Jaca

Por Orlando Tunnermann
JACA
MIRADOR EN JACA CON EL MONTE OROEL AL FONDO
Nuevamente quieren mis pasos recorrer nuevos caminos de piel nacional. Jaca es el lugar donde me hallo. Circuida por los ríos Gas, Aragón y el monte Oroel, se me antoja Jaca animada, pedregosa, paseable, nimbada de un ambiente sano y amigable.
Apenas queda nada ya de la primigenia muralla, tan sólo restos olvidados que pasan casi desapercibidos. Descubro poco a poco su casco histórico, que se encuentra a tiro de piedra del recomendable hotel donde me alojo: el Hotel y Spa Real Jaca.
Enseguida me topo con el convento de monjas benedictinas, Siglo XI, coloquialmente llamadas “Las Benitas”. Su campanario fue construido sobre el palacio de los Reyes de Aragón en tiempos de Felipe II.
“Las Benitas” llegaron a Jaca tras abandonar el Monasterio de Santa Cruz de Seros, fundado en 1555.
Quienes gusten más de paisajes y no tanta piedra se enamorarán enseguida de las vistas maravillosas del monte Oroel, declarado Paisaje Protegido de Juan de la Peña y Monte Oroel, e incluido en la Red Natural de Aragón. Se puede ascender por la cara norte desde el parador de Oroel, a tan sólo 9 kilómetros de Jaca, y llegar hasta la cruz de hierro en la cima.
Retorno a las bellezas del casco histórico de Jaca para perderme en la que fuera hasta el siglo XVII la antigua zona de judería: calle del Febrero de 1883 y aledañas. Estamos en fiestas y esto está muy animado.
Es muy curiosa la Torre del Merino (Recaudador del rey), en la calle de Sancho Ramírez. Y digo curiosa debido a la estrambótica efigie de Ramiro I, primer rey de Aragón, en pose de cabaretera de tugurio, nada apropiado para un monarca.  RAMIRO IEste lugar fue Ayuntamiento y cárcel; actualmente sede de la Comunidad de Trabajo  de los Pirineos.
Es bonito el Ayuntamiento plateresco aragonés, (1545), obra de Juan de Rosellet. Aquí tendré conocimiento del curioso Consejo de Cientos (1235), fundado con la idea utópica de que 100 hombres justos, algo impensable en nuestros días, gobernaran la ciudad con honestidad y rigor.
Sigo ruta a través de la calle Obispo y aledañas, donde prevalece ese halo divertido y juvenil que caracteriza a los pueblos en fiestas.
Arribo casi sin pretenderlo hasta la Plaza de la Catedral. Me adentro en el recinto sagrado sin preámbulos. Se trata, observo enseguida, de una construcción fascinante, sobria, proclive a buscar el refugio de las sombras.

Construida en tiempos de Sancho Ramírez, (finales del siglo XI),  está considerada como una de las joyas del románico del Camino de Santiago aragonés.

Me enerva un poco el hecho de tener que estar echando monedas de un euro, yo mismo o cualquier otro, da igual, el caso es pagar, para poder vislumbrar la grandeza de esta catedral. Cuando queda iluminada brevemente puedo avizorar la gloria de los techos góticos, las capillas laterales barrocas, góticas y renacentistas como la de San Miguel o Santa Orosia, patrona de Jaca. Son increíbles los frescos en las paredes y el retablo barroco rococó del siglo XVIII, flanqueado por maravillosas columnas salomónicas.
Son alucinantes también las pinturas de Bayeu en el ábside principal. Justo debajo encontramos tres urnas preciosas, que corresponden a Santa Orosia, San Indalecio y los hermanos San Félix y San Boto.
Asombroso también es el retablo en piedra de la Santísima Trinidad.
Dejo atrás la catedral para dirigirme ahora a La Ciudadela o Castillo de San Pedro, una fortaleza pentagonal construida en tiempos de Felipe II por Tiburcio Spanocchi. Presuntamente, si bien yo no los he visto, en el foso, donde jamás hubo agua, ahora habitan unos ciervos.