Hay días en que imagino a Isabella salir de casa. Pensar que fue secuestrada y que cualquier proyección es tan sólo el resultado de mi propia necesidad de creer en su supervivencia me genera un permanente estado dubitativo. ¿Cómo seguir con Isabella luego de saber que fue secuestrada?, ¿cómo seguir con una farsa como esta después de informarme acerca de esos objetos ilusorios que bien daban para empujar la cárcava de mis propias expectativas? Sólo tenía dos alternativas. Una, dejar que la historia muriera con sus personajes maduros, listos para comenzar cualquier vorágine, dejarlos allí abandonados a la inanición, entregados a la luz de una aporía mortal o ensayar caminos, surrealistas escapes que fuesen capaces de hacer salir a la mosca de frasco.El meollo de este inquietante acertijo se hallaba justo en los costados ulteriores después del encuentro del 21 de marzo.Es claro que los guardianes ganaron la batalla y que aquellos chicos pudieron resolver con libertad y tranquilidad su romance.Creer en una victoria era lo más aconsejable. Aunque esta se hubiese perdido, de todas formas viviríamos a merced de un espejismo esperanzador interpuesto por los caprichos de Marcial.No obstante pude imaginar la evolución de ese amor verdadero, de ese truco de taumaturgo venido a pedir de boca para apaciguar el temperamento de todos los que necesitábamos de una historia de amor.Para poder creer en esta falsa emulación tuve que confesar la fuente de dónde había robado las ideas necesarias para lograr todo el escrito, por un lado se trataba de denunciarme a mí mismo, de dejar expuesta mi reputación como psiquiatra y a la vez de poner sobre el filo de la navaja la reputación de mi mejor compañera; por el otro lado podía ingeniármelas y considerar otra resolución, una más literaria, una donde un innombrable ser consagrara una catarsis polifónica: esta última me gustaba, daba pie y pretexto para que mi novela no pasara a ser un mamotreto más entre tantos y tantos libros de misterio sino que se encadenara a la tradición de las narrativas canónicas. Sin embargo opté por el testimonio.A decir verdad, luego de mi experiencia con Zygnosis mi mundo cambió para siempre, me era necesario dar a conocer lo que este hombre me había contado durante tantas y tantas sesiones, tenía que hallar la forma, aquel paciente me había hecho creer en algo especial. Cuando comencé a escribir la novela sólo tenía claro algo. Marcial había ganado. Yo no sé escribir muy bien, salvo los informes psiquiátricos nunca me he resuelto a otra cosa que no sean meros ensayos especializados en mi saber. Por esta razón sufrí una especie de coma literario durante los primeros tres años, ya que no lograba visualizar a Isabella. Si embargo un día ella se me hizo veraz, incuestionable demasiado palpable. La pude ver serpenteando entre la avenida peatonal de la séptima; por aquella época dicha carrera se había convertido en la ruta artesanal más grande del país. El mercado y el carnaval comenzaban en la plaza de Bolívar dilatándose justo hasta la intersección vehicular de la torre Coolpatria de donde nacía el engranaje del nudo vial que daba pie a los megabuses articulados. Eran 21 largas cuadras enmarcadas por todo el paisaje urbanístico de una ciudad atemporal que parecía haber quedado resguardada gracias a esta invención política del resto de la monstruosidad de la urbe. La ciudad dentro de la ciudad, un contexto histórico y cultural que abarcaba los grandes monumentos, las quintas, los monasterios, las casas coloniales, los edificios de gobierno, los claustros, museos y bibliotecas más representativos como también los ejes ambientales, los teatros, los rumbeaderos, las zonas de esparcimiento y entretenimiento y el hotel- edificio más alto de Colombia. Desde el mirador del Bacatá se podía apreciar con mayor lujo este pequeño edén turístico que había logrado poner de nuevo a la Bogotá de antaño, con sus tranvías románticos tortugueando turísticamente de un lado para el otro, en el puesto de la Atenas suramericana.A Isabella le encantaba vivir allí, caminar y perderse en esa zona, siempre que podía, al salir del colegio, arrancaba y comenzaba su senderismo. Unas veces se le veía absorta en la cúpula de la torre Pasteur, otras se le podía retratar en los escalones extravagantes del museo de arte moderno o recostada contra la réplica del observatorio nacional en el parque de la independencia. Alguna vez la tuvieron que bajar de la reja del mirador de la torre Coolpatria y otras se le vio tomando fotos de esos viernes de pulgas donde podía encontrar a los personajes más excéntricos de la ciudad. El motor de ese comportamiento era sin lugar a dudas Gustav, desde que se dedicó por entero a Isabella, no dejaba de llevarla a los lugares más raros y misteriosos. Junto a él conoció los pasadizos secretos de Colombia linda, se metió por el entramado subterráneo de las alcantarillas revolucionarias que circulaban como otra ciudad debajo de los monumentos de la Pola, el Santander y las iglesias del eje ambiental. Así como se había perdido con Gustav en la casona de la librería Merlín atendida por el insólito Célico, así mismo aquel día pude verla desorientarse en el Zaguán de los fantasmas, aquel zaguán era un reducto entre dos edificios de la república que desembocaba justo en la boca de los túneles subterráneos de la trece que habían vuelto a funcionar con los tranvías.Allí en ese pequeño pasaje no mayor a una cuadra, se podía encontrar la vitrina de los esmeralderos y junto al negocio, la mayor cobertura de mercados oraculares. Era increíble ver como entre tanta gente práctica, obsesionada con el poder de las piedras se pudiese encontrar toda una mafia de estafa y mitología sin igual. Allí estaban los lectores de cartas, de tabaco, de dados, de manchas de café, de manos, de pupilas, haciendo su interpretación como si se tratara de un concurso de verdaderos chamanes de lo sobrenatural.Isabella también estaba allí, embelesada con aquel mundo fantástico, paseándose, casi flotando entre cada tienda abierta a los ingenuos. Pronto la vi internarse en uno de los establecimientos más arrinconados. En la entrada del negocio se encontraba una anciana que llevaba vestimenta de gitana, el tabaco entre sus labios se encontraba apagado, la anciana parecía dormitar y de vez en cuando se le notaba masticar en forma de ronquido afable el mal prensado tabaco.La mano de la gitana la retuvo decidida, al parecer Isabella había sacado de aquel mutismo a la anciana, al principio sintió algo de temor pero luego esta impresión delirante fue remplazada por la ternura. Veía a la vieja con algo de compasión, pero esa compasión pronto desaparecería. ― Tu fuerza vital está comenzando a perderse Isabella ―. Nunca sabré si fue Isabella lo que dijo o si simplemente fue bella lo que le susurró mientras volvía a prender el tabaco― ¿Qué?, ¿dime de nuevo, qué has dicho?― Eres un espejismo muchachita y estás enamorada ―. A Isabella le fascinó aquella frase, después de aquel encuentro y habiendo logrado controlar su temblor interno, fueron muchas las ocasiones en la que se le miró escribiendo esas palabras. “Tiznada” y “espejismo” lograron en ella un poder sobrenatural.― Quiero saberlo todo, anciana, si sabes leer la mano dime: ¿qué me depara el azar? ―. Era claro que Isabella estaba ansiosa y quería responder todas las dudas que le embargaban respecto a su romance.― Te leeré algo mejor mi niña ―. Ambas mujeres entraron perdiéndose detrás de unas cortinas y una puerta que parecía unir al establecimiento con alguna zona de embalaje, algo así como un san alejo, aquel portal mágico fue el receptáculo donde la gitana pareció de pronto rejuvenecer y adoptar un aire de matrona mitológica que le hizo recordar a Isabella aquellas mujeres arcaicas y temerarias que se hallaban en todos los escritos de la literatura de su más querido escritor. Era obvio que ante la María, El alférez real, Puerto silencio y El Mio cid, obras de obligada lectura en su Colegio; los libros de García Márquez tuvieran para ella ese enamoramiento tan especial, las narraciones se acercaban más a sus ardores juveniles, se identificaba con cada heroína y con cada romance y a pesar de que el Nobel era un escritor de tragedias, el mensaje que le dejaban a aquella joven era suficiente para resistir los rigores de la adolescencia. La gitana tenía ese aire confabulado que la hacía más confiable, aquel ser de nombre fantástico le dio la seguridad que buscaba. Tusitala le trasmitía a Isabella la impresión de que algo maravilloso ocurriría, la expectativa la embriagó y se dejó transportar hacia el mundo de lo paranormal.― Necesito que me colabores con algo, este es un test que utilizan los psicólogos para dar cuenta de ciertas características de la personalidad del ser humano. En mi caso, estas cartas son utilizadas para leer eventos del presente, del futuro o del pasado, yo voy a hacerte una lectura del tiempo, de hechos que van a suceder o sucedieron en el tiempo, pero más que una lectura será una decodificación de tus propias proyecciones, sólo tu reconocerás cada explicación cuando sea necesario.Al parecer la convicción con que la anciana gitana decía todo esto pareció surtir un efecto persuasivo y sugestivo en la muchacha porque pronto estaba haciendo garabatos en cada una de las ocho láminas del test. ― Vamos, dime pronto, ¿qué es lo que ves? Aquellas respuestas imperativas obedecían a un afán por saber que le deparaba el futuro a su amor.Cada lámina fue interpretada y cada lámina fue reconocida por Isabella. En la primera el punto ubicado en el centro del fondo blanco se había convertido en el ojo de un huracán, aquel punto había sido dilucidado como el centro de una espiral caótica. Y era cierto, su vida se había convertido en un desconcierto luego de que su padre la hubiese alejado consigo y contra su voluntad de la ciudad de Cali donde ella ya había construido su edén. El dibujo hablaba de esa situación desasosegada que vivía Isabella en la nueva ciudad. En la segunda lámina el elefante no daba lugar a dudas de que se trataba de un nacimiento, el paquidermo que había trazado hablaba de una situación de origen, pero la anciana era enfática e insistía que aquel nacimiento ya fuese de amor o de odio obedecía a una falsa emulación que en nada se relacionaba con la agenda humana que ella debía seguir..La lámina más curiosa fue la octava, allí Isabella se había dibujado abrazada a Gustav debajo de una cúpula. La línea curva hacia abajo le había servido como techo de esas siluetas antropomorfas que señalaban su ideal del amor. Pero Tusitala observó algo diferente.― Hay una chica junto al chico que tú amas, esa chica no eres tú, aunque hayas querido que así fuese, esta pareja se encuentra resguardándose de una tormenta, están empecinados en algo, los une un sentimiento muy grande, están protegiéndose y a la vez siendo protegidos, la chica se llama Diana.Isabella no podía creerlo, sólo existía una amiga que correspondía totalmente con el nombre y las señales que acababa de dar Tusitala.Aquella premonición que planteaba un desengaño, una prueba de traición con una de sus mejores amigas la derrumbó por completo. ― No te afanes en dar juicios, las visiones son sólo espectros caprichosos que suelen estar enlazados a la pasión de una fuerza necesaria que muchas veces no obedece ni concuerda con nuestros propios deseos ― la anciana intentó por medio de una historia persuadir a Isabella a que no desfalleciera en la entrega de su amor―. Hace mucho tiempo yo era hija de una de las familias más ricas de la región del Magdalena, sobre las riberas del río nuestra casa se extendía cinco manzanas a la redonda, era la casa más grande y la más compleja. Aquilina, mi madre, era una mujer fuerte, flemática que hacía funcionar todo a su alrededor con mano de hierro pero no sabía leer ni escribir. Su esposo hizo malos negocios con gitanos y terratenientes y pronto quedamos en al ruina, a Amador el esposo de mi madre y al mayor de mis hermanos los torturaron y los acribillaron en el solar, Los Chulos y los Pájaros hicieron una tregua y conspiraron contra toda nuestra familia. Aquella noche nos iban matando uno a uno, querían extinguirnos, fuimos puestos en fila desde el recién nacido hasta los abuelos, yo era la treceava víctima, sin embargo un rugido en las montañas que fue a la vez una catástrofe se convirtió en nuestra salvación; la avalancha arrasó con el pueblo, con los Pájaros, con los Chulos, las vacas flotaban entre el lodo, extremidades arrancadas de sus dueños pedían auxilio entre los escombros, aquello era el apocalipsis y a la vez, para nosotros, la mejor ayuda divina que habíamos podido recibir. Cristobal mi hermano de sangre nos logró resguardar en el campanario de la iglesia que resistió toda la marea de lodo y piedras que bajaron aquella noche desapareciéndolo todo. Cuando la calma llegó y el barro se endureció como concreto entre tantos cadáveres y enseres desvencijados, escapamos hacia Mariquita. Perdimos todo, quedamos desamparados a una suerte de mendicidad, madre buscó de todas las maneras posibles recuperar, tras aquella noche de balazos y cuerpos colgados en el zarzo, su dignidad. Se casó otras cuatro veces y sin embargo nuestra suerte nunca cambió, todo esto sucedió cuando tenía ocho años. Cuando comienzas a levantarte todos los días a las dos de la madrugada a amasar el maíz, a hacer arepas y salir a venderlas para poder sobrevivir es fácil olvidar hechos sangrientos. De ser la hija de los más grandes hacendados, pasé a ser una vendedora de arepas que le gustaba alardear con nostalgia sobre un pasado que cada amanecer estaba más adornado por la ficción que por la realidad. Pero un día me cansé de esa vida. Era la esclava de once hermanos, una madre ciega y un centenar de clientes soberbios y descorazonados. Aquella mañana del 56 era mi cumpleaños, habíamos decidido ir al puerto y nadar hasta la isla. Tenía trece años y la calle me había enseñado todo lo que una mujer debía saber, tenía novio y mi cuerpo ya denotaba el poder lujurioso de una mujer fatal. El primero en arrojarse hacia aquel manso y rápido río fue Cristobal, era un excelente nadador, su clavado fue perfecto, entró como un torpedo. El punto era crucial, la idea era bucear, sortear la obra viva del remolcador y salir a flote por babor, la maniobra era peligrosa pero la veníamos realizando desde hacía mucho tiempo. Cristobal no se hizo esperar, después de unos minutos le vimos salir y dejarse arrastrar en diagonal hasta la isla, Humberto, Alfredo y Quinche fueron los siguientes, Pablo estaba algo nervioso, le temblaban las piernas, no hacía otra cosa que comerse las uñas y mirar la corriente del río que dejaba al descubierto de vez en cuando crías de nicuro enfermas, hinchadas por el lodo. Pablo se acercó al peñasco, una picuda gigante salto fuera del agua haciéndonos gritar de felicidad, eran verdaderos gritos de euforia que se confundían con el ruido del motor del remolcador y con los gritos de los tripulantes que nos imprecaban a dejar aquella hazaña, sin embargo, Pablo pareció llenarse de coraje, miró retador al contramaestre y retrocediendo para tomar impulsó comenzó a correr hacia el río, todos le vimos volar, fue el mejor clavado, Pablo se elevó por los aires, espectacular, su cuerpo entró como una aguja sin siquiera turbar el agua. En las dos orillas, la pandilla gritaba y aplaudía aquella proeza, el sol estaba justo sobre nuestras cabezas, pronto sería mi turno. Pasaron 5 largos minutos y Pablo no salía, el suspenso empezó a convertirse en tragedia, los tripulantes se abalanzaban hacia babor y estribor gritando “ehhh, muchaaachooo”, poco a poco nos fuimos llenado de espanto, sabíamos que había ocurrido lo peor. Antes de salir huyendo, miré una vez más hacia las aguas, unos pescadores río arriba habían atracado un chinchorro. Mientras me alejaba con lágrimas en los ojos imaginaba a Pablo enredado entre la red, forcejeando hasta morir. Don Demetrio el cuarto esposo de mi madre me encontró escondida debajo del fogón de la cocina donde se guardaba la leña, me sacó golpeándome con el zurriago mientras me obligaba a confesar.Escapé de mi hogar, de mi río, de mis amigos y mis calles siendo prófuga de un crimen. Cuando llegué a Bogotá, comencé a trabajar como criada en varias casas, al final terminé siendo la acompañante de doña Rosita, una señora que tenía una casa inglesa, aquella señora se esmeró mucho en darme educación y pronto varios abogados y médicos merodeaban el hogar en mi búsqueda. Comencé a salir con Darío, era un joven no muy apuesto pero que tenía una barba ensortijada la cual solía cambiar de tono con el sol, sus ojos eran de un azul celeste y yo estaba locamente enamorada. Antes de pedir mi mano, quiso hacer un experimentó conmigo, aquella tarde llevo varias baterías de pruebas psicológicas, entre todas ellas estaba el test de warteg; en ellas dibujé mi futuro y me di cuenta del don que tenía. En la octava lámina dibujé algo similar a lo que hiciste y presagié un engaño, las demás láminas me hablaban de un hermoso futuro, íbamos a tener dos hijos, íbamos a viajar, íbamos a envejecer, íbamos a amarnos por siempre, pero aquella visión me conmocionó y me llevó a volverme desconfiada y celosa. Darío no pudo resistir mis cruentas discusiones, ni mi comportamiento, ni mis pesadillas, ni mis traumas infantiles, ni mucho menos que yo creyera en la visión de aquella lámina. Intentó todo pero su paciencia se agotó, al final me abandonó y el futuro que había vaticinado se esfumó para siempre.Me quedé como una visionaria de borrachos y mujeres desconsoladas, leyéndole el tarot a ancianas burguesas y a viejos amargados perseguidores de jóvenes. Hoy tan sólo soy una anciana que ve borrosos espejismos y que vive esperando la muerte, que vive esperando su turno en aquella tarde, esperando que el río me reclamé en lugar de aquel chico.No creas en mis presagios, quizá tú eres Diana, quizás de alguna manera oculta o poderosa, este nombre es sólo una señal que te acercará más a tu amado. No me debes nada niña, pero por favor, no abandones el amor por un simple oráculo que te ha trasmitido una vejete.Las palabras de Tusitala no lograron persuadir a Isabella. Aquella visión ya había generado muchas sospechas y cuando al fin salió de aquel lugar repleto de humo y mentiras, varias lágrimas resbalaban por su rostro.
La purificación del amor
13.TEST DE WARTEG
Hay días en que imagino a Isabella salir de casa. Pensar que fue secuestrada y que cualquier proyección es tan sólo el resultado de mi propia necesidad de creer en su supervivencia me genera un permanente estado dubitativo. ¿Cómo seguir con Isabella luego de saber que fue secuestrada?, ¿cómo seguir con una farsa como esta después de informarme acerca de esos objetos ilusorios que bien daban para empujar la cárcava de mis propias expectativas? Sólo tenía dos alternativas. Una, dejar que la historia muriera con sus personajes maduros, listos para comenzar cualquier vorágine, dejarlos allí abandonados a la inanición, entregados a la luz de una aporía mortal o ensayar caminos, surrealistas escapes que fuesen capaces de hacer salir a la mosca de frasco.El meollo de este inquietante acertijo se hallaba justo en los costados ulteriores después del encuentro del 21 de marzo.Es claro que los guardianes ganaron la batalla y que aquellos chicos pudieron resolver con libertad y tranquilidad su romance.Creer en una victoria era lo más aconsejable. Aunque esta se hubiese perdido, de todas formas viviríamos a merced de un espejismo esperanzador interpuesto por los caprichos de Marcial.No obstante pude imaginar la evolución de ese amor verdadero, de ese truco de taumaturgo venido a pedir de boca para apaciguar el temperamento de todos los que necesitábamos de una historia de amor.Para poder creer en esta falsa emulación tuve que confesar la fuente de dónde había robado las ideas necesarias para lograr todo el escrito, por un lado se trataba de denunciarme a mí mismo, de dejar expuesta mi reputación como psiquiatra y a la vez de poner sobre el filo de la navaja la reputación de mi mejor compañera; por el otro lado podía ingeniármelas y considerar otra resolución, una más literaria, una donde un innombrable ser consagrara una catarsis polifónica: esta última me gustaba, daba pie y pretexto para que mi novela no pasara a ser un mamotreto más entre tantos y tantos libros de misterio sino que se encadenara a la tradición de las narrativas canónicas. Sin embargo opté por el testimonio.A decir verdad, luego de mi experiencia con Zygnosis mi mundo cambió para siempre, me era necesario dar a conocer lo que este hombre me había contado durante tantas y tantas sesiones, tenía que hallar la forma, aquel paciente me había hecho creer en algo especial. Cuando comencé a escribir la novela sólo tenía claro algo. Marcial había ganado. Yo no sé escribir muy bien, salvo los informes psiquiátricos nunca me he resuelto a otra cosa que no sean meros ensayos especializados en mi saber. Por esta razón sufrí una especie de coma literario durante los primeros tres años, ya que no lograba visualizar a Isabella. Si embargo un día ella se me hizo veraz, incuestionable demasiado palpable. La pude ver serpenteando entre la avenida peatonal de la séptima; por aquella época dicha carrera se había convertido en la ruta artesanal más grande del país. El mercado y el carnaval comenzaban en la plaza de Bolívar dilatándose justo hasta la intersección vehicular de la torre Coolpatria de donde nacía el engranaje del nudo vial que daba pie a los megabuses articulados. Eran 21 largas cuadras enmarcadas por todo el paisaje urbanístico de una ciudad atemporal que parecía haber quedado resguardada gracias a esta invención política del resto de la monstruosidad de la urbe. La ciudad dentro de la ciudad, un contexto histórico y cultural que abarcaba los grandes monumentos, las quintas, los monasterios, las casas coloniales, los edificios de gobierno, los claustros, museos y bibliotecas más representativos como también los ejes ambientales, los teatros, los rumbeaderos, las zonas de esparcimiento y entretenimiento y el hotel- edificio más alto de Colombia. Desde el mirador del Bacatá se podía apreciar con mayor lujo este pequeño edén turístico que había logrado poner de nuevo a la Bogotá de antaño, con sus tranvías románticos tortugueando turísticamente de un lado para el otro, en el puesto de la Atenas suramericana.A Isabella le encantaba vivir allí, caminar y perderse en esa zona, siempre que podía, al salir del colegio, arrancaba y comenzaba su senderismo. Unas veces se le veía absorta en la cúpula de la torre Pasteur, otras se le podía retratar en los escalones extravagantes del museo de arte moderno o recostada contra la réplica del observatorio nacional en el parque de la independencia. Alguna vez la tuvieron que bajar de la reja del mirador de la torre Coolpatria y otras se le vio tomando fotos de esos viernes de pulgas donde podía encontrar a los personajes más excéntricos de la ciudad. El motor de ese comportamiento era sin lugar a dudas Gustav, desde que se dedicó por entero a Isabella, no dejaba de llevarla a los lugares más raros y misteriosos. Junto a él conoció los pasadizos secretos de Colombia linda, se metió por el entramado subterráneo de las alcantarillas revolucionarias que circulaban como otra ciudad debajo de los monumentos de la Pola, el Santander y las iglesias del eje ambiental. Así como se había perdido con Gustav en la casona de la librería Merlín atendida por el insólito Célico, así mismo aquel día pude verla desorientarse en el Zaguán de los fantasmas, aquel zaguán era un reducto entre dos edificios de la república que desembocaba justo en la boca de los túneles subterráneos de la trece que habían vuelto a funcionar con los tranvías.Allí en ese pequeño pasaje no mayor a una cuadra, se podía encontrar la vitrina de los esmeralderos y junto al negocio, la mayor cobertura de mercados oraculares. Era increíble ver como entre tanta gente práctica, obsesionada con el poder de las piedras se pudiese encontrar toda una mafia de estafa y mitología sin igual. Allí estaban los lectores de cartas, de tabaco, de dados, de manchas de café, de manos, de pupilas, haciendo su interpretación como si se tratara de un concurso de verdaderos chamanes de lo sobrenatural.Isabella también estaba allí, embelesada con aquel mundo fantástico, paseándose, casi flotando entre cada tienda abierta a los ingenuos. Pronto la vi internarse en uno de los establecimientos más arrinconados. En la entrada del negocio se encontraba una anciana que llevaba vestimenta de gitana, el tabaco entre sus labios se encontraba apagado, la anciana parecía dormitar y de vez en cuando se le notaba masticar en forma de ronquido afable el mal prensado tabaco.La mano de la gitana la retuvo decidida, al parecer Isabella había sacado de aquel mutismo a la anciana, al principio sintió algo de temor pero luego esta impresión delirante fue remplazada por la ternura. Veía a la vieja con algo de compasión, pero esa compasión pronto desaparecería. ― Tu fuerza vital está comenzando a perderse Isabella ―. Nunca sabré si fue Isabella lo que dijo o si simplemente fue bella lo que le susurró mientras volvía a prender el tabaco― ¿Qué?, ¿dime de nuevo, qué has dicho?― Eres un espejismo muchachita y estás enamorada ―. A Isabella le fascinó aquella frase, después de aquel encuentro y habiendo logrado controlar su temblor interno, fueron muchas las ocasiones en la que se le miró escribiendo esas palabras. “Tiznada” y “espejismo” lograron en ella un poder sobrenatural.― Quiero saberlo todo, anciana, si sabes leer la mano dime: ¿qué me depara el azar? ―. Era claro que Isabella estaba ansiosa y quería responder todas las dudas que le embargaban respecto a su romance.― Te leeré algo mejor mi niña ―. Ambas mujeres entraron perdiéndose detrás de unas cortinas y una puerta que parecía unir al establecimiento con alguna zona de embalaje, algo así como un san alejo, aquel portal mágico fue el receptáculo donde la gitana pareció de pronto rejuvenecer y adoptar un aire de matrona mitológica que le hizo recordar a Isabella aquellas mujeres arcaicas y temerarias que se hallaban en todos los escritos de la literatura de su más querido escritor. Era obvio que ante la María, El alférez real, Puerto silencio y El Mio cid, obras de obligada lectura en su Colegio; los libros de García Márquez tuvieran para ella ese enamoramiento tan especial, las narraciones se acercaban más a sus ardores juveniles, se identificaba con cada heroína y con cada romance y a pesar de que el Nobel era un escritor de tragedias, el mensaje que le dejaban a aquella joven era suficiente para resistir los rigores de la adolescencia. La gitana tenía ese aire confabulado que la hacía más confiable, aquel ser de nombre fantástico le dio la seguridad que buscaba. Tusitala le trasmitía a Isabella la impresión de que algo maravilloso ocurriría, la expectativa la embriagó y se dejó transportar hacia el mundo de lo paranormal.― Necesito que me colabores con algo, este es un test que utilizan los psicólogos para dar cuenta de ciertas características de la personalidad del ser humano. En mi caso, estas cartas son utilizadas para leer eventos del presente, del futuro o del pasado, yo voy a hacerte una lectura del tiempo, de hechos que van a suceder o sucedieron en el tiempo, pero más que una lectura será una decodificación de tus propias proyecciones, sólo tu reconocerás cada explicación cuando sea necesario.Al parecer la convicción con que la anciana gitana decía todo esto pareció surtir un efecto persuasivo y sugestivo en la muchacha porque pronto estaba haciendo garabatos en cada una de las ocho láminas del test. ― Vamos, dime pronto, ¿qué es lo que ves? Aquellas respuestas imperativas obedecían a un afán por saber que le deparaba el futuro a su amor.Cada lámina fue interpretada y cada lámina fue reconocida por Isabella. En la primera el punto ubicado en el centro del fondo blanco se había convertido en el ojo de un huracán, aquel punto había sido dilucidado como el centro de una espiral caótica. Y era cierto, su vida se había convertido en un desconcierto luego de que su padre la hubiese alejado consigo y contra su voluntad de la ciudad de Cali donde ella ya había construido su edén. El dibujo hablaba de esa situación desasosegada que vivía Isabella en la nueva ciudad. En la segunda lámina el elefante no daba lugar a dudas de que se trataba de un nacimiento, el paquidermo que había trazado hablaba de una situación de origen, pero la anciana era enfática e insistía que aquel nacimiento ya fuese de amor o de odio obedecía a una falsa emulación que en nada se relacionaba con la agenda humana que ella debía seguir..La lámina más curiosa fue la octava, allí Isabella se había dibujado abrazada a Gustav debajo de una cúpula. La línea curva hacia abajo le había servido como techo de esas siluetas antropomorfas que señalaban su ideal del amor. Pero Tusitala observó algo diferente.― Hay una chica junto al chico que tú amas, esa chica no eres tú, aunque hayas querido que así fuese, esta pareja se encuentra resguardándose de una tormenta, están empecinados en algo, los une un sentimiento muy grande, están protegiéndose y a la vez siendo protegidos, la chica se llama Diana.Isabella no podía creerlo, sólo existía una amiga que correspondía totalmente con el nombre y las señales que acababa de dar Tusitala.Aquella premonición que planteaba un desengaño, una prueba de traición con una de sus mejores amigas la derrumbó por completo. ― No te afanes en dar juicios, las visiones son sólo espectros caprichosos que suelen estar enlazados a la pasión de una fuerza necesaria que muchas veces no obedece ni concuerda con nuestros propios deseos ― la anciana intentó por medio de una historia persuadir a Isabella a que no desfalleciera en la entrega de su amor―. Hace mucho tiempo yo era hija de una de las familias más ricas de la región del Magdalena, sobre las riberas del río nuestra casa se extendía cinco manzanas a la redonda, era la casa más grande y la más compleja. Aquilina, mi madre, era una mujer fuerte, flemática que hacía funcionar todo a su alrededor con mano de hierro pero no sabía leer ni escribir. Su esposo hizo malos negocios con gitanos y terratenientes y pronto quedamos en al ruina, a Amador el esposo de mi madre y al mayor de mis hermanos los torturaron y los acribillaron en el solar, Los Chulos y los Pájaros hicieron una tregua y conspiraron contra toda nuestra familia. Aquella noche nos iban matando uno a uno, querían extinguirnos, fuimos puestos en fila desde el recién nacido hasta los abuelos, yo era la treceava víctima, sin embargo un rugido en las montañas que fue a la vez una catástrofe se convirtió en nuestra salvación; la avalancha arrasó con el pueblo, con los Pájaros, con los Chulos, las vacas flotaban entre el lodo, extremidades arrancadas de sus dueños pedían auxilio entre los escombros, aquello era el apocalipsis y a la vez, para nosotros, la mejor ayuda divina que habíamos podido recibir. Cristobal mi hermano de sangre nos logró resguardar en el campanario de la iglesia que resistió toda la marea de lodo y piedras que bajaron aquella noche desapareciéndolo todo. Cuando la calma llegó y el barro se endureció como concreto entre tantos cadáveres y enseres desvencijados, escapamos hacia Mariquita. Perdimos todo, quedamos desamparados a una suerte de mendicidad, madre buscó de todas las maneras posibles recuperar, tras aquella noche de balazos y cuerpos colgados en el zarzo, su dignidad. Se casó otras cuatro veces y sin embargo nuestra suerte nunca cambió, todo esto sucedió cuando tenía ocho años. Cuando comienzas a levantarte todos los días a las dos de la madrugada a amasar el maíz, a hacer arepas y salir a venderlas para poder sobrevivir es fácil olvidar hechos sangrientos. De ser la hija de los más grandes hacendados, pasé a ser una vendedora de arepas que le gustaba alardear con nostalgia sobre un pasado que cada amanecer estaba más adornado por la ficción que por la realidad. Pero un día me cansé de esa vida. Era la esclava de once hermanos, una madre ciega y un centenar de clientes soberbios y descorazonados. Aquella mañana del 56 era mi cumpleaños, habíamos decidido ir al puerto y nadar hasta la isla. Tenía trece años y la calle me había enseñado todo lo que una mujer debía saber, tenía novio y mi cuerpo ya denotaba el poder lujurioso de una mujer fatal. El primero en arrojarse hacia aquel manso y rápido río fue Cristobal, era un excelente nadador, su clavado fue perfecto, entró como un torpedo. El punto era crucial, la idea era bucear, sortear la obra viva del remolcador y salir a flote por babor, la maniobra era peligrosa pero la veníamos realizando desde hacía mucho tiempo. Cristobal no se hizo esperar, después de unos minutos le vimos salir y dejarse arrastrar en diagonal hasta la isla, Humberto, Alfredo y Quinche fueron los siguientes, Pablo estaba algo nervioso, le temblaban las piernas, no hacía otra cosa que comerse las uñas y mirar la corriente del río que dejaba al descubierto de vez en cuando crías de nicuro enfermas, hinchadas por el lodo. Pablo se acercó al peñasco, una picuda gigante salto fuera del agua haciéndonos gritar de felicidad, eran verdaderos gritos de euforia que se confundían con el ruido del motor del remolcador y con los gritos de los tripulantes que nos imprecaban a dejar aquella hazaña, sin embargo, Pablo pareció llenarse de coraje, miró retador al contramaestre y retrocediendo para tomar impulsó comenzó a correr hacia el río, todos le vimos volar, fue el mejor clavado, Pablo se elevó por los aires, espectacular, su cuerpo entró como una aguja sin siquiera turbar el agua. En las dos orillas, la pandilla gritaba y aplaudía aquella proeza, el sol estaba justo sobre nuestras cabezas, pronto sería mi turno. Pasaron 5 largos minutos y Pablo no salía, el suspenso empezó a convertirse en tragedia, los tripulantes se abalanzaban hacia babor y estribor gritando “ehhh, muchaaachooo”, poco a poco nos fuimos llenado de espanto, sabíamos que había ocurrido lo peor. Antes de salir huyendo, miré una vez más hacia las aguas, unos pescadores río arriba habían atracado un chinchorro. Mientras me alejaba con lágrimas en los ojos imaginaba a Pablo enredado entre la red, forcejeando hasta morir. Don Demetrio el cuarto esposo de mi madre me encontró escondida debajo del fogón de la cocina donde se guardaba la leña, me sacó golpeándome con el zurriago mientras me obligaba a confesar.Escapé de mi hogar, de mi río, de mis amigos y mis calles siendo prófuga de un crimen. Cuando llegué a Bogotá, comencé a trabajar como criada en varias casas, al final terminé siendo la acompañante de doña Rosita, una señora que tenía una casa inglesa, aquella señora se esmeró mucho en darme educación y pronto varios abogados y médicos merodeaban el hogar en mi búsqueda. Comencé a salir con Darío, era un joven no muy apuesto pero que tenía una barba ensortijada la cual solía cambiar de tono con el sol, sus ojos eran de un azul celeste y yo estaba locamente enamorada. Antes de pedir mi mano, quiso hacer un experimentó conmigo, aquella tarde llevo varias baterías de pruebas psicológicas, entre todas ellas estaba el test de warteg; en ellas dibujé mi futuro y me di cuenta del don que tenía. En la octava lámina dibujé algo similar a lo que hiciste y presagié un engaño, las demás láminas me hablaban de un hermoso futuro, íbamos a tener dos hijos, íbamos a viajar, íbamos a envejecer, íbamos a amarnos por siempre, pero aquella visión me conmocionó y me llevó a volverme desconfiada y celosa. Darío no pudo resistir mis cruentas discusiones, ni mi comportamiento, ni mis pesadillas, ni mis traumas infantiles, ni mucho menos que yo creyera en la visión de aquella lámina. Intentó todo pero su paciencia se agotó, al final me abandonó y el futuro que había vaticinado se esfumó para siempre.Me quedé como una visionaria de borrachos y mujeres desconsoladas, leyéndole el tarot a ancianas burguesas y a viejos amargados perseguidores de jóvenes. Hoy tan sólo soy una anciana que ve borrosos espejismos y que vive esperando la muerte, que vive esperando su turno en aquella tarde, esperando que el río me reclamé en lugar de aquel chico.No creas en mis presagios, quizá tú eres Diana, quizás de alguna manera oculta o poderosa, este nombre es sólo una señal que te acercará más a tu amado. No me debes nada niña, pero por favor, no abandones el amor por un simple oráculo que te ha trasmitido una vejete.Las palabras de Tusitala no lograron persuadir a Isabella. Aquella visión ya había generado muchas sospechas y cuando al fin salió de aquel lugar repleto de humo y mentiras, varias lágrimas resbalaban por su rostro.
Hay días en que imagino a Isabella salir de casa. Pensar que fue secuestrada y que cualquier proyección es tan sólo el resultado de mi propia necesidad de creer en su supervivencia me genera un permanente estado dubitativo. ¿Cómo seguir con Isabella luego de saber que fue secuestrada?, ¿cómo seguir con una farsa como esta después de informarme acerca de esos objetos ilusorios que bien daban para empujar la cárcava de mis propias expectativas? Sólo tenía dos alternativas. Una, dejar que la historia muriera con sus personajes maduros, listos para comenzar cualquier vorágine, dejarlos allí abandonados a la inanición, entregados a la luz de una aporía mortal o ensayar caminos, surrealistas escapes que fuesen capaces de hacer salir a la mosca de frasco.El meollo de este inquietante acertijo se hallaba justo en los costados ulteriores después del encuentro del 21 de marzo.Es claro que los guardianes ganaron la batalla y que aquellos chicos pudieron resolver con libertad y tranquilidad su romance.Creer en una victoria era lo más aconsejable. Aunque esta se hubiese perdido, de todas formas viviríamos a merced de un espejismo esperanzador interpuesto por los caprichos de Marcial.No obstante pude imaginar la evolución de ese amor verdadero, de ese truco de taumaturgo venido a pedir de boca para apaciguar el temperamento de todos los que necesitábamos de una historia de amor.Para poder creer en esta falsa emulación tuve que confesar la fuente de dónde había robado las ideas necesarias para lograr todo el escrito, por un lado se trataba de denunciarme a mí mismo, de dejar expuesta mi reputación como psiquiatra y a la vez de poner sobre el filo de la navaja la reputación de mi mejor compañera; por el otro lado podía ingeniármelas y considerar otra resolución, una más literaria, una donde un innombrable ser consagrara una catarsis polifónica: esta última me gustaba, daba pie y pretexto para que mi novela no pasara a ser un mamotreto más entre tantos y tantos libros de misterio sino que se encadenara a la tradición de las narrativas canónicas. Sin embargo opté por el testimonio.A decir verdad, luego de mi experiencia con Zygnosis mi mundo cambió para siempre, me era necesario dar a conocer lo que este hombre me había contado durante tantas y tantas sesiones, tenía que hallar la forma, aquel paciente me había hecho creer en algo especial. Cuando comencé a escribir la novela sólo tenía claro algo. Marcial había ganado. Yo no sé escribir muy bien, salvo los informes psiquiátricos nunca me he resuelto a otra cosa que no sean meros ensayos especializados en mi saber. Por esta razón sufrí una especie de coma literario durante los primeros tres años, ya que no lograba visualizar a Isabella. Si embargo un día ella se me hizo veraz, incuestionable demasiado palpable. La pude ver serpenteando entre la avenida peatonal de la séptima; por aquella época dicha carrera se había convertido en la ruta artesanal más grande del país. El mercado y el carnaval comenzaban en la plaza de Bolívar dilatándose justo hasta la intersección vehicular de la torre Coolpatria de donde nacía el engranaje del nudo vial que daba pie a los megabuses articulados. Eran 21 largas cuadras enmarcadas por todo el paisaje urbanístico de una ciudad atemporal que parecía haber quedado resguardada gracias a esta invención política del resto de la monstruosidad de la urbe. La ciudad dentro de la ciudad, un contexto histórico y cultural que abarcaba los grandes monumentos, las quintas, los monasterios, las casas coloniales, los edificios de gobierno, los claustros, museos y bibliotecas más representativos como también los ejes ambientales, los teatros, los rumbeaderos, las zonas de esparcimiento y entretenimiento y el hotel- edificio más alto de Colombia. Desde el mirador del Bacatá se podía apreciar con mayor lujo este pequeño edén turístico que había logrado poner de nuevo a la Bogotá de antaño, con sus tranvías románticos tortugueando turísticamente de un lado para el otro, en el puesto de la Atenas suramericana.A Isabella le encantaba vivir allí, caminar y perderse en esa zona, siempre que podía, al salir del colegio, arrancaba y comenzaba su senderismo. Unas veces se le veía absorta en la cúpula de la torre Pasteur, otras se le podía retratar en los escalones extravagantes del museo de arte moderno o recostada contra la réplica del observatorio nacional en el parque de la independencia. Alguna vez la tuvieron que bajar de la reja del mirador de la torre Coolpatria y otras se le vio tomando fotos de esos viernes de pulgas donde podía encontrar a los personajes más excéntricos de la ciudad. El motor de ese comportamiento era sin lugar a dudas Gustav, desde que se dedicó por entero a Isabella, no dejaba de llevarla a los lugares más raros y misteriosos. Junto a él conoció los pasadizos secretos de Colombia linda, se metió por el entramado subterráneo de las alcantarillas revolucionarias que circulaban como otra ciudad debajo de los monumentos de la Pola, el Santander y las iglesias del eje ambiental. Así como se había perdido con Gustav en la casona de la librería Merlín atendida por el insólito Célico, así mismo aquel día pude verla desorientarse en el Zaguán de los fantasmas, aquel zaguán era un reducto entre dos edificios de la república que desembocaba justo en la boca de los túneles subterráneos de la trece que habían vuelto a funcionar con los tranvías.Allí en ese pequeño pasaje no mayor a una cuadra, se podía encontrar la vitrina de los esmeralderos y junto al negocio, la mayor cobertura de mercados oraculares. Era increíble ver como entre tanta gente práctica, obsesionada con el poder de las piedras se pudiese encontrar toda una mafia de estafa y mitología sin igual. Allí estaban los lectores de cartas, de tabaco, de dados, de manchas de café, de manos, de pupilas, haciendo su interpretación como si se tratara de un concurso de verdaderos chamanes de lo sobrenatural.Isabella también estaba allí, embelesada con aquel mundo fantástico, paseándose, casi flotando entre cada tienda abierta a los ingenuos. Pronto la vi internarse en uno de los establecimientos más arrinconados. En la entrada del negocio se encontraba una anciana que llevaba vestimenta de gitana, el tabaco entre sus labios se encontraba apagado, la anciana parecía dormitar y de vez en cuando se le notaba masticar en forma de ronquido afable el mal prensado tabaco.La mano de la gitana la retuvo decidida, al parecer Isabella había sacado de aquel mutismo a la anciana, al principio sintió algo de temor pero luego esta impresión delirante fue remplazada por la ternura. Veía a la vieja con algo de compasión, pero esa compasión pronto desaparecería. ― Tu fuerza vital está comenzando a perderse Isabella ―. Nunca sabré si fue Isabella lo que dijo o si simplemente fue bella lo que le susurró mientras volvía a prender el tabaco― ¿Qué?, ¿dime de nuevo, qué has dicho?― Eres un espejismo muchachita y estás enamorada ―. A Isabella le fascinó aquella frase, después de aquel encuentro y habiendo logrado controlar su temblor interno, fueron muchas las ocasiones en la que se le miró escribiendo esas palabras. “Tiznada” y “espejismo” lograron en ella un poder sobrenatural.― Quiero saberlo todo, anciana, si sabes leer la mano dime: ¿qué me depara el azar? ―. Era claro que Isabella estaba ansiosa y quería responder todas las dudas que le embargaban respecto a su romance.― Te leeré algo mejor mi niña ―. Ambas mujeres entraron perdiéndose detrás de unas cortinas y una puerta que parecía unir al establecimiento con alguna zona de embalaje, algo así como un san alejo, aquel portal mágico fue el receptáculo donde la gitana pareció de pronto rejuvenecer y adoptar un aire de matrona mitológica que le hizo recordar a Isabella aquellas mujeres arcaicas y temerarias que se hallaban en todos los escritos de la literatura de su más querido escritor. Era obvio que ante la María, El alférez real, Puerto silencio y El Mio cid, obras de obligada lectura en su Colegio; los libros de García Márquez tuvieran para ella ese enamoramiento tan especial, las narraciones se acercaban más a sus ardores juveniles, se identificaba con cada heroína y con cada romance y a pesar de que el Nobel era un escritor de tragedias, el mensaje que le dejaban a aquella joven era suficiente para resistir los rigores de la adolescencia. La gitana tenía ese aire confabulado que la hacía más confiable, aquel ser de nombre fantástico le dio la seguridad que buscaba. Tusitala le trasmitía a Isabella la impresión de que algo maravilloso ocurriría, la expectativa la embriagó y se dejó transportar hacia el mundo de lo paranormal.― Necesito que me colabores con algo, este es un test que utilizan los psicólogos para dar cuenta de ciertas características de la personalidad del ser humano. En mi caso, estas cartas son utilizadas para leer eventos del presente, del futuro o del pasado, yo voy a hacerte una lectura del tiempo, de hechos que van a suceder o sucedieron en el tiempo, pero más que una lectura será una decodificación de tus propias proyecciones, sólo tu reconocerás cada explicación cuando sea necesario.Al parecer la convicción con que la anciana gitana decía todo esto pareció surtir un efecto persuasivo y sugestivo en la muchacha porque pronto estaba haciendo garabatos en cada una de las ocho láminas del test. ― Vamos, dime pronto, ¿qué es lo que ves? Aquellas respuestas imperativas obedecían a un afán por saber que le deparaba el futuro a su amor.Cada lámina fue interpretada y cada lámina fue reconocida por Isabella. En la primera el punto ubicado en el centro del fondo blanco se había convertido en el ojo de un huracán, aquel punto había sido dilucidado como el centro de una espiral caótica. Y era cierto, su vida se había convertido en un desconcierto luego de que su padre la hubiese alejado consigo y contra su voluntad de la ciudad de Cali donde ella ya había construido su edén. El dibujo hablaba de esa situación desasosegada que vivía Isabella en la nueva ciudad. En la segunda lámina el elefante no daba lugar a dudas de que se trataba de un nacimiento, el paquidermo que había trazado hablaba de una situación de origen, pero la anciana era enfática e insistía que aquel nacimiento ya fuese de amor o de odio obedecía a una falsa emulación que en nada se relacionaba con la agenda humana que ella debía seguir..La lámina más curiosa fue la octava, allí Isabella se había dibujado abrazada a Gustav debajo de una cúpula. La línea curva hacia abajo le había servido como techo de esas siluetas antropomorfas que señalaban su ideal del amor. Pero Tusitala observó algo diferente.― Hay una chica junto al chico que tú amas, esa chica no eres tú, aunque hayas querido que así fuese, esta pareja se encuentra resguardándose de una tormenta, están empecinados en algo, los une un sentimiento muy grande, están protegiéndose y a la vez siendo protegidos, la chica se llama Diana.Isabella no podía creerlo, sólo existía una amiga que correspondía totalmente con el nombre y las señales que acababa de dar Tusitala.Aquella premonición que planteaba un desengaño, una prueba de traición con una de sus mejores amigas la derrumbó por completo. ― No te afanes en dar juicios, las visiones son sólo espectros caprichosos que suelen estar enlazados a la pasión de una fuerza necesaria que muchas veces no obedece ni concuerda con nuestros propios deseos ― la anciana intentó por medio de una historia persuadir a Isabella a que no desfalleciera en la entrega de su amor―. Hace mucho tiempo yo era hija de una de las familias más ricas de la región del Magdalena, sobre las riberas del río nuestra casa se extendía cinco manzanas a la redonda, era la casa más grande y la más compleja. Aquilina, mi madre, era una mujer fuerte, flemática que hacía funcionar todo a su alrededor con mano de hierro pero no sabía leer ni escribir. Su esposo hizo malos negocios con gitanos y terratenientes y pronto quedamos en al ruina, a Amador el esposo de mi madre y al mayor de mis hermanos los torturaron y los acribillaron en el solar, Los Chulos y los Pájaros hicieron una tregua y conspiraron contra toda nuestra familia. Aquella noche nos iban matando uno a uno, querían extinguirnos, fuimos puestos en fila desde el recién nacido hasta los abuelos, yo era la treceava víctima, sin embargo un rugido en las montañas que fue a la vez una catástrofe se convirtió en nuestra salvación; la avalancha arrasó con el pueblo, con los Pájaros, con los Chulos, las vacas flotaban entre el lodo, extremidades arrancadas de sus dueños pedían auxilio entre los escombros, aquello era el apocalipsis y a la vez, para nosotros, la mejor ayuda divina que habíamos podido recibir. Cristobal mi hermano de sangre nos logró resguardar en el campanario de la iglesia que resistió toda la marea de lodo y piedras que bajaron aquella noche desapareciéndolo todo. Cuando la calma llegó y el barro se endureció como concreto entre tantos cadáveres y enseres desvencijados, escapamos hacia Mariquita. Perdimos todo, quedamos desamparados a una suerte de mendicidad, madre buscó de todas las maneras posibles recuperar, tras aquella noche de balazos y cuerpos colgados en el zarzo, su dignidad. Se casó otras cuatro veces y sin embargo nuestra suerte nunca cambió, todo esto sucedió cuando tenía ocho años. Cuando comienzas a levantarte todos los días a las dos de la madrugada a amasar el maíz, a hacer arepas y salir a venderlas para poder sobrevivir es fácil olvidar hechos sangrientos. De ser la hija de los más grandes hacendados, pasé a ser una vendedora de arepas que le gustaba alardear con nostalgia sobre un pasado que cada amanecer estaba más adornado por la ficción que por la realidad. Pero un día me cansé de esa vida. Era la esclava de once hermanos, una madre ciega y un centenar de clientes soberbios y descorazonados. Aquella mañana del 56 era mi cumpleaños, habíamos decidido ir al puerto y nadar hasta la isla. Tenía trece años y la calle me había enseñado todo lo que una mujer debía saber, tenía novio y mi cuerpo ya denotaba el poder lujurioso de una mujer fatal. El primero en arrojarse hacia aquel manso y rápido río fue Cristobal, era un excelente nadador, su clavado fue perfecto, entró como un torpedo. El punto era crucial, la idea era bucear, sortear la obra viva del remolcador y salir a flote por babor, la maniobra era peligrosa pero la veníamos realizando desde hacía mucho tiempo. Cristobal no se hizo esperar, después de unos minutos le vimos salir y dejarse arrastrar en diagonal hasta la isla, Humberto, Alfredo y Quinche fueron los siguientes, Pablo estaba algo nervioso, le temblaban las piernas, no hacía otra cosa que comerse las uñas y mirar la corriente del río que dejaba al descubierto de vez en cuando crías de nicuro enfermas, hinchadas por el lodo. Pablo se acercó al peñasco, una picuda gigante salto fuera del agua haciéndonos gritar de felicidad, eran verdaderos gritos de euforia que se confundían con el ruido del motor del remolcador y con los gritos de los tripulantes que nos imprecaban a dejar aquella hazaña, sin embargo, Pablo pareció llenarse de coraje, miró retador al contramaestre y retrocediendo para tomar impulsó comenzó a correr hacia el río, todos le vimos volar, fue el mejor clavado, Pablo se elevó por los aires, espectacular, su cuerpo entró como una aguja sin siquiera turbar el agua. En las dos orillas, la pandilla gritaba y aplaudía aquella proeza, el sol estaba justo sobre nuestras cabezas, pronto sería mi turno. Pasaron 5 largos minutos y Pablo no salía, el suspenso empezó a convertirse en tragedia, los tripulantes se abalanzaban hacia babor y estribor gritando “ehhh, muchaaachooo”, poco a poco nos fuimos llenado de espanto, sabíamos que había ocurrido lo peor. Antes de salir huyendo, miré una vez más hacia las aguas, unos pescadores río arriba habían atracado un chinchorro. Mientras me alejaba con lágrimas en los ojos imaginaba a Pablo enredado entre la red, forcejeando hasta morir. Don Demetrio el cuarto esposo de mi madre me encontró escondida debajo del fogón de la cocina donde se guardaba la leña, me sacó golpeándome con el zurriago mientras me obligaba a confesar.Escapé de mi hogar, de mi río, de mis amigos y mis calles siendo prófuga de un crimen. Cuando llegué a Bogotá, comencé a trabajar como criada en varias casas, al final terminé siendo la acompañante de doña Rosita, una señora que tenía una casa inglesa, aquella señora se esmeró mucho en darme educación y pronto varios abogados y médicos merodeaban el hogar en mi búsqueda. Comencé a salir con Darío, era un joven no muy apuesto pero que tenía una barba ensortijada la cual solía cambiar de tono con el sol, sus ojos eran de un azul celeste y yo estaba locamente enamorada. Antes de pedir mi mano, quiso hacer un experimentó conmigo, aquella tarde llevo varias baterías de pruebas psicológicas, entre todas ellas estaba el test de warteg; en ellas dibujé mi futuro y me di cuenta del don que tenía. En la octava lámina dibujé algo similar a lo que hiciste y presagié un engaño, las demás láminas me hablaban de un hermoso futuro, íbamos a tener dos hijos, íbamos a viajar, íbamos a envejecer, íbamos a amarnos por siempre, pero aquella visión me conmocionó y me llevó a volverme desconfiada y celosa. Darío no pudo resistir mis cruentas discusiones, ni mi comportamiento, ni mis pesadillas, ni mis traumas infantiles, ni mucho menos que yo creyera en la visión de aquella lámina. Intentó todo pero su paciencia se agotó, al final me abandonó y el futuro que había vaticinado se esfumó para siempre.Me quedé como una visionaria de borrachos y mujeres desconsoladas, leyéndole el tarot a ancianas burguesas y a viejos amargados perseguidores de jóvenes. Hoy tan sólo soy una anciana que ve borrosos espejismos y que vive esperando la muerte, que vive esperando su turno en aquella tarde, esperando que el río me reclamé en lugar de aquel chico.No creas en mis presagios, quizá tú eres Diana, quizás de alguna manera oculta o poderosa, este nombre es sólo una señal que te acercará más a tu amado. No me debes nada niña, pero por favor, no abandones el amor por un simple oráculo que te ha trasmitido una vejete.Las palabras de Tusitala no lograron persuadir a Isabella. Aquella visión ya había generado muchas sospechas y cuando al fin salió de aquel lugar repleto de humo y mentiras, varias lágrimas resbalaban por su rostro.