Tras la masacre de los dibujantes de Charly Hebdo, de cuatro judíos en una tienda kosher y de dos policías, los políticos europeos pidieron a sus ciudadanos que separaran la religión islámica de los asesinatos porque sus autores, los yihadistas, no eran verdaderos musulmanes.
Aparte de los muertos en el supermercado, al destruir la libertad de prensa se asesinó a dibujantes también judíos del semanario, que era igualmente ácido con el cristianismo, el judaísmo y el islam.
En el funeral, el primer ministro, Manuel Valls, alertó sobre el creciente antisemitismo en Francia, aludiendo al goteo de ataques y asesinatos que lanzan los radicales contra los judíos.
Antes del Holocausto con el que los nazis exterminaron a seis millones por toda Europa parte de la gran ilustración francesa se debía a ellos. Marcel Proust o Marc Chagall quedan como símbolos culturales del país, junto con muchos otros creadores de todas las artes y ciencias.
Pero sus continuadores, los alrededor de 600.000 judíos franceses que había al iniciarse este siglo, es posible que vayan desapareciendo porque deben emigrar para evitar continuas agresiones neonazis y, sobre todo, islamistas, cada día más sanguinarias.
De los 66 millones de habitantes que tiene Francia hay entre seis y diez millones de musulmanes, y aunque existan excepciones, familias y mezquitas crean odio hacia los judíos, invitando a perseguirlos y maltratarlos, incluyendo a niños.
A esos actos se suma el antisemitismo filonazi del ya poderoso Frente Nacional.
Tienen al menos un hogar, Israel, donde no los perseguirán, aunque corren el peligro de ser exterminados en cualquier guerra por los islamistas que piensan, como los nazis, que los judíos deben ser carbonizados.
Los carteles de “Je suis Charlie” deberían acompañarse de “Je suis Juif”.
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SALAS