Año: 2015
Editorial: Autopublicado
Género: Novela corta
Valoración: Muy recomendable
Gustazo máximo, placer supremo, alegría sin límites, y así hasta el infinito (sin exagerar). El motivo no es otro que dar con una obra que me entusiasme sin esperarlo, que me sorprenda para muy bien, que me alegre la semana, vamos. La culpable es esta novela corta autopublicada: No quedan hombres justos en Sodoma.
Abel el tarado regresa a su pueblo tras haber participado en la Guerra Civil española con los nacionales y en Stalingrado con los nazis. Se encuentra con el país miserable y desolado que dejó atrás y también con que tiene que pagar una cuantiosa deuda contraída por su hermano, por lo visto, recién suicidado.
¿Qué es lo que más me ha gustado de este libro? No lo sabría decir, y es precisamente eso lo mejor de todo. Paradojas aparte, No quedan hombres justos en Sodoma es una obra redonda, completa, que rehuye de grandes pretensiones y con muy poco consigue armar una historia sólida, seria e impactante. Cuenta a su favor con un estilo duro, árido, áspero, que hiere de lo directo que es. Es por todo ello por lo que me ha recordado en varias ocasiones a obras tan significativas como La familia de Pascual Duarte o Las ratas. Javier Font demuestra poseer un pulso narrativo siempre firme, apoyado en unos personajes que, si bien no son el no va más, sí que destacan por miserables y mezquinos. Todos están podridos por dentro, arrastrados por la ola de cieno de la postguerra en ese pueblo que todos conocen como Sodoma. Esto confiere un realismo cruel a los hechos.
Sin embargo, este libro es capaz de aunar con gran maestría realidad e irrealidad. No son pocas las pistas que sugieren que la acción se desarrolla en un lugar fuera del espacio y del tiempo. La escasez de referencias claras, el uso repetido de nombres del Antiguo Testamento, o el acecho continuo de la muerte nos hacen pensar en que esta historia tiene lugar en un plano distinto al nuestro, en una especie de purgatorio. O infierno. A esto contribuye lo poco que el autor hace por situar al lector en el escenario de los hechos; si esta novela fuera una obra de teatro, sus escenas se podrían representar sin decorado (y casi sin iluminación), lo que sirve para dar mayor fuerza todavía a lo que está ocurriendo.
No he terminado todavía, no podría hacerlo sin haber subrayado primero lo creíbles y contundentes que son los diálogos. De nuevo, y como no podría ser de otra manera, las conversaciones son corrosivas, punzantes, dan la información precisa sin explicar nada. Un acierto más en este cúmulo de alegría literarias que es No quedan hombres justos en Sodoma. Que os lo recomiendo. Mucho.
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