Kraus es un caballero de pies a cabeza. Su verdadera época es la Edad Media, y es una lástima que no tenga a su disposición el siglo XII. Es la encarnación de la fidelidad, la diligencia y el altruismo discreto y desinteresado. Sobre las mujeres no tiene juicio alguno, se limita a venerarlas. ¿Quién recoge del suelo lo que deja caer la señorita y se lo alcanza con la rapidez de una ardilla? ¿Quién sale corriendo a hacer cualquier recado? ¿Quién carga la cesta de la compra de la maestra? ¿Quién friega la escalera y la cocina sin que haga falta ordenárselo? ¿Quién hace todo esto sin pedir siquiera que se lo agradezcan? ¿Quién está tan deliciosa y poderosamente contento de sí mismo? ¿Cómo se llama? Ah, yo lo sé. A veces me gustaría que Kraus me pegase, pero ¿acaso podría pegar alguien como él? Kraus sólo quiere lo bueno, lo justo. Y estoque digo no es una exageración. Jamás tiene malas intenciones. Sus ojos son aterradoramente bondadosos. ¿Qué puede desear un personaje así en un mundo como éste, adiestrado y programado para vivir de la garrulería, el engaño y la vanidad? Al observar a Kraus uno siente, sin quererlo, hasta qué punto la modestia se halla irremisiblemente perdida en este mundo.