El ambiente increíble.
Empecé a ver Dioses del Olimpo del Ultrafondo. Saludé al gran Kikeakelarre de los Infiernos, que se había pasado la semana comentando en Facebook el estado de la carrera, la climatología y dando consejos y contestando a comentarios incansable, como imagino sube las cuestas del Reboldo, incansablemente.
También saludé a la magnífica pareja formada por Paco y Zsuzsanna
Tras el control de meta, pisada de alfombra verde, me dispongo a ubicarme en el arco de salida. Ya sabía que iría al final y los tiempos de corte daban vueltas en mi cabeza como las fieras amenazantes de Dante en su Divina Comedia (el león, la loba y la pantera eran los tres tiempos de corte que determinarían mi participación).
Tras unos minutos eternos, tomé la salida y pasamos por calles del pueblo con mucha gente, animando, hasta llegar a la explanada del Puente Largo (sitio bonito “pá reventá” que cumplía los requisitos del paraíso: naturaleza, río que corre limpio, sitio “pá” tirarte y dormir y un chiringuito abierto).
Tras un rato de subida por un tramo de pista, se llega al Sendero de la Fuente de Las Latas. Y se sigue subiendo (y van dos subidas).
Cuando se terminaba la subida de la Fuente de Las Latas, nos desviaron a la derecha para… oh sorpresa!! seguir subiendo por otro tramo de pista forestal. Entonces … no me lo podía creer…. una bajada, suave, que te permitía correr y soltar piernas, pero bajada al fin y al cabo. Y de nuevo dentro del bosque-jungla de El Reboldo. Pero la bajada terminaría pronto. De nuevo retomé la tónica general de la carrera, las subidas. Esta vez por la pista que llevaba a Los Pilones (y van tres subidas). Me asombraba de seguir corriendo y subiendo (gerundios que no suelen coincidir en mi práctica deportiva), pero como dice el refrán “todo lo que se sube hay que bajarlo”. Así que a bajar por un sendero que te llevaba a la pista forestal de Las Merinas. En palabras de la organización iba a ser “una trepidante bajada”, lo cual traducido a mi lenguaje de corredora popular era bajar con mucho cuidado porque la caída estaba asegurada. Pero iba cobrando confianza con el suelo y me atrevía a correr, saltar, eso sí en pequeñas dosis que no está ya una para sustos con estas edades.
A subir por un sendero de cabras que giraba a la izquierda y no bajaba, seguía subiendo (y van siete) durante unos tres kilómetros, dejando Los Pilones a la izquierda y viendo como había agua por todas partes: cascadas a tu derecha, chorreras, todo verde…. El corredor escoba, Carlos, que ya se había convertido en mi escolta oficial, me recordó que ésta era la parte en la que no podía lesionarme ni había salida porque el
El ascenso era ya de nota (para mí, claro). Un senderito, técnico no, lo siguiente, en zigzag, hasta llegar tan alto que tocabas casi la nieve de la cumbre de al lado. Eso sí, unas vistas impresionantes de la Garganta Chica que se veía a la izquierda, por ahí abajo, muy abajo. Después de unos minutos de terreno llano (no sé yo como había algo llano ahí arriba), volvimos a … subir!! (y van ocho) por un sendero pedregoso, vamos pura piedra, sin “ná” de tierra. Y así se seguía subiendo hasta llegar a una ligera bajada (que yo ya veía como subida falsa) que cruzaba el arroyo de Los Gavilanes. Pero esto seguía y claro, como se había bajado, ligeramente, pero bajado, a subir (y van nueve) por el sendero que alcanzaba la parte más alta de la carrera. Menos mal que ando rápido, y que todavía podía mantener el ritmo alto andando. Porque si no…. en el Puente Nuevo terminaría mi aventura.
Creía haber llegado al paraíso, pero sólo estaba en la mitad de la carrera.
Allí me ofrecieron un estupendo chocolate los muy simpáticos encargados del avituallamiento, como todos los anteriores, y vamos que nos vamos. Intenté comunicar que seguía viva pero la cobertura por aquellos parajes estaba de vacaciones.
Y con estas dudas iba yo por el sendero entre robles, castaños y una vegetación apabullante, propia de un relato sudamericano. Y vamos otra vez, otra vez para arriba (y van…doce) hasta el Collado de Las Losas para enlazar otra vez con la Ruta de Carlos V (por cierto que debe ser una pasada ir de Tornavacas a Yuste, pero en plan senderismo, que yo no vuelvo a correr por estas cumbres) y bajar un poquito.La bajada la agradecí como lluvia en primavera. Mis piernas necesitaban soltarse un poco y el pie aguantó un ratito de trote cientounero, porque yo ya no podía correr más rápido. Cuando terminas ese descenso, vuelve aparecer un carrilito estrechito que iba para …. arriba!!! (y van trece). Esto ya era el infierno de Dante en su Divina Comedia con todas sus palabras. Yo iba sustituyendo los infiernos de Dante por las subidas que tiene esta carrera, dura carrera.
Ya estabas viendo Jerte a tu derecha y tu cerebro protesta porque te vuelven a alejar del pueblo y para subir además. Sientes que tu cuerpo se resiste y que las piernas se bloquean, pero era la parte final y había que echar el resto. Así que el sendero sube con una pendiente ….. (sin palabras) hasta coronar El Reboldo (se me va a olvidar pronto el nombre a mí vamos!!). Subiendo para El Reboldo nos cruzamos con personal voluntario (asustaíto de verme las pintas con las que iba, pero ya, a estas alturas, no era plan de abandonar). Pero el ver Jerte a la derecha, aparentemente cerca, te anima a seguir. Ya no sé si subíamos o bajábamos, si llaneábamos, pero cuando podía trotaba y cuando no, andaba lo más rápido que pudiese.
Ya me reúno con Paco, Suzanne, el keniata (que no me acuerdo como se llama, ooopppsss, lo siento, soy muy mala con los nombres) y Abencio. Me siento a tomar una cerveza que era elixir de dioses y voy recuperando el control.