Javier Marías. Así empieza lo malo. Alfaguara. Madrid, 2014.
"Así empieza lo malo y lo peor queda atrás", eso es lo que dice la cita de Shakespeare que Muriel había parafraseado para referirse al beneficio o la conveniencia, al perjuicio comparativamente menor, de renunciar a saber lo que no se puede saber.
Aunque se suele traducir la segunda parte de esa frase de Hamlet a su madre como que lo peor es lo que está por venir y no lo que queda atrás, hay otras posibilidades de traducirla y quizá la paráfrasis que hace el personaje aprovecha intencionadamente esas palabras para acomodarlas a sus intereses y al sentido del olvido en la última novela de Javier Marías.
Porque esa cita del acto III de Hamlet hace que el lector familiarizado con la obra de Marías recuerde otra cita de sentido muy similar en el inolvidable comienzo de Corazón tan blanco: No he querido saber pero he sabido; o esta otra de Los enamoramientos: inmediatamente empecé a lamentarlo; por qué tenía que saber lo que sabía o el comienzo de Tu rostro mañana: No debería uno contar nunca nada.
Esa idea de que a menudo es mejor no saber recorre gran parte de la narrativa de Javier Marías y es uno de los ejes centrales de Así empieza lo malo, una novela portentosa que publica Alfaguara y que se sostiene en una intriga absorbente y turbadora y en la potencia irrepetible de su prosa sin desmayo.
Una novela organizada en torno a cuatro personajes fundamentales: el narrador Juan de Vere, que tenía 23 años en 1980, la época en la que transcurre la acción, aunque su perspectiva actual es la de un hombre maduro que fue testigo admirativo e involuntario -porque uno mete a alguien en su casa y, al hacerlo, lo obliga a ser un testigo- de las malas relaciones matrimoniales –una larga e indisoluble desdicha- entre Eduardo Muriel, director de cine, áspero y sentimental, con un parche en el ojo y una decadencia imparable, y su mujer (infeliz, amorosa y doliente) Beatriz Noguera, cuyo apellido recuerda al del médico nocturno de uno de sus cuentos, de cama desconsolada –otra expresión de Shakespeare, que es uno de los hilos conductores de la novela-, a los que se suma un cuarto personaje, el Doctor Van Vechten, un pediatra prestigioso que tiene consulta privada en el barrio de Salamanca y un oscuro pasado en el que ahondará el narrador a instancias de su jefe Eduardo Muriel, amigo del médico y al que han llegado una serie de rumores turbios que cuando se confirman recuerdan directamente las situaciones que Javier Marías abordó en Cuando fui mortal, un relato de 1993 que es el embrión del que surge en buena medida esta novela.
Además de su sólida armazón narrativa, Así empieza lo malo contiene una reflexión lúcida y realista sobre la Transición, la desmemoria y los pactos de silencio en torno a la guerra civil y la posguerra. Y es que la acción, evocada muchos años después, se sitúa en la época de Suárez, cuando se construyó un modelo político y social sobre una componenda más o menos implícita: “nadie pida cuentas a nadie.” A partir de ahí los lavados de cara, los cambios de chaqueta, el disimulo o la falsificación de la biografía de los antiguos franquistas se convirtieron en monedas de curso legal.
En ese contexto transcurre una de las historias incontables y secretas de la vida privada de un matrimonio, una historia tenue y casi nunca contada, como no suelen contarse las de la vida íntima /…/ o tal vez sí, pero en susurros.
Y ese tono narrativo de susurro sobre un secreto recorre las páginas de una novela que concluye con esta frase: Y no, nada de palabras y que tiene como centro la fuerza del rencor y el deseo, el olvido y el perdón, la ocultación y el engaño, la inocencia y la culpa, la humillación y el chantaje, la verdad dudosa y a menudo indeseable o la impunidad.
Con una estudiada alternancia de planos narrativos, Así empieza lo malo es una novela de personajes complejos que se construye sobre la proyección de lo intimo en lo público, de la vida privada en los comportamientos colectivos, porque el silencio íntimo es un correlato del silencio impune de la transición y sus pactos de silencio y olvido, y la desgracia personal de la mujer un reflejo de la desgracia del país, porque, como le explica Muriel al joven De Vere, España entera está llena de hijos de puta en mayor o menor grado, individuos que oprimieron y sacaron tajada, que medraron y se aprovecharon, que contemporizaron en el mejor de los casos.
Porque cuando uno renuncia a saber lo que no se puede saber /.../ quizá entonces empieza lo malo, pero a cambio lo peor queda atrás.
Santos Domínguez