(...)"En otro lugar lo llamé un héroe de la traición; el oxímoron sigue pareciéndome válido. ¿Qué es un héroe de la traición? Estamos acostumbrados a pensar en la lealtad como una virtud, y lo es; pero hay momentos en la historia en que es más ardua, más valiente y más honesta la traición que la lealtad. La Transición fue uno de ellos. Se ha recordado a menudo estos días que, cuando el Rey designó a Suárez presidente del Gobierno, los demócratas se horrorizaron ante el nombramiento de aquel arribista del franquismo, ministro secretario general del Movimiento por más señas; apenas se ha recordado que, a la inversa, fueron los franquistas más duros quienes se entusiasmaron con la elección de Suárez. Es natural: aquel joven hábil, seductor, enérgico, kennediano y complaciente era uno de los suyos, de modo que consideraron su nombramiento como la mejor garantía de que el franquismo no iba a morir con Franco. Qué error, qué inmenso error. En menos de un año, a base de diálogo, claro, pero también de pases de magia y trucos de trilero, Suárez liquidó el franquismo y puso los fundamentos de la democracia. Fue así como el gran héroe se convirtió en el gran traidor, al menos para los franquistas; para los demás, o para casi todos los demás, acabó convertido con el tiempo en el advenedizo de sucio pasado que se había ensuciado las manos traicionando a los suyos"(...)
(...)"En otro lugar lo llamé un héroe de la traición; el oxímoron sigue pareciéndome válido. ¿Qué es un héroe de la traición? Estamos acostumbrados a pensar en la lealtad como una virtud, y lo es; pero hay momentos en la historia en que es más ardua, más valiente y más honesta la traición que la lealtad. La Transición fue uno de ellos. Se ha recordado a menudo estos días que, cuando el Rey designó a Suárez presidente del Gobierno, los demócratas se horrorizaron ante el nombramiento de aquel arribista del franquismo, ministro secretario general del Movimiento por más señas; apenas se ha recordado que, a la inversa, fueron los franquistas más duros quienes se entusiasmaron con la elección de Suárez. Es natural: aquel joven hábil, seductor, enérgico, kennediano y complaciente era uno de los suyos, de modo que consideraron su nombramiento como la mejor garantía de que el franquismo no iba a morir con Franco. Qué error, qué inmenso error. En menos de un año, a base de diálogo, claro, pero también de pases de magia y trucos de trilero, Suárez liquidó el franquismo y puso los fundamentos de la democracia. Fue así como el gran héroe se convirtió en el gran traidor, al menos para los franquistas; para los demás, o para casi todos los demás, acabó convertido con el tiempo en el advenedizo de sucio pasado que se había ensuciado las manos traicionando a los suyos"(...)