El Nuevo Bob Dylan. Otro más. O el tercer hermano de la Dinastía Gallagher. Estas dos y más analogías-comparaciones se soltaron en el aire junto con el debut discográfico de un niño que recién cumple sus 20: Jake Bugg, el pibe que vino a devorarse el mundo a fuerza de guitarrazos. Hace poco más de un año y medio, su aparición impactó no sólo por la frescura y la potencia de las canciones: quedamos boquiabiertos al enterarnos que el autor de las mismas tenía 18 años.
Y a los dieciocho, como si fuera un tipo que ya la vivió, Bugg cantaba que... ¡bebía para recordar y fumaba para olvidar! Gracias a Two fingers, el gran hit del primer álbum -que lleva su nombre, y ya- aprendimos que el fuck you en Inglaterra es válido también enseñando dos dedos: el del medio, pero además el índice. Acá, mostrando esos dos levemente abiertos, somos compañeros peronistas; allá, casi con lo mismo, te están haciendo un fuck you gigante. Sabelo. Bugg, como Dylan, le hace ese fuck you gigante al ayer. Y al dolor. ¿Por qué? Porque “algo está cambiando”. No hace falta que les diga quién dijo eso hace cincuenta años. Y no hace falta que diga que sí, que a partir de este tema de estribillo candente y letra pícara -ex-ce-len-te-, la vida de Jake Bugg cambió. Luego lo dirá él mismo.
Quizá la primera impresión acerca de su música nos haga pensar que este inglesito de Nottingham está vendiendo demasiado cuán joven es. Lo primero que deja rastro en la memoria auditiva es la urgencia de sus canciones, que parecen de un yanqui y no de un inglés. Esa prisa country-punk traducida a guitarras aporreadas -la influencia de los dylanes y youngs más electrificados, o del Paul Weller que tenía más o menos la misma edad que Bugg cuando rompía todo con los primeros discos de The Jam-, sumada a la voz de pendejo canchero que se las sabe todas. Algo queda claro a primera vista sobre Jake Bugg: la calle es su lugar.
Aunque con el correr de las escuchas y tras una lectura más atenta de las letras -sí, aunque muchas de ellas cuenten historias típicas de adolescentes, porros, noche, amores y amigos-, nos encontramos con las canciones de un sabio. Pareciera que todo hombre sabio tiene una consciencia distinta de la vida ya cuando teen. Acá en Argentina, tipos como Nebbia o Spinetta lo exhibían en sus canciones con Gatos y Almendra: reflexión y evocación, primero. Afuera, además del sabio de Minnesota, otros cerebros -atención: podrán ser rockeros, podrán ser reventados, pero primero son cerebros- tuvieron esa sensibilidad desde púberes. Algunos tenían tal consciencia que se murieron demasiado rápido y nos dejaron con ganas de más (pregunten en la recepción por Nick Drake).
Cuando arribamos al costado más folk de Bugg, ése en el que la música baja un cambio, podemos notar que el autor se pone reflexivo y entre rasguidos y arpegios de acústica también sale triunfante. Simple as this es el mejor ejemplo de esta faceta íntima: una hermosa canción de amor en la que el protagonista encuentra la cura a su bajón después de una búsqueda espiritual y supercherística poco exitosa. Cuando se acelera en la noche, en cambio, JB es capaz de asegurar que ya “lo ha visto todo y nada más puede impresionarlo”. Lo dice con tal actitud que no sólo parece hablar de la noche en que se clavó un par de éxtasis, sino de la vida toda.
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A fines del año pasado, con los ojos de la prensa británica ya posados sobre él y nada menos que Rick Rubin como productor, Jake Bugg sacó su segundo disco, Shangri La. Cualquiera habría esperado un tiempo más, pero la inspiración de Bugg parece ir de la mano con la urgencia de sus canciones más punzantes. Rubin le deja menos lugar al cancionista folk e, inicialmente, el disco parece una repetición del primero sin tanto momento slow. Pero, tras un par de escuchas, notamos con alegría que no es así, que las canciones están y las influencias se han ampliado (¿Tom Petty? ¿R.E.M.? Escuchen).
El mérito de Rick Rubin en Shangri La es haberle dado más profundidad en el sonido a canciones que tenían una simpleza desde lo estructural pero un contenido notoriamente hondo. All the reasons y Simple pleasures son muestras perfectas de ello, por su tempo y su duración. Hay más aire.
En Me and you llega la pronta reflexión sobre la fama y el mencionado “cambio de vida”: de la tranquilidad del pueblo y los amigos al asedio permanente de fans y prensa; el tipo se queja porque no puede estar tranquilo con su novia y está rodeado de guardias y paparazzis. O sea: si Me and you no fuera un temazo, podríamos decir que Bugg es un pendejo engreído. Probablemente lo sea. Pero parece que el niño está listo para llenarnos de buenas canciones. Entonces, haz lo que yo digo pero no lo que yo hago: con Jake Bugg, todavía tenemos mucho por ver.
[Publicado en Revista Domo en marzo de 2014, antes de ver a Bugg en el festival Lollapalooza y enamorarnos definitivamente.]