Después de décadas escuchando música de las más variadas procedencias y estilos tendemos a pensar que es muy difícil que un disco nos sorprenda. Es cierto que muchas veces caemos en ese error que se suele sumar a una especie de compartimentación mental por la cual enseguida tratamos de aplicar a un músico una serie de categorías que nos hacen más fácil su asimilación y simplifican la labor de descubrimiento del mismo identificándolo con otros artistas que forman parte de nuestro bagaje como oyentes.
No podemos negar que esto es algo muy útil en la mayor parte de los casos. Alguien nos habla de un artista, nos facilita una breve descripción de su estilo e inconscientemente nos hacemos una idea del tipo de música que hace y de las referencias con las que lo podemos comparar. Lo cierto es que con el paso del tiempo, este tipo de clasificación suele funcionar bien en la mayoría de casos pero todavía quedan ejemplos que nos descolocan por completo. Artistas a partir de cuya descripción nos hacemos una idea que salta en pedazos en cuanto empezamos a escuchar su obra pero la cosa no se queda ahí. Tras los primeros instantes de esa audición, volvemos a hacernos una idea acorde con nuestros esquemas sólo para comprobar momentos más tarde que también ésta era errada.
Este proceso, repetido una y otra vez de forma continua es el que sufrimos el primer día que escuchamos la música de James Forest: esquemas mentales, prejuicios y barreras que caían uno detrás de otro como uno de aquellos gigantescos dominós que de vez en cuando aparecían en la televisión de nuestra infancia. El resultado final era tan bello como demoledor y esa es una descripción que podemos aplicar perfectamente al disco que comentamos hoy.
¿Quién es James Forest? La información que hay sobre él en la red es escueta. Se define como un viajero incansable con un rasgo intransferible: una guitarra siempre a cuestas. Nacido en Quebec, en sus apenas 30 años, el músico ha vivido en Pakistán y la India además de pasar largas temporadas en Europa. Con estos datos sería fácil hacernos una idea simple de Forest como un cantautor al uso pero nos equivocaríamos por mucho. Su música parte de la guitarra pero va mucho más allá. La electrónica surge por todas partes para transformarlo todo. Los arreglos y mezclas se alejan de los caminos trillados y nos dejan sin referencias claras. En su aún breve carrera, Forest mantiene activos distintos proyectos: sus trabajos en solitario, su banda James Forest & the East Road y June in the Fields, su dúo con Mélissa Brouillette, también miembro de East Road.
El disco que comentamos lleva como título, sencillamente, “James Forest”. El músico interpreta todos los instrumentos y cuenta con la colaboración de Alain Quessy como segunda voz y guitarra en algunos temas del trabajo.
“She Turns Me On” - Forest nos recibe con una serie de sonidos electrónicos acompañados por guitarra acústica piano y el clásico sonido del Fender Rhodes. Como presentación resulta impresionante pero aún es mas impactante cuando empieza a cantar con una preciosa modulación electrónica mientras dialoga consigo mismo a dos voces. De fondo escuchamos un sonido de órgano exquisito mientras la pieza inicia un viaje hacia los sonidos más etéreos que nos brinda la tecnología hoy en día. El final es una verdadera maravilla de electrónica clásica con una producción maravillosa. No se nos ocurre ningún músico que haga algo parecido a lo que hace aquí James Forest. Un verdadero espectáculo sonoro que hay que escuchar una y otra vez.
“Calm as the Ocean” - La canción se abre con un ritmo electrónico muy sencillo. Sobre él, se escuchan los primeros acordes de la guitarra de Forest y, a continuación, su voz. Es muy difícil escoger un punto fuerte en la música del artista quebequés pero, desde luego, su forma de cantar sería uno de los claros candidatos. Su voz es frágil, vulnerable, pero tremendamente expresiva. Aquí, tras un inico muy calmado se ve rodeada de una electrónica cada vez más oscura que se desarrolla en un amplio pasaje final muy evocador.
“My Peaceful Games” - Es la guitarra acústica la que nos recibe ahora con unos acordes placenteros que nos trasladan a los pasajes más íntimos de un Yann Tiersen o un Steven Wilson (son referencias con poco en común entre sí a primera vista pero ya hemos dicho que Forest no es un artista nada fácil de clasificar). La balada pasaría por una canción tranquila más de las que tantas veces hemos oído pero, una vez más, el desarrollo es lo que la hace diferente. La sencilla adición de una sección de cuerda electrónica sirve para dar una nueva profundidad a la primera repetición de la estrofa y las segundas voces de Alain Quessy ayudan a amplificar ese efecto.
“The Same Old Story” - No nos cuesta reconocer una notable influencia del piano de Rick Wright en los mejores momentos de Pink Floyd en el comienzo de esta pieza. Con ese acompañamiento escuchamos a Forest cantando con su estilo particular otra balada tenue, inapreciable hasta llegar a un breve interludio pianístico que marca el comienzo de la parte final, en una linea similar al resto del tema.
“My Rainy Days” - Retornamos al formato de guitarra y voz por unos instantes (voces, puesto que Quessy vuelve a colaborar aquí). Forest posee una voz muy peculiar que podríamos encuadrar en esa tendencia de los últimos años a mostrarnos cantantes diferentes con timbres frágiles y desvalidos. Pensamos en el malogrado Jeff Buckley, en Thom Yorke o Anohni. Sin ser necesariamente parecido a ninguno de ellos, Forest canta con un estilo tan personal como cualquiera de los citados.
“Morning Walks” - Cambiamos de sonidos ahora para escuchar uno mucho más agresivo que podría proceder de un sintetizador o del propio Rhodes anteriormente citado con alguna modificación. Escuchamos el bajo eléctrico marcando el ritmo sobre el que entona su texto James Forest y la pieza se endurece definitivamente con la aparición de los teclados tipo mellotrón y la acerada guitarra eléctrica que lo acompaña. Es entonces cuando comienza a escucharse una secuencia electrónica que nos remite a los clásicos del género en su variante berlinesa. La coda final, que añade a esta influencia elementos minimalistas es un verdadero prodigio.
“Shooting Stars” - La última participación de Quessy como acompañante vocal (aún hará una colaboración más a la guitarra) se produce en esta delicada pieza que comienza como un tema acústico pero que va incorporando elementos electrónicos paulatinamente. Volvemos a pensar en Steven Wilson como referencia melódica y de producción aunque la personalidad de Forest es suficientemente fuerte como para destacar por encima de cualquier influencia.
“The Calling Light” - Suena de nuevo el Fender Rhodes con un ligero aire “Beatle” en el inicio de la siguiente canción que es, probablemente, nuestra favorita de todo el disco. Tras un comienzo, más o menos convencional asistimos a un cambio de acordes que anticipa un giro importante. Escuchamos entonces un sólo de sintetizador que nos hace entrever la sombra de los Pink Floyd de “Welcome to the Machine” aunque ligeramente más civilizados. De repente, sin previo aviso, nos introducimos de lleno en un pasaje electrónico de gran categoría imposible de adivinar por el desarrollo de la canción. La cantidad de ideas que pone en juego en este disco James Forest nos deja sin habla durante toda la escucha. La mezcla de estilos es de una audacia digna de admiración y la soltura con la que el artista los maneja es impresionante. Sólo la sección electrónica final de esta canción justificaría discos completos de otros artistas.
“Morning Breeze” - Seguimos moviéndonos por terrenos psicodélicos en la siguiente canción. Bajo la forma de una balada acústica, Forest incorpora elementos sintéticos y, una vez más, finaliza con una coda arrolladora a base de secuencias que viene precedida de un exquisito pasaje electrónico. El contraste entre formas musicales tan diferentes que nuestro artista realiza con la mayor naturalidad es fascinante.
“Beautiful Day for the Road” - Nos acercamos al final con otre gran canción que comienza con la guitarra eléctrica dibujando una melodía con tintes de himno y alguna lejana reminiscencia celta. No necesita mucho más nuestro artista para construir a partir de ahí un tema muy emotivo. Como es ya marca de la casa, en los últimos instantes aparece la electrónica para poner la guinda fina al tema de un modo muy elegante.
“Long Time Gone” - La despedida opta por el intimismo de la guitarra acústica en uno de los escaso temas que podríamos calificar como “convencionales” en el sentido de que, por una vez, James Forest no hace saltar las barreras entre géneros y “se limita” a escribir una canción de tintes folclóricos con algún que otro arreglo electrónico al final y un cierre antológico con una guitarra eléctrica cargada de distorsión echando el cierre a un disco extraordinario.
La combinación de canciones sencillas, elementos folk, música electrónica de la mejor factura y una voz personalísima hace de este trabajo de James Forest una verdadera joya y algo verdaderamente único en su género (quizá Julia Holter podría pertenecer a una categoría similar). Aunque el disco tiene ya un tiempo (se grabó en 2014), lo consideramos uno de los grandes descubrimientos del año, mérito que tenemos que darle a Sarah Vacher de Luscinia Discos que es quien edita el trabajo y quien amablemente nos lo hizo llegar hace unas semanas. Estamos convencidos de que su escucha no va a dejar a nadie indiferente.