Después de leerle el test de Warteg, la gitana le entregó una fórmula donde había anotado dos instrucciones para que Isabella pudiese controlar su amor. Isabella debía ser rigurosa, primero tenía que arriesgarse a ir al mercado de las pulgas, allí sorteando entre estafadores y acosadores debía dar con el anciano Honda, el más prominente lotófago, este le proporcionaría las dos pócimas; las gotas del frasquito del nenúfar azul egipcio le servirían a Isabella para poder controlar el ardor de sus cuerpo durante las noches mientras que el frasquito con las gotas del nenúfar blanco egipcio le servirían para mantenerse calmada durante lo que durara el día, esta prescripción dada por la gitana solo trataría el ardor más no decrementaría la afecciones producidas por la enfermedad de su amor.
Las visiones interpretadas por la gitana la habían dejado conmocionada y confundida, era la primera vez que veía a otra mujer al lado de Gustav. En la octava lámina Isabella se había dibujado con Gustav: resguardados debajo de una cúpula observaban la lluvia caer; la línea curvada en especie de arco con las puntas hacia abajo había servido de señal para imaginar el ventanal de la biblioteca, sin embargo no comprendía cómo la gitana había visto en esa visión a Diana en lugar de ella. Para dejar de pensar en lo que la anciana le había dicho, regresó a aquella tarde derrumbada bajo la fuerza melancólica que había logrado la lluvia.
Algunos recuerdos son modificados por el ambiente en el que los vivimos, aunque esa tarde en la biblioteca había sido el origen de su amor, el carácter que el recuerdo le imponía sobre lo que lograba evocar era netamente melancólico.Además sentía una extraña oleada de recuerdos que venían en horda tras la imagen que ella lograba recuperar, al parecer la experiencia en la biblioteca, aquella conversación, aquel día de amor se había enterrado en su mente con la fuerza de una impronta que abrazaba consigo la estela olvidada de recuerdos más antiguos que ahora parecían volverse familiares y necesarios para la existencia de este.Al salir de la expo-feria y del centro comercial sintió cierto disgusto hacia la realidad, alrededor tenía un grupo de ruidos y olores que le desagradaban por completo, no deseaba estar obligada a ser parte de esa realidad, quería vivirla desde afuera, quería observarla como un dios que se asoma a una ventana y ve pasar la vida frente a sus ojos. Claro, una ventana era la solución, por qué no lo había pensado antes, lo mejor en ese momento era tomar un bus e ir sin rumbo fijo, deambular por la ciudad observando desde aquella ventanilla el universo. Deambularía por toda la ciudad hasta que aquella incomoda sensación desapareciera.Pero nada ocurrió así. Buscó una silla en medio del bus, de hecho, Isabella siempre se sentaba en la fila de las últimas sillas, le parecía que desde allí nadie podía tener acceso a ella, aquel lugar era un sito estratégico para su divertimento, desde allí podía estar vigilante a todo lo que ocurriera adelante y además las ventanillas de los buses en aquel sitio eran más amplias y podían abrirse, a Isabella le encantaba sentir el aire entrando a raudales, despeinando su cabello.Tras acomodarse y abrir la ventanilla comenzó a perder su mirada en ese paisaje que ella solía llamar “visión acelerada”, para ella mirar de esta forma era la manera más sencilla de entender los viajes en el tiempo o de explicar la relatividad. Desde su ubicación ella podía ver todos los acontecimientos que ocurrirían en un espacio adelantándose a la estática de un solo lugar, ese no lugar desde donde viajaba le otorgaba la capacidad de ver fututo, presente y pasado, la velocidad era su vehículo. Pero tampoco esto pudo sacarla de su recuerdo, lo único que pasaba por enfrente de sus ojos eran un arcoíris plano que se difuminaba hacia atrás en un blanco veloz.Poco a poco esa pantalla comenzaba a hundirse en su mente sacando desde allí la tarde de la biblioteca.Era difícil asegurar que había vivido aquella tarde, que en verdad había existido. Se veía así misma entrando en la sala de la biblioteca, tenía una hermosa camiseta estampada con la niña de los globos de Banksy y llevaba clips en forma de corazón prendados a diferentes partes de su vestido. Cuando aparecía sentada junto a Gustav algo cambiaba, sobre su cabello en forma de pequeña hebilla se ajustaba una rama dorada, Gustav tenía lentes y por el gran ventanal el atardecer parecía comenzar a incendiar los edificios. Cada trozo de su recuerdo estaba desatado en un cruel pilón de confusas imágenes. De pronto asoció ese desbarajuste con el visor de filminas rosado que le había regalado su abuelo en unas vacaciones cuando había visitado el parque zoológico de Matecaña en Pereira.Cada fin de año, su padre la llevaba a aquella ciudad donde vivían sus abuelos y cada fin de año al salir del parque zoológico el abuelo le compraba uno de esos artefactos en plástico por donde se podía observar una diapositiva a color, el obsequio valía 150 pesos lo que para Isabella equivalía a tres paquetes de chitos y tres figuras diminutas en plástico de los personajes del Chavo del ocho. Los administradores habían creado la genial idea de vender esta especie de recordatorio a los visitantes y se había convertido en realidad en un negocio próspero. Isabella recordaba el último visor. Generalmente la diapositiva era tomada frente a un animal, por lo regular un flamingo, un cóndor, una boa, una avestruz o un ave del paraíso pero aquella última vez a través del visor se miraba montando un hermoso elefante africano. Aquella imagen la entusiasmaba, sobre el lomo del elefante se veía una niña exhibiendo un elegante vestidito rosa, la sonrisa era total. No cabía duda, aquella última filmina era la prueba de una infancia feliz.Aquella tarde del visor rosado se unía al recuerdo de su biblioteca. Su mente era ese visor rosado por donde se veía sonreír enamorada.Pero de nuevo todo se envolvía en una patina de incertidumbre. ― ¿Alguna vez escuchaste hablar del gato de Schrödinger? Es una aporía, pero su argumento es seductor. Te voy a contar: la cuestión es que el científico este quiere demostrarnos que la realidad es quizás una ficción y que de acuerdo a lo que queramos nuestra versión del universo podría ser o una cosa u otra, o bien podría existir o bien podría no, tal y como el gato. Imagínate que encerramos a un gato en una…Isabella había encerrado su recuerdo en la capsula de su mente, aquel recuerdo se había convertido en ese gato que bien podía haber existido o no. Ella lo imaginaba vivo. Sólo hasta aquel día pudo entenderlo todo, ella era aquella niña vestida con su can-can rosadito sobre aquel gran elefante africano, ella era ese gatico encerrado en la mente de una Isabella que probablemente nunca había existido. Cerro la ventanilla y comenzó a sollozar.