Hace años, el pintoresco dueño de un club de jazz madrileño defendía las propuestas pausadas y agradables que actuaban en su local diciendo (a saber dónde lo habría leído) que él era de los pocos gestores musicales que programaba "jazz culto".
Hace años, el pintoresco dueño de un club de jazz madrileño defendía las propuestas pausadas y agradables que actuaban en su local diciendo (a saber dónde lo habría leído) que él era de los pocos gestores musicales que programaba "jazz culto".