Latinoamérica es como el manicomio de Europa, decía Roberto Bolaño, el autor de Los detectives salvajes, en una entrevista en 2002. Podría haber sido el hospital de Europa o el granero de Europa, pero él la veía en ese momento como un manicomio, y además “salvaje, empobrecido y violento”. Nacido en Chile, vivió una juventud volcánica en México, donde escribió el manifiesto infrarrealista Déjenlo todo, nuevamente:“Soñábamos con la utopía y despertamos gritando”. Por su humor insurgente, es mi panfleto americano preferido, junto con el Manifiesto antropófago, que escribió en 1929 Oswald de Andrade, el poeta modernista que en un taller de la Place Clichy, en París, descubrió deslumbrado un lugar desconocido: su país, Brasil. Un nuevo mundo con apetito cultural para comerse todos los mundos: “Solo me interesa lo que no es mío”. Bolaño encontró paz, amor y un buen editor en Barcelona. Fue valiente, genial y gestó su propio boom sin adorar la fama. Retomando aquella imagen, 10 años después, han girado los espejos. Latinoamérica no es un paraíso (¡y Dios nos libre del paraíso!), pero en una buena parte ha dejado de ser el “yacimiento catastrófico” al que parecía destinada. La lucha contra la pobreza, la protección a la infancia, la atención sanitaria y la vivienda son asuntos centrales en la agenda política de muchos países. Por ejemplo, son prioridades que ha tenido que incorporar a su discurso la oposición para tener chance en las elecciones de este domingo en Venezuela. No se puede despachar a Chávez tratándole de chiflado. Porque no lo es y porque lo decisivo va a ser la percepción popular de si han mejorado o no las condiciones de vida para la mayoría. Según la ONU, la tasa de pobreza en Venezuela se ha reducido en 10 años en un 21%. Gane o no Chávez, la austeridad europea y española debería incluir una cura de humildad óptica con América Latina.
Comparto esta columna de opinión de Manuel Rivas, publicada en El País de España:
Latinoamérica es como el manicomio de Europa, decía Roberto Bolaño, el autor de Los detectives salvajes, en una entrevista en 2002. Podría haber sido el hospital de Europa o el granero de Europa, pero él la veía en ese momento como un manicomio, y además “salvaje, empobrecido y violento”. Nacido en Chile, vivió una juventud volcánica en México, donde escribió el manifiesto infrarrealista Déjenlo todo, nuevamente:“Soñábamos con la utopía y despertamos gritando”. Por su humor insurgente, es mi panfleto americano preferido, junto con el Manifiesto antropófago, que escribió en 1929 Oswald de Andrade, el poeta modernista que en un taller de la Place Clichy, en París, descubrió deslumbrado un lugar desconocido: su país, Brasil. Un nuevo mundo con apetito cultural para comerse todos los mundos: “Solo me interesa lo que no es mío”. Bolaño encontró paz, amor y un buen editor en Barcelona. Fue valiente, genial y gestó su propio boom sin adorar la fama. Retomando aquella imagen, 10 años después, han girado los espejos. Latinoamérica no es un paraíso (¡y Dios nos libre del paraíso!), pero en una buena parte ha dejado de ser el “yacimiento catastrófico” al que parecía destinada. La lucha contra la pobreza, la protección a la infancia, la atención sanitaria y la vivienda son asuntos centrales en la agenda política de muchos países. Por ejemplo, son prioridades que ha tenido que incorporar a su discurso la oposición para tener chance en las elecciones de este domingo en Venezuela. No se puede despachar a Chávez tratándole de chiflado. Porque no lo es y porque lo decisivo va a ser la percepción popular de si han mejorado o no las condiciones de vida para la mayoría. Según la ONU, la tasa de pobreza en Venezuela se ha reducido en 10 años en un 21%. Gane o no Chávez, la austeridad europea y española debería incluir una cura de humildad óptica con América Latina.
Latinoamérica es como el manicomio de Europa, decía Roberto Bolaño, el autor de Los detectives salvajes, en una entrevista en 2002. Podría haber sido el hospital de Europa o el granero de Europa, pero él la veía en ese momento como un manicomio, y además “salvaje, empobrecido y violento”. Nacido en Chile, vivió una juventud volcánica en México, donde escribió el manifiesto infrarrealista Déjenlo todo, nuevamente:“Soñábamos con la utopía y despertamos gritando”. Por su humor insurgente, es mi panfleto americano preferido, junto con el Manifiesto antropófago, que escribió en 1929 Oswald de Andrade, el poeta modernista que en un taller de la Place Clichy, en París, descubrió deslumbrado un lugar desconocido: su país, Brasil. Un nuevo mundo con apetito cultural para comerse todos los mundos: “Solo me interesa lo que no es mío”. Bolaño encontró paz, amor y un buen editor en Barcelona. Fue valiente, genial y gestó su propio boom sin adorar la fama. Retomando aquella imagen, 10 años después, han girado los espejos. Latinoamérica no es un paraíso (¡y Dios nos libre del paraíso!), pero en una buena parte ha dejado de ser el “yacimiento catastrófico” al que parecía destinada. La lucha contra la pobreza, la protección a la infancia, la atención sanitaria y la vivienda son asuntos centrales en la agenda política de muchos países. Por ejemplo, son prioridades que ha tenido que incorporar a su discurso la oposición para tener chance en las elecciones de este domingo en Venezuela. No se puede despachar a Chávez tratándole de chiflado. Porque no lo es y porque lo decisivo va a ser la percepción popular de si han mejorado o no las condiciones de vida para la mayoría. Según la ONU, la tasa de pobreza en Venezuela se ha reducido en 10 años en un 21%. Gane o no Chávez, la austeridad europea y española debería incluir una cura de humildad óptica con América Latina.