Japón y la energía nuclear (1)

Por Tiburciosamsa

Tal vez, uno de los mejores ejemplos de que Japón está gobernado por una burocracia en colusión con una clase política y unos intereses empresariales a los que la opinión pública les resulta indiferente, sea el caso de la energía atómica.

Imaginémonos, en 1945 dos ciudades japonesas habían sido destruidas por sendas bombas atómicas; en 1954 un atunero japonés se vio severamente contaminado por la nube radioactiva provocada por un ensayo nuclear que se les había escapado de las manos a los norteamericanos en el atolón de las Bikini. Otros pesqueros se vieron también afectados, aunque en menor medida. En julio de 1955 la Administración Eisenhower anunció, haciendo gala del mismo tacto que Atila, que desplegaría en sus bases japonesas misiles Honest Johns, que en principio eran misiles convencionales, pero que podían llevar cargas nucleares.

En septiembre de 1954 se estrenó la película ‘Godzilla” sobre un lagarto que mutaba y se convertía en un monstruo por efecto de un ensayo nuclear. Lo que para nosotros parece una película de traca, con unos efectos especiales de chiste, a los japoneses les pareció una película que reflejaba sus peores pesadillas. Y es que la película había sabido captar el estado de ánimo de la población ante la energía nuclear después del incidente del atunero. Curiosamente, a pesar de “Godzilla”, apenas he encontrado referencias al estado de la opinión pública japonesa en los años 50 cuando el país inició su programa nuclear. Mi impresión es que no he encontrado referencias porque apenas existen. Era una decisión ya tomada por los políticos, los burócratas y los hombres de negocios y a nadie interesaba lo que pudiera pensar la ciudadanía.

En 1951 se había establecido TEPCO (Tokyo Electric Power Company), los dueños de la ahora famosa central nuclear de Fukushima. En 1954 TEPCO estableció un centro para investigar la energía nuclear. Dado que por aquel entonces en Japón no existía un marco legislativo para la energía nuclear, o bien los de TEPCO fueron unos visionarios, o bien alguien les había soplado por dónde iban los planes del Gobierno. Porque, efectivamente, un joven político nacionalista, Yasuhiro Nakasone, estaba abogando en favor de la energía nuclear. Pienso que no es casualidad que fuera un político derechista y nacionalista quien impulsase la energía nuclear. Una de las grandes obsesiones de los militares japoneses durante los años 30 había sido la de asegurarse el suministro de petróleo y buena parte de la estrategia japonesa en la II Guerra Mundial tuvo como objetivo ocupar los campos petrolíferos de Indonesia. Aunque Japón sea tan pobre en uranio como en petróleo, la energía nuclear ofrecía la posibilidad de diversificar las fuentes de energía .

Mientras tanto, en diciembre de 1953, el Presidente norteamericano Eisenhower había lanzado la iniciativa “átomos para la paz” por la cual EEUU ayudaría a otros países a desarrollar la tecnología nuclear para fines pacíficos. Ignoro si los suculentos contratos que General Electric y Westinghouse podrían conseguir con esta iniciativa tuvieron que ver algo con su concepción. En mayo de 1955 una delegación norteamericana visitó Japón para promover la iniciativa. Su anfitrión en Japón fue el senador y magnate de la prensa Matsutaro Shoriki. Este Shoriki daría para varias entradas: se le considera el fundador del beisbol profesional en Japón, fue un maestro de judo y pasó por la cárcel tras la II Guerra Mundial como sospechoso de haber cometido crímenes de guerra.

En 1955 el Parlamento destinó 230 millones de yenes a la investigación nuclear y aprobó la Ley Básica de la Energía Nuclear. La Ley establecía que la tecnología nuclear se usaría exclusivamente con fines pacíficos y que en su uso y desarrollo se aplicarían tres principios: métodos democráticos (dicho por quienes habían hurtado el debate público del tema), gestión independiente (en un país donde los intereses de las empresas, los de los políticos y los de la burocracia están entremezclados) y transparente (principio cuyo respeto viene demostrado por la repetida ocultación de los accidentes nucleares cada vez que se han producido).

En 1956 se creó la Comisión de la Energía Atómica. Su objetivo era garantizar que en el uso y desarrollo de la energía nuclear se respetasen los principios establecidos por la Ley Básica. La Comisión está compuesta por cinco comisionados, designados por el Primer Ministro y aprobados por el Parlamento. No estoy seguro de que esta manera de elegir a los miembros de la Comisión garantice el funcionamiento independiente de la misma. Tomemos como ejemplo los cinco miembros de la Comisión en estos momentos: hay un profesor de la escuela de ingeniería de la Universidad de Tokio, un ingeniero que viene del Instituto Central de Investigación de la Industria Eléctrica, una persona procedente de una sociedad de consumidores, una profesora de escuela de ingeniería de la Universidad de Tokio y un asesor de TEPCO. Aunque en cantidad de fuentes oficiales se elogia la transparencia de la Comisión, no deja de resultar curioso que entre sus miembros haya uno que provenga de la industria que se trata de regular y que al mismo organismo se le den funciones de desarrollo y de control. ¿No es la receta para un conflicto de intereses? Si consideramos la historia de la Comisión, descubrimos que su primer director fue… ¡Matsutaro Shoriki!

La estructura institucional de la energía nuclear en Japón se completó en los años siguientes con la creación del Instituto de Investigación Atómica de Japón, la Corporación de Combustible Atómico, cuya función era el procesamiento del uranio, y la Compañía de Poder Atómico de Japón, que gestionaría la primera central nuclear.

En 1960 comenzó la construcción de la primera central nuclear. Se escogió un reactor británico Calder-Hall refrigerado por gas. Era una tecnología que entonces se consideraba como muy avanzada y tenía la ventaja de que no requería ni agua pesada ni uranio enriquecido. Además podía funcionar a temperaturas más elevadas y con menos pérdida de calor.

EEUU, viendo que si Japón empezaba a utilizar tecnología británica, iba a perder el negocio, ofreció garantizarle el suministro de uranio enriquecido para su uso con reactores de agua ligera. Japón se pasó entonces a la tecnología norteamericana y encargó a General Electric su primer reactor de agua hirviendo y a Westinghouse el primero de agua a presión. Conociendo cómo funciona la Administración japonesa, tanto cambio de tecnologías me huele a mordidas sabrosas.

El período en el que las primeras centrales nucleares japonesas entraron en funcionamiento coincidió con el gobierno del Primer Ministro Eisaku Sato. En diciembre de 1967 Sato se comprometió a que Japón respetaría tres principios: 1) La no posesión de armas nucleares; 2) La no producción de armas nucleares; 3) La no autorización de armas nucleares en su suelo. Como declaración de principios está muy bien, pero en los 44 años que han pasado a nadie se le ha ocurrido desarrollarla legislativamente. En 1970 Japón firmó el Tratado de No Proliferación Nuclear, aunque curiosamente no lo ratificó hasta seis años después. Sato vio reconocidos sus esfuerzos en 1974 con el Premio Nobel de la Paz, que es un premio en el que los académicos suecos suelen cagarla bastante a menudo. Y es que la realidad era menos bonita.

A comienzos de los sesenta Sato se había interesado por el desarrollo de armas nucleares y había dicho algo tan bonito como que “si otro tiene armas nucleares, es de sentido común que las tengas tú también”. La explosión de su primera bomba atómica por China en 1964 le puso al borde de un ataque de nervios. Encargo a varios científicos un estudio de los costes y beneficios que podría suponer la bomba atómica para Japón y poco después les hizo saber a los norteamericanos que su país podía fabricar una bomba atómica en cuanto se lo propusiese. Iba un poco de farol (Japón no había avanzado tanto en sus investigaciones), pero le salió bien. Los norteamericanos le dijeron que parase y que no se preocupase, que Japón estaría cubierto por el paraguas nuclear norteamericano si los chinos se ponían tontos. En 1970, Sato negoció con Nixon la recuperación de Okinawa, que EEUU venía ocupando desde el final de la II Guerra Mundial. Se ha sabido mucho después que, para conseguir la recuperación de la isla, Sato se comprometió a permitir que EEUU tuviese armas nucleares en Okinawa, en caso de emergencia y si le pedían autorización previa. Algo me dice que no hubiera puesto mayores inconvenientes a conceder esa autorización.