Escotoma: UNA MUJER LO DA TODO
La hija de los hiperbóreos estaba predestinada desde su nacimiento para ser una sacerdotisa, su cabello ensangrentado y sus grandes ojos inundados, náufragos, fueron la confirmación de que aquella criatura era descendiente de los hijos de sol, de aquellos que tomaban su poder de una extraña relación entre el fulgor y la abundancia.
Ella estaba destinada a ser la resguardadora del fuego, entre sus poderes podemos citar: La haemolacria, la mirada fulgurante, la sanación boreal, la Hiloclastia, el aporte, y la clarividencia. Lida supo desde pequeña que su misión consistía en orientar a los humanos hacia la comprensión del tiempo, ese animal varado en la memoria; ella sabía que su mundo ese mundo real y tenue sólo era el acontecimiento veraz de lo que sucedía en el vacío que quedaba como invisible entre las otras cosas, entre las otras dimensiones. Lida supo que nada estaba desocupado, que lo invisible no existía y su sangre se pobló del reino subterráneo. Toda su raza sobrevivía totalmente la relación entre las dimensiones, entre un salto de una brana a otra brana o de un bulk a otro bulk, más no reconocían el principio de la ocupación que parecía volver loca a la vidente de los ojos abisales.
Mientras ella estuviera viva y vidente, Marcial no podría realizar ningún juego de vampiro y capa, de derrumbe o terremoto sorprendiendo al espanto, ya que el más mínimo pestañeo cerca de lo inexplicable sería percibido por la cabeza enrojecida de la inescrutable Lida.
Pero Lida cayó en la oruga de la nostalgia, ese fenómeno que arrastraba a todas las de su especie hasta el estado de Hikikomori, aquel fenómeno la llevó a la perdida de todos sus poderes, a la alienación y a la saudade.
Esto se debía al amor: mujeres que habían nacido bajo el signo de los aludes, de la ola o la estampida, mujeres que habían nacido para darlo todo por un bebé o un abrazo habían perdido en esa misma entrega y Lida fue una de las tantas degeneraciones de la fatídica tragedia de la nostalgia del cielo.
En poco tiempo pasó de ser una total Hikikomori a ser una fantasma. Ya que “todo fantasma como su atributo lo confirma, no se vincula a emplazamientos ni a épocas sino a personas”, Lida se la pasaba con la mirada perdida, deambulando como una estatua de sal, en sus recuerdos; fue el fantasma más triste de aquella época.
Había muchas clases de tristes, de aquellos que suelen dejar pegada el alma a los cristales de los buses o mendigar llantos en cualquier recodo de ciudad cuando cae una tormenta, de aquellos tristes empalados a su camisa de fuerza en el borde de la cama de un día infinito. No había nada que hacer, ni que temer, la idea del suicidio en esta clase de objeciones rotundas no lograba mella, tan sólo la corrosión del olvido los desaparecía poco a poco.
Los cuadros más intensos de la historia están amarrados a estas hogueras, a estas terribles esperanzas que se quedaron convertidas en hongos y después en nada. Los fantasmas son personas con una fuerza tremenda para dejar intranquila el alma, para desalojar, para proponer el escalofrío y la zozobra, nada más tremendo que un fantasma para sentir toda la soledad. Lida se había convertido en esa terrible cosa que moraba errante entre la pena y la saudade.
Podríamos decir que lo que sufrió fue un escotoma; toda su vida había sido clarividente, una visionaria, una mujer que miraba con tal nitidez que hasta los mismos hiperbóreos admiraban. Sin embargo el estado escotoma comenzó a surgir y ampliarse en su campo de visión a tal punto de dejarla sumida en la tiniebla, cuando Favio partió un gran puntito negro comenzó a crecer hasta ser todo el universo, un universo que alienaba, que la arrinconaba de un solo manotazo en la más inextricable de las posiciones de bestia posibles, como un objeto derruido; su mirada deambulaba ciega entre los ruidos del día y la mal intencionada y silenciosa noche. Ese estado de letargo, de aflicción inconsolable comenzó a convertirla en un bicho raro, sin embargo su vida no había sido así, algunos días saltaba del charco amargo uno que otro croar, un croar perdido que poco a poco se convertía en grillo y luego en silbido de un viento obsedido en encontrar la nota del silencio.
Los ataques de somniloquía ya no se daban si quiera dormida sino que de pronto se le podía ver caminar en los ojos una preocupación del tamaño de un grito y comenzaba un galimatías que siempre terminaba con la frase “cuanto te extraño”.
Antes, mucho antes de conocer a Favio, Lida tuvo un destino, el artefacto se parecía mucho a las pequeñas matrioskhas que solía traerle su padre, siendo el amor el más pequeño de sus deseos.
El gigante de barba de musgo y que vestía siempre un bunad negro, solía tocar la sackpipa al anochecer; de cara al fiordo, el padre de Lida se empecinaba en un sonido mágico y misterioso que atraía a los osos polares y a los suicidas; cuando el véspero punteaba en el horizonte se colgaba el instrumento y comenzaba a interpretar con melancólica y atroz destreza la Szomorú vasárnap.
Su padre vagabundeó como un bomerang por todo el mundo, incansable vikingo, se lanzaba huracanado hacia ningún destino salvo su destino y de pronto un día sin saber por qué volvía tensionado por una elegante y majestuosa curva que lo obligaba a perderse en un regresar pletórico de desventuras, como si el camino nuevo fuera sólo, tan sólo la otra prolongación de una errancia absoluta que lo dejaba siempre al borde de la puerta de su amada esposa.
El señor Faudel sabía muy bien que cada partida no era más que una diversión de su secreta forma de rodar en sí mismo y de girar siempre hacia el inicio. Su vida entera se había basado en esos ejercicios de precesión giroscópica; al principio no lo notaba, sentía que volver era una forma de resguardarse, de regresar, por así decirlo, para planear algo nuevo y sentirse cómodo, pero poco a poco y tras ciertas huidas de lugares originarios, de puntos de partida eclipsantes se fue percatando que su movimiento hacia delante desde un punto fijo tenía que ver con la fuerza de salida que impusiera a su deseo.
Cuando entendió que esas fuerzas lo único que hacían en cada viaje eran crear un torque debido al antagonismo de sus aspas de libertad, el hombre comenzó a pisar el mundo con la esperanza de encontrar un imán lo suficientemente fuerte para fundar una historia.
Faudel vagaba al principio, luego se dio cuenta que sus viajes ya tenían una ruta trazada, que el giro, en partida, estaba predestinado, lo único que variaba era el punto de donde salía, estos puntos se daban gracias a que a veces el bomerang de su destino no caía del todo en el origen sino en lugares espiralados que concentraban otras dimensiones. Así comprendió que podía avanzar entre las manos del destino para ser arrojado a la geografía de ese parque mundial que era el futuro, su familia y su muerte.
Toda la vida intentó escaparse de su sino de
bomerang. Sólo hasta que nació Lida pudo sortear el resto de sus días con su traslación. Le encontró un propósito a su vicio y Lida se convirtió en la mano que lo lanzaba a capricho para que le trajera las mejores aventuras.Murió azotado por la felicidad; el corazón se le estalló en plena despedida, el avión voló hasta desaparecer entre las nubes y él, adherido a los ventanales de despedida, no caía. Un transeúnte en la sala lo tumbó al tropezarlo sin querer y supieron que hacía mucho había fallecido pegado al cristal. Su mano de salamandra se había quedado petrificada en el gesto del adiós. Su mujer, recolectora de moras y flores silvestres, aquel día no llevó nada coleccionable a la guarida, toda la noche se la pasó con la hoguera encendida pintando en la pared de su ordenador el retrato de un hombre cazando, retando la naturaleza, enamorando y envejeciendo junto a la fogata de una familia.
Nada había cambiado, salvo todos los poderes, el hombre seguía siendo ese mismo animal de las cavernas.
Una guitarra se rasgó toda la noche sobre el cielo y Lida en aquel avión que la llevaría hasta los brazos de Favio, viajó, dentro de aquellas tinieblas de disturbio aéreo, pensando en la libertad que apenas comenzaba, ignorando, que en aquel aeropuerto había dejado un padre muerto. Fue lo único que nunca pudo vaticinar, no lloró sangre, no tembló, nada pasó, salvo las turbulencias, el viaje no pudo ser mejor.
Lida jamás supo que su padre había muerto con la mirada fija en el avión. Cuatro años más tarde en playa escondida en el puerto de Vallarta, supo que era la sacerdotisa resguardadora, la gran hiperbórea. Su mirada fulgurante destapó un agujero de dimensiones desorbitantes en la isla, aquel día tuvo su primer encuentro con un bogeyman.
Favio estaba su lado, desde entonces ambos supieron que la mirada fulgurante se lograba sólo cuando uno de los dos estaba en peligro. El bogeyman había arrinconado a Favio en uno de los arrecifes, el guardián estaba herido y el espectro alargado, ese bogeyman sulfuroso, sonreía hasta enrojecérsele el alma, tenía una satisfacción que sólo calmaría con el placer de la muerte de Favio, pero Lida brilló como una bengala nuclear y la gran caldera quedó para siempre en la isla con una salida tunelesca como de grito hacia el mar. Favio casi muere a manos ya no de bogeyman sino de Lida, el poder había sido tan fuerte que las dallas en el cuerpo de su amado estallaron al instante, sólo se podía entrever la piel común y corriente entre las ulceras y las quemaduras. Agradecido, sin embargo, le hizo jurar a Lida que jamás le viera su mortalidad o él desaparecería para siempre.
Favio desenredó su película y ambos se fueron a recorrer el mundo, al contrario de su padre la condición de Lida era la de una huida. Su mejor semejanza musicalmente se podía encontrar en la canción, del compositor alemán Johann Sebastian Bach, El arte de la fuga. Cuando lucharon en puerto Vallarta contra el bogeyman, Lida pasaba por su segunda fuga, desde entonces le quedarían doce fugas más, sabiendo de antemano que su última fuga quedaría incompleta.
La primera fuga la vivió en Longyearbyen, la aldea donde pasó su infancia. La haemolacria no se hizo esperar, Lida tenía seis años, sentada en la sala de su pequeña casa de madera de techo a dos aguas, la niña dibujaba, como todos los demás infantes del pueblo, soles inmensamente amarillos, tres se hallaban ya ubicados en las ventanas, faltaba el cuarto, los retratos del sol, parecían lámparas finísimas iluminando el interior de la casa en esa prolongada noche ártica, unos segundos antes de terminar el cuarto sol, Lida lloró, la sangre corría lentamente, casi coagulada ya por sus mejillas. Madre y padre se hallaban afuera contemplando la bahía; Lida corrió hacia sus padres, desde Icefjord una estampida de influenza se acercaba al pueblo, Lida alcanzó a realizar la conexión con sus padres, se agarró fuerte de sus manitas y mientras ellos pensaban que veían, abrazados, a su hija, la más hermosas de las noches, Lida utilizaba el Aporte para que el virus los atravesara sin dañarlos y siguiera su estela de muerte sobre el pueblo.
Aquel día su cabello se pintó de un raro color, como si se quemara, al día siguiente sus padres encontraron una pluma de pato eider sobre la almohada de la chiquilla. Tres días duró perdida en el bosque, cuando la hallaron tenía una sonrisa que señalaba a los muertos congelados.
Cuando Favio desapareció, Lida había consumado su treceava fuga; la última lucha junto a su amado la consumaron en tepuy Roraima. Marcial, el último annunaki, estaba a punto de accionar el atu waa; el sacerdote fangoso había predispuesto todo, tenía dos grigoris torturados, atados a las tres estatuas de Laguluga, sobre sus espaldas se podía ve como les había arrancado las escapulas y los brazos desnudos de dallas parecían dejarse morir colgando en la pena. Nadie sabía lo que iba a acontecer en aquellas montañas tabulares, sin embargo, gracias al disco de Nebra, Favio había logrado reflejar una fecha peligrosa días atrás de que aquel ritual se consumara, en eso días el mundo estuvo en manos de Lida y Plagnol el descifrador.
En el momento que Lida lloró, Plagnol, un slederman converso, tele transportó a la pareja hasta el lugar del rito. Aquella lucha fue épica. Marcial tuvo que huir, el atu waa fue protegido y las estatuas de Lugaluga junto con la palabra Zidur de poder fueron enterradas en el Anemonomicon, el gran grimorio de las ánimas.
Sin embargo, en aquella victoria Lida lo perdió todo. Algo vio en Favio que no debía observar, algo secreto y que no podía conocer se dejó señalar en aquella guerra. Favio desapareció y poco a poco los poderes de Lida fueron apagándose hasta su extinción, El pequeño Gustav, el último hijo guardián, quedó acompañado de un fantasma mientras crecía como un chico normal y corriente olvidando muchos aspectos necesarios para su supervivencia contra los sacerdotes fangosos. La, antes, protectora del fuego, se convirtió poco a poco en niebla, como Psique, Lida nunca más volvió a llorar.