Hubo un momento en que se puso de moda la mezcla de géneros, la “fusión” lo llamaron, entre estilos musicales sin ninguna relación aparente entre sí que dio resultados grotescos en muchos casos pero también un puñado de obras notables. Esto fue algo especialmente habitual en los últimos años de la década de los ochenta y toda la década siguiente y uno de los contenedores musicales en el que más se dio este tipo de experimentos fue la llamada “new age”.
En ese contexto aparecieron discos que mezclaban electrónica con cantos de los indios americanos, con oraciones tibetanas o con “samples” de remotas tribus africanas o sudamericanas. También hubo cruces entre música celta y africana, entre música clásica y rock, entre jazz y flamenco... así hasta completar casi cualquier combinación que se os pueda ocurrir.
Ninguna música quedó libre de esta tendencia, incluyendo los cantos gregorianos que batieron records de venta en formatos muy diferentes que van desde los insustanciales tratamientos electrónicos de Michel Cretu y su banalización de una música sublime hasta sus “secuelas” a cargo de Mike Oldfield o Era. Por el camino, discos de canto gregoriano “puro” se convirtieron en superventas y experimentos verdaderamente inspirados como el disco que hoy traemos aquí se elevaron a los primeros puestos de las listas en países como Alemania.
La historia del disco parte, como tantas otras veces, de una casualidad. Manfred Eicher, la cabeza pensante del sello ECM se encontraba en Islandia grabando un documental titulado “Holozän”. La música que llevaba en el coche durante sus recorridos por el país procedía de dos grabaciones: una del “Tenebrae Responsories” de Carlo Gesualdo y otra de Jan Garbarek. Por algún motivo, esa extraña combinación terminó por fundirse en su mente, sumándose pronto a la mezcla una obra que le había impresionado vivamente unos años antes cuando la escuchó en un concierto en Sevilla: el “Oficio de Difuntos” de Cristóbal de Morales. Tras terminar la película, Eicher se puso en contacto con Garbarek y le habló de su idea. Una vez que el saxofonista dio su visto bueno, ambos procedieron a la selección de la música a interpretar. Cabe recordar aquí que dos de los pilares sobre los que se construye el sello ECM son el jazz y la música antigua por lo que un proyecto como este, muy arriesgado a priori para cualquiera, tiene mucho más sentido en el ámbito de una discográfica así. El hecho de tener en plantilla a algunos de los mejores intérpretes de ambos géneros, para qué engañarnos, ayuda mucho también a que el resultado sea satisfactorio y riguroso.
El disco iba a consistir en una grabación en la que la Hilliard Ensemble cantaría una serie de piezas compuestas entre los siglos IX y XVI. Al mismo tiempo, Jan Garbarek ejecutaría una serie de improvisaciones al saxo soprano inspiradas por la música que en cada momento se esté cantando. El concepto parecería descabellado a primera vista y destinado, en el más optimista de los casos a un público muy reducido. No fue así en absoluto y la grabación fue directa al número 1 en las listas de música clásica en Alemania alcanzando unas ventas estimadas de cerca de un millón y medio de ejemplares convirtiéndose, de largo, en el disco más vendido de la historia de ECM como sello lo cual no es un éxito menor.
La selección musical del disco es impecable y, además del “Parce mihi domine” del citado “Oficio de Difuntos” de Cristobal de Morales (que aparece en tres ocasiones en la grabación, una de ellas sin el saxo de Garbarek), podemos escuchar obras de Pierre de la Rue, Perotin o Guillaume Dufay, además de varias piezas anónimas centroeuropeas e inglesas de los siglos XIV y XV.
Es este un disco delicioso del que podríamos caer en la tentación de decir que es también único en su género pero no es así ya que unos años más tarde, los mismos protagonistas grabaron una secuela titulada “Mnemosyne” y más recientemente otra de título “Officium Novum”.