Jean Valjean ha vuelto

Publicado el 11 septiembre 2012 por Joaquín Armada @Hipoenlacuerda

La escena pertenece a mi mitología familiar. Puente Genil (Córdoba), 1942, 1943, quizá 1944. La fecha exacta no importa. Eran años grises y tristes, de miedo y dolor. Entramos en una casa de vencidos. Hay millones en aquella España. Es un hogar pobre donde no se pasa hambre porque mi abuela Mercedes trabaja de sol a luna y de luna a sol. Pero en el salón de la casa hay una sola mesa, unas sillas y una butaca.  La radio es un lujo que llegará muchos años después. El televisor ni siquiera lo sueñan los ricos del pueblo.

Como buena historia oral cambia según quien sea el narrador y cambia incluso si el mismo narrador vuelve a contarla. Mi madre, la más pequeña, apenas recuerda los detalles. Es una noche cualquiera y mi abuela Mercedes y mis tías Merche y Paqui cosen. Mi madre juega con su muñeca y mi tío Juan, bueno, digamos que trastea por allí. Para hacer más corta la noche, desde hace unos días mi abuelo Joaquín abre el primer tomo de su edición de Los miserables’ en seis volúmenes y comienza a leer en voz alta.

En la noche de un domingo, Maubert Isabeau, panadero en la plaza de la iglesia, en Faverolles, iba ya a acostarse cuando oyó un golpe violento en el escaparate de su tienda (…) Llegó a tiempo para ver que un brazo pasaba a través del agujero practicado de un puñetazo (…) El brazo se apoderó de un pan y se lo llevó. Isabeau salió inmediatamente, el ladrón huía a toda prisa; Isabeau corrió tras él, le alcanzó y le detuvo. El ladrón había arrojado el pan al suelo, pero su brazo estaba ensangrentado. Era Juan Valjean (…) Fue condenado a 5 años de galeras”.

No sé cómo los seis volúmenes de la gran novela de Víctor Hugo se salvaron de la hoguera de humedad en la que se consumió la biblioteca de mi abuelo, emparedada entre adobes unidos con miedo. Ocultos de vencedores imprevistos, los libros estuvieron tapiados durante años. Cuando el miedo cedió, mi abuelo los liberó de su celda y descubrió que la humedad había hecho añicos casi todas sus novelas. Pero la edición en seis volúmenes de ‘Los miserables’ – impresa en París en 1921 por los hermanos Garnier – sobrevivió. Y aún más, logró superar la mudanza a Madrid, el gran viaje sin retorno de mis abuelos.

Antes llegó la radio y la progresiva ceguera de mi abuelo que acabaron con sus lecturas en voz alta, pero la historia de Jean Valjean – Juan en la farragosa traducción de J. Segundo Gómez -, se convirtió en una referencia familiar. No importaba que ocurriera en la Francia napoleónica. Era un símbolo de la injusticia que habían vivido antes y después de la guerra y que dominaba el campo andaluz, tierra de señoritos y jornaleros. Al fin y al cabo, como ha escrito Vargas Llosa, ‘Los miserables’ es una novela inmensa sobre temas universales:  “la justicia, el bien y el mal, el amor, la ley y la moral, la piedad, el progreso del hombre…”

Pasó el tiempo. Llegó la democracia y nuestro imperfecto estado del bienestar.  ‘Los miserables’ se convirtieron en un musical de éxito y dejaron de simbolizar la injusticia.  ¿Cómo creer que un hombre sea encarcelado hoy en día por robar una barra de pan?  Así pensaba yo hasta hace dos semanas, cuando leí que un juzgado de Barcelona ha condenado a un indigente a un año de cárcel por robar media ‘baguette mientras agarraba por el cuello de la bata a la panadera y la gritaba. Inmediatamente pensé que Jean Valjean, el hombre cuya historia fascinó a mi abuelo, había vuelto, como si el tiempo no hubiera pasado. Aunque esta vez sólo ha robado media barra de pan.

Pd: El boceto de esta entrada es una obra de Paula Cabildo, que ha tenido la gentileza de dejarme usarla. Os invito a visitar su blog notecreonada.com, un crítico relato de nuestra actualidad a través de originales ilustraciones.