IV Congreso de Escritores: el mentir verdadero de los cuentos

Publicado el 27 mayo 2018 por Benjamín Recacha García @brecacha
Paco Abril, cuentacuentos, escritor, ilustrador… En la imagen, el cuélebre banquero de su libro ‘Mitos de Asturias’, y al fondo, la ilustración que nos regaló, junto con el cuento ‘En la boca del lobo’, con motivo del IV Congreso de Escritores.

Una de las primeras lecturas que recuerdo es Cuentos por teléfono, de Gianni Rodari. Era uno de los libros más populares de la biblioteca de la escuela, y creo que el motivo no era únicamente que el fantástico contador de historias italiano planteaba situaciones absurdas y, por tanto, divertidas, sino una razón más profunda de la que, probablemente, a aquella tierna edad no era consciente. Aquellos desternillantes cuentos breves explicaban de una forma muy amena historias a menudo trascendentes, de las que dejan poso. Eran ejemplo de buena literatura.

La oreja verde es uno de los cuentos de Gianni Rodari, que inspiró a Paco Abril, veterano cuentacuentos, turolense de nacimiento y asturiano de adopción, para crear el suplemento infantil del mismo título del diario La Nueva España, que apareció semanalmente durante veintitrés años, hasta 2012. Y me atrevo a decir que no es ese el único nexo de unión entre ambos magos de la palabra, pues los cuentos y poemas de Paco Abril contienen la misma esencia mágica de los de Rodari, esa que atrapa al escuchante y no lo suelta hasta revelarle el final.

Aunque Paco Abril es mucho más que un cuentacuentos (que ya es mucho), o quizás se podría decir que en su faceta de cuentacuentos integra todo aquello que surge de su hiperactiva imaginación. O mejor que hiperactiva, desbordante, pues hiperactividad no es un concepto que encaje demasiado bien con alguien que reivindica la lentitud como un valor necesario.

Paco Abril fue para mí uno de los grandes descubrimientos del IV Congreso de Escritores de la AEN – Asociación de Escritores Noveles (ya hace un mes de la maravillosa cita en Gijón). Durante los tres días se erigió en el indiscutible animador del evento, regalando sonrisas, versos, y sus preciosas creaciones plásticas. Se instaló en una mesa improvisada a la entrada de la sala de conferencias del Hotel Silken, y no paró de escribir, dibujar, pintar, recortar y pegar.

Como colofón, se trajo a su alter ego, el cocinero de las palabras Francesco Bareli, que hizo las delicias de los asistentes a la cena de clausura (a la cual, lamentablemente, no me pude quedar).

En definitiva, un auténtico showman, siempre equipado con su oreja verde para prestar atención, sobre todo, a lo que cuentan niños y niñas (allí los niños que había lo éramos de espíritu), y que nos robó el corazón a todos desde el primer momento.

‘La magia de los cuentos’ fue el título de su charla, que introdujo de forma casi mágica el librero Rafa Gutiérrez al ligar los orígenes creativos de Paco Abril con una bonita historia sobre Richmal Crompton, creadora de las aventuras de William Brown, Guillermo el travieso.

La autora inglesa, para escribir, se ponía el viejo sombrero que había heredado de su padre. Muchos años después, sus historias de Guillermo el travieso acabarían en manos de un Paco Abril de ocho años, convirtiéndose en el germen de lo que vendría más tarde.

«Paco lleva sombrero, un sombrero mágico como el de Richmal Crompton, que le permitió hacerse mayor, pero un mayor pequeño, y que lo convirtió en un proscrito, al que todos queremos unirnos para ir a un bosque donde nadie pueda encontrarnos», fabuló el responsable de la gijonesa librería La Buena Letra.

Recordó el origen de su idilio con los libros, a finales de los años setenta, principio de los ochenta, en la biblioteca pública del pasaje de Begoña, ubicada en un parque donde los chavales jugaban al fútbol. Durante los descansos entre partidillos, él se iba a leer, cosa que, posiblemente, lo salvó de alternativas, como el trapicheo y las drogas, en las que sí cayeron muchos otros chavales. Aquellas bibliotecas en los barrios fueron un empeño de Paco Abril, «contador de historias propias y ajenas, creador de mundos a través del collage y, sobre todo, una gran persona que está empeñada en que este mundo se convierta en un espacio mucho más amable».

Paco Abril, el showman del Congreso, un tipo encantador.

Durante su intervención, Abril recitó varios poemas y microrrelatos que concentran su filosofía de vida y que ejemplifican su amor por las ficciones. «Los cuentos son energía que persiste en el tiempo», resumió tras la lectura de ‘Energía’, poema de su precioso librito, auténtica obra de artesanía, Alma de papel, el primero que se publicó en Asturias mediante crowdfunding.

Vamos y venimos,
una y otra vez,
al país
de Érase una vez.
Vamos y venimos,
una y otra vez,
aunque nos aseguran
que ese país
no existe.
Pero si no existe,
¿por qué
la energía
que allí conseguimos
persiste?

La vida de Paco Abril está ligada a los cuentos; no sólo a contarlos y escribirlos, sino también a investigar sobre ellos. En Los dones de los cuentos recoge treinta años de estudio, que le han servido para concluir que «cuando nos miramos en las ficciones aprendemos a vernos desde fuera, aprendemos a salir de la tiranía del yo, a conocernos mejor y a mejorar como personas». Y eso, a pesar de que los cuentos «no son inocentes, y a menudo han sido vehículos para el engaño y la manipulación» por parte del poder.

Paco Abril recordó una reflexión de la reconocidísima escritora Margaret Atwood a propósito de la importancia de la literatura para cualquier sociedad. «La ficción cuenta historias, y a través de ellas nos conocemos a nosotros mismos y a los demás. Un país sin historias sería un país sin espejos, sin reflejo, con una existencia fantasmal, sombría. “¿Quiénes somos?”, se preguntarían las personas. Y no hallarían respuesta. Un país así tampoco tendría corazón. La escritura es el arte de las emociones».

La buena literatura consigue algo verdaderamente mágico: transmitir una emoción tan puramente humana como la empatía. «Cuando leo un libro, vivo lo que pasa como si me estuviera pasando a mí», señaló Abril, y lo ilustró con un precioso poema del autor asturiano Ángel González:

Al lector se le llenaron de pronto los ojos de lágrimas.
Y una voz cariñosa le susurró al oído:
—¿Por qué lloras, si todo en este libro es de mentira?
Y él respondió:
—Lo sé, pero lo que yo siento es de verdad.

Aunque los cuentos navegan en las aguas de la ilusión, Paco Abril define ese engaño como «el mentir verdadero». «Existe una gran diferencia entre los relatos que dejan huella a través de los siglos, y ese mentir falso, que es el arte de engañar de los que utilizan el imaginario como una mera manipulación para formatear las mentes», dijo, refiriéndose, en concreto, a políticos y medios de comunicación.

«La ficción es lo único que tenemos para liberar nuestras mentes», afirmó. Con lo que los cuentos acarrean una dualidad perversa: son utilizados como instrumento de engaño por parte del poder y a la vez son un medio de liberación y de cuestionamiento de ese mismo poder.

En su charla, Abril se mostró muy crítico con la construcción de ese relato interesado en que nada cambie (cuántos paralelismos con ese otro gran hombre que es Emilio Lledó). «Los seres humanos nos mostramos a los demás como historias andantes. Con un pasado, un presente y una expectativa, positiva o negativa, de futuro. Las expectativas también son un relato. Cuando afirman, a través de los medios de comunicación, que el futuro de los jóvenes será peor que el nuestro, están participando en un indigno relato futurista que dice más de ellos que del porvenir. El futuro, mal que les pese a los agoreros, son páginas en blanco que las nuevas generaciones tienen el derecho y el deber de escribir».

Y como parte de ese relato perverso incluye también la manipulación que, a través de cierta literatura infantil, «el veneno de los libros rosas, que coloniza las librerías», pretende «perpetuar el modelo patriarcal, que las niñas sigan siendo princesas».

Abril apuesta por una literatura infantil sin edad. «Un buen cuento no tiene edad, no hay que infantilizar la literatura. Hay que contar buenas historias, y contarlas bien. Hay que escribir con lo mejor que uno tiene».

Para acabar, se refirió a la oreja verde, su fiel compañera, como «una filosofía, una actitud que deben tener todos los que trabajan con niños», perfectamente reflejada en el cuento de Gianni Rodari, con el que cierro esta cuarta crónica del Congreso. Como en las anteriores, adjunto el vídeo completo de la sesión, cortesía de Vanesa García, social media del evento.

Un día, en el expreso Italia-Costa Verde,
vi subir a un hombre con una oreja verde.
Ya joven no era, sino maduro parecía,
salvo la oreja que verde tenía.
Me cambié de sitio para estar a su lado,
y observar el fenómeno bien, bien mirado.
Le dije: «Perdón, señor, usted ya tiene cierta edad;
dígame, esa oreja verde, ¿le es de alguna utilidad?».
Me contestó amablemente: «Yo ya soy persona vieja,
pues de joven sólo tengo esta oreja.
Es una oreja de niño que me sirve para oír
aquello que los adultos nunca se paran a sentir:
oigo lo que los árboles dicen, los pájaros que cantan,
las piedras, los ríos, y las nubes que viajan;
pero oigo sobre todo a los niños y a las niñas cuando cuentan cosas
que a una oreja madura parecerían misteriosas».

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