¿Alguna vez habéis soñado con no ser vosotros mismos para poder, sin mayor consecuencia para vuestras personas, llevar a cabo cualquiera de vuestros deseos, hasta el más inconfesable? ¿Es el miedo a la ley y, sobre todo, el miedo al rechazo social, a quedar marcado y señalado para siempre, lo que nos impele a actuar tal y como marca la moral del momento? ¿Cuánto hay de propio y cuánto de dirigido en nuestra manera de comportarnos en sociedad?
Estas son las preguntas que el autor de este libro nos lanza, desde su siglo XIX, a través del terrible caso del Dr. Jekyll. Tiene mérito, pues entonces no tenían tantas oportunidades como nosotros para "desatar", en el día a día y de manera socialmente aceptada, el tan humano potencial Hyde. ¿Que vosotros sois hombres enteros, y que todas y cada una de vuestras buenas acciones y pensamientos -o, al menos, toda vuestra laudable contención de los peores de ellos- provienen únicamente de una férrea voluntad moral, forjada desde la más tierna infancia y bla, bla, bla? Bien.
Dejando a un lado las profundidades del mundo onírico, ¿qué hay que tanto nos gusta en las películas violentas? De estas tenemos una amplia gama: desde aquellas en las que el protagonista se queda solo eliminando a todos los malos y feos, cuyo valor humano entra en liza con el de cualquier insecto, hasta esas otras en las que algún enfermo destroza los cuerpos y mentes de sus víctimas... Éste es el tipo de películas que crean sagas. ¿Y qué hay de los videojuegos? ¿Por qué no ser un brazo de la mafia de Miami y robar coches, atropellar gente y batear a alguna fulana hasta la muerte? ¿Y quién nos impide matar krauts a golpe de Thompson en algún lugar del Frente Europeo del 44? Internet nos permite, además, tener acceso a contenidos "moralmente peligrosos" sin que nadie se entere -o eso queremos creer-, sin movernos de nuestra intimidad, sin que nos reconozcan los vecinos. El mundo de hoy, en resumen, nos da muchas y variadas oportunidades para sacar el Mr. Hyde que nos habita y cometer unos cuantos crímenes execrables sin mayor consecuencia para nosotros mismos, esto es, para el yo social que nos hemos forjado. Este y no otro era el sueño del bueno de Jekyll, queridos lectores: separar entre él y su maldad.
Si queréis saber cómo acabó, leed el libro.