción política de esta situación desmiente por completo este análisis.