Esta semana me voy a Oporto. Esta ciudad portuguesa me encanta. Parece salida de un cuento de los hermanos Grimm, no de esos que ahora modernamente ha adaptado una televisión y que me parecen espantosos. Sino una deliciosa oportunidad de vivir una historia en una ciudad diferente, romántica, misteriosa…o tal vez malvada y perversa que hace que te atrape y te atraiga. Pero el motivo de contaros esto es menos fantasioso y más realista, es menos de cuento y más de contaros.
Se celebra el IV Congreso Internacional de Ciberperiodismo, “Calidad y credibilidad en el Ciberperiodismo” en el que voy a presentar una comunicación titulada “El periodista: nuevas habilidades para afrontar los retos del futuro”, comunicación conjunta con la profesora Bárbara Yuste de la Universidad Camilo José Cela y de la Universidad Carlos III.
Es un buen momento para parar en mitad de tanto día ajetreado y pensar, reflexionar, compartir con mucha gente experta por donde va el periodismo y el periodista entre tanto cambio tecnológico y social.
¿Qué nos espera a corto, medio y largo plazo? Porque no podemos obviar que la nueva revolución tecnológica que estamos viviendo, no sólo está afectando a las diferentes formas de comunicar algo o a quién puede hacerlo sino que está afectando a la esencia del periodismo, a la propia profesión. Estamos en pleno cambio de concepción del periodismo.
Y, en este sentido, el nuevo papel del periodista que se desprende de este nuevo contexto nos tiene que hacer replantearnos una y mil veces quien puede ejercer la profesión. Ya hemos hablado de cualidades profesionales y personales en otras ocasiones. Pero es que, esta vez, lo que vamos a debatir es cómo el nuevo marco que crea Internet es un nuevo escenario que facilita al periodista nuevas herramientas que necesariamente tiene que llevarle a cultivar nuevas destrezas profesionales. Y esto son palabras mayores. Esto no es sólo adaptarse al entorno, esto no es sólo dominar unas nuevas herramientas con las que más o menos manejarse a la hora de dar la información.
Esto afecta a la esencia del periodismo porque la aparición de nuevos “informadores” afecta al periodista en cuanto propietario de la emisión de contenidos. Y eso reubica al periodista de otra manera, tiene que reubicarle. Porque ante todo el periodista va a tener que poner orden en la marabunta de información que hay donde todo es posible, donde intereses y realidad se mezclan y donde mucha gente se esconde tras 140 caracteres u otras formas de información.
Por lo tanto el “nuevo periodista” tiene y el “nuevo periodismo” tiene que ordenar la información, generar información y vigilar la información que circula en este nuevo marco tecnológico. Y, aunque ya hablaré en próximo posts de ello, por supuesto crearse una imagen de marca que le haga creible y que le convierta en referencia.
El periodismo ejercido por periodistas debe dar un valor añadido a sucedáneos que sólo equivocan y confunden. El periodista con esa nuevas destrezas debe saber dar un valor diferenciado a la información, lo que mi colega y coautora de la comunicación Bárbara Yuste, llama “generador de contenido de valor y diferenciado“.
Y todo ello, con una buena copita de Oporto para contar, si cabe aún más, una buena historia o un buen cuento.
- La inmensa interpretación de Philippe Noiret como Alfredo, que sabe trazar un personaje único a través de sus gestos y palabras. Un auténtico amante del cine, capaz de ser cascarrabias y tierno a la vez, pero cuya pasión por el 7º arte empatiza fácilmente con el propio espectador.
- Y es esta pasión por el cine, la auténtica protagonista de la película. Es muy raro que una peli que hable con las entrañas del propio cine sea mala o no provoque emociones en el público. Las pelis que hablan sobre el cine siempre tienen algo. Uno tiende a ser más condescendiente con ellas y si ya utilizan los artificios de niño encantador + música para el recuerdo + viejo como maestro y mentor, pues las defensas se resquebrajan y pasa lo que pasa, que uno se vuelve blandito y Tornatore te la cuela.
- Y por último, la buena y torticera mano de Tornatore para engañar y mangonear al espectador más sensiblero.
En Cinema Paradiso el pasado es happyflower y el presente es un holocausto nuclear. No hay grises. Todo son brochazos de blanco y negro. Tornatore con 23 años no sabe ser sutil, le faltan experiencias vitales, es imposible que un jovenzuelo de su edad las tenga, por lo que utiliza recursos de empollón para disimular sus carencias. Y eso es algo que él sabe perfectamente, por eso a lo largo de su carrera siempre ha intentado rehuir de esta peli, de su ausencia de disimulo a la hora de jugar con las emociones del espectador sin asomo de culpabilidad. Sus dos obras más redondas: El hombre de las estrellas y La mejor oferta esconden amargor y derrota en todos sus tramos. La vida no es un pasado emotivo y risueño, la vida esconde dureza y alguna que otra alegría en todas sus fases. Los pasados idílicos no existen. Los espectadores se aferran a sus propios recuerdos, quieren creer que su niñez fue tan feliz como la de la película. El público se aferra a su personal arcadia infantil, aún a sabiendas de que esto no es así, con tal de mitigar los amargores y durezas vitales del presente. Extrapolamos los descubrimientos vitales de Totó a los nuestros. Y es por eso, que Cinema Paradiso se me hace tan insoportable. Yo no quiero vivir de falsos recuerdos idílicos. Soy responsable de lo que construyo en mi vida. La coartada de culpar a lo externo sobre mi situación actual es una excusa de cobardes y pusilánimes. Cinema Paradiso se basa en eso, en la derrota total en el presente sin posibilidad de redención. Y yo ante eso me niego y me enfado, porque las pelis tramposas por lo menos deben ser honestas, y Cinema Paradiso ni tan siquiera lo es.
A favor por María José AgudoQueridos lectores, en primer lugar tranquilícense porque mi defensa va a ser mucho más corta. Después de tu ataque intentaré explicar porqué esta película, sin ser perfecta, ha emocionado y seguirá emocionando a espectadores de todo el mundo. En primer lugar, habría que agradecerle a Tornatore, que jamás ha podido quitarse el san benito de ser el aclamado director de Cinema Paradiso, que nos manipule del modo que lo hizo. Porque amigos, ser manipulado de esta manera tan entrañable es todo un arte, y algo de lo que no pueden presumir muchos directores. Y compararla con El diario de Noa es casi como equiparar el jamón cocido con el jamón de bellota. Recordemos que además de conseguir el Oscar a mejor película extranjera, Cinema Paradiso también fue Gran Premio del Jurado en Cannes, algo que no creo que esté al alcance de muchas películas lloronas.Como bien has dicho, uno de sus pilares y aquello que la hace inolvidable junto con la estupenda banda sonora de Morricone, es que es un auténtico canto de amor al cine. Puede parecer cursi pero así es, y no solo queda en claro en el magnífico y conmovedor final (el montaje de besos prohibidos) sino a lo largo de toda la cinta. Como bien sabes, el cine es el refugio de muchos de nosotros y en el pequeño pueblo italiano en que transcurre la película, Alfredo (impagable Noiret) es el mago que consigue evadir y hacer soñar a sus pintorescos habitantes. Procedan de donde procedan, ricos y pobres quedan hipnotizados por el poder del cinematógrafo, retratado aquí con cariño y bajo una óptica costumbrista. Y digo yo: ¿Qué hay de malo en verse reflejado en los ojos de Totó en una oscura sala de cine? ¿qué hay de malo en dejar que la nostalgia sea a veces nuestra compañera de viaje? ¿Qué hay de malo en dejarse cautivar por la inocencia de otros tiempos? Pues yo se lo digo, no hay nada de malo. En tiempos de hipermedicación ver Cinema Paradiso es la mejor terapia. Por último, alegaré que en contra de lo que dices, la obra de Tornatore deja un final triste pero feliz, porque el protagonista se ha reconciliado con los fantasmas de su pasado, ha regresado a sus orígenes y lo que es más importante: ha vuelto a abrazar la vida gracias de nuevo al cine. ¿Puede haber un homenaje mejor?
¿Con quién estás de acuerdo?Cartel y trailer facilitado por A contracorriente films, distribuidora de la cinta