La izquierda en América Latina ha pasado por un proceso que algunos especialistas califican de crisis, retroceso o desarticulación. La realidad actual de nuestra región es la de una derecha que ha retomado el poder en la mayor parte de sus países.
Este cambio está dado por una serie de características que han mostrado los diversos movimientos progresistas que llegaron al poder en la década pasada. También han influido en esta situación factores externos que pasaremos a explicar más adelante.
Entre las características más importantes está la manera de alcanzar el poder por parte de estos movimientos o partidos políticos: la vía electoral. Si bien constituye una de las vías para alcanzar una posición que permita la realización de cambios en las diversas sociedades, la práctica ha demostrado que quizás no sea la más eficaz.
Uno de los problemas es que para llegar al gobierno de esta forma estos movimientos deben promover pactos con sectores de derecha en aras de alcanzar el apoyo necesario. Esto tiene como resultado que en ocasiones se vean imposibilitados de aplicar las transformaciones que proyectaron en sus campañas.
Sin embargo, el empleo de las estructuras creadas por el propio sistema capitalista para gobernar es el principal obstáculo. Al no poseer el control sobre los principales medios de producción se les dificulta la realización de sus programas de gobiernos.
Las transformaciones reales de un país solo son posibles si se posee el control de la economía de este y no se permite, de esta manera, la intervención de otros factores en el gobierno. Esto no sucede en la mayor parte de los países latinoamericanos, que están coartados por los sectores que ostentan el poder económico.
Si a esto le sumamos la injerencia de potencias extranjeras, fundamentalmente Estados Unidos, en el control de sectores económicos importantes, la situación se les complica un tanto a los sectores de izquierda. Para lograr romper esas cadenas se necesita una revolución social que permita arrebatar ese control en las diversas esferas de la sociedad.
Aquí entran a jugar características que impiden que el proceso se desarrolle de la manera antes mencionada. En primer lugar, se debe señalar que generalmente los principales movimientos, partidos políticos y organizaciones sociales a lo interno de los países responden a tendencias heterogéneas. Buscan objetivos aparentemente diferentes y se encausan a resolver problemas puntuales y no son capaces de percatarse de la necesidad de la unidad.
De esta se desprende también el hecho de que existan a lo interno de esas organizaciones confusiones ideológicas, divisiones y una insuficiente conciencia que les permita proyectar un plan común. A esto se une el debilitamiento que se ha notado en los últimos años del discurso antiimperialista y antineoliberal. A pesar de que se ha rescatado en alguna medida a partir de las políticas aplicadas por Donald Trump hacia Venezuela sigue siendo ineficaz en su mayor parte.
La no conciencia de los daños que hacen las políticas neoliberales no es tan acuciante como la escasa comprensión de las capacidades que tienen los países imperialistas para hacer colapsar los procesos que afectan sus intereses. Si bien, este discurso ha estado en los principales líderes de izquierda en América Latina, no ha logrado calar en sus seguidores ni en los pueblos que son quienes los mantienen o no en el poder.
Y entramos así en otra característica importante de nuestra izquierda: el papel de los líderes. No se puede negar la importancia que tiene la persona que esté al frente de un movimiento o partido, pero el problema es que toda la actividad recae en ella y en ocasiones no existe una adecuada política de cuadros.
En la actualidad se nos han presentado dos ejemplos claros de esta dificultad: Ecuador y Brasil. En el primero Rafael Correa promueve a Lenin Moreno como su sustituto una vez que termine su mandato. Al ser la palabra de su líder, la mayoría apoya al nuevo candidato. Hoy Ecuador vive las nefastas consecuencias de esta decisión, pues Moreno revierte casi a diario las medidas tomadas al calor de la Revolución Ciudadana.
El segundo caso es, si cabe, más escandaloso. Nadie puede negar las cualidades de liderazgo de Luis Inácio Lula da Silva ni todo lo que avanzó ese país bajo su mandato. Sin embargo era casi obvio prever que el gobierno de Michel Temer no iba a permitir la salida de prisión de este gran líder.
Se intentó, a un mes de las elecciones, presentar a Fernando Haddad como candidato, sin embargo, este no contó con el apoyo mayoritario. Esto podría deberse a la poca proyección que tenía su imagen en la población brasileña. Como consecuencia vive Brasil bajo el gobierno de un hombre que parece querer seguir los pasos de Donald Trump a toda costa.
Estados Unidos es, sin duda, un actor fundamental en la situación actual de esta región. La administración de Barack Obama continuó las acciones para destruir nuestra izquierda con la utilización de la guerra no convencional. El actual gobierno mantiene una política férrea de confrontación directa con los gobiernos progresistas que aun sobreviven. Estrategias diferentes con un objetivo común.
Por estas razones, hoy en América Latina sobreviven pocos gobiernos progresistas. Cuba, Nicaragua, Venezuela y Bolivia son los que quedan de aquellos que consolidaron la concertación en nuestra región a través de la CELAC. Sin embargo son mantenidos bajo asedio por parte de los gobiernos imperiales.
No es posible prever un fortalecimiento de la izquierda en el corto plazo si no se logran cambiar las características explicadas anteriormente. Cuando los pueblos sean capaces de entender la importancia de desbancar el sistema en su totalidad estaremos a las puertas de las transformaciones que nuestro continente tanto necesita y de lograr la verdadera independencia.