Por mucho que nos guste presumir de vivir en un mundo globalizado en el que todo está estandarizado y en el que es muy difícil distinguir una gran calle comercial de cualquier metrópoli de otra situada en el otro extremo del planeta, aún existen fenómenos cuya trascendencia está limitada a espacios geográficos muy determinados. Hay artistas con la categoría de superestrellas en algunos países y que son auténticos desconocidos en otros. Esto es entendible cuando hablamos de música pop o rock en la que la barrera idiomática puede condenar a un artista de un país alejado del nucleo principal de la música comercial al ostracismo en el resto. Un cantante coreano (salvo excepciones como la del infame Psy y su “Gagnam Style”) tendría muy complicado traspasar las fronteras de su país, por poner un ejemplo. No se comprende tan fácilmente en otros casos.
Nos surge una pregunta: ¿por qué ocurre lo mismo con un artista que hace música instrumental? Pensamos en el músico que hoy presentamos aquí: Yiruma. Lee Ru-Ma, que es su verdadero nombre, fue un niño prodigio que a los cinco años asombraba por sus habilidades como pianista y con apenas once ingresaba en la Purcell School of Music londinense, a donde se trasladó desde su Corea del Sur natal. Ha grabado más de diez discos desde 2001 alcanzando cifras de ventas más propias de estrellas del pop en Asia y es relativamente bien conocido en el Reino Unido, Francia o Estados Unidos. Sin embargo, es un completo desconocido en nuestro país. Tampoco es fácil encontrar sus discos a la venta más allá de los formatos digitales de plataformas como iTunes.
La música de Yiruma no es muy diferente de la de otros artistas contemporáneos como Ludovico Einaudi, Olafur Arnalds o Max Richter pero debe haber alguna sutil diferencia que hace que, mientras que estos artistas suelen tener sus discos en las secciones de música clásica de las tiendas, Yiruma aparece en la de “new age”. Esa misma reflexión se hace el pianista Jeroen Van Veen en el libreto que acompaña al disco que hoy comentamos poniendo el mismo ejemplo de Einaudi.
Yiruma
El nombre de Van Veen resultará familiar a los lectores del blog ya que ha aparecido en multitud de ocasiones como intérprete de música de Simeon Ten Holt, Philip Glass o suya propia. Entre su repertorio habitual se encuentran compositores como el propio Einaudi, Michael Nyman o Yann Tiersen lo cual dará una pista al lector del estilo de Yiruma, objeto de atención de un doble CD publicado a finales del pasado año en Brilliant Classics. El disco recoge nada menos que 43 composiciones de corta duración del pianista coreano por lo que vamos a omitir el habitual comentario tema por tema del disco que podría resultar harto tedioso hasta para el lector más entusiasta.
La mayor parte de las piezas que integran el disco tienen características similares: un ritmo tranquilo alejado de los sobresaltos, melodías sencillas y delicadas, con un punto cinematográfico en algunos momentos, una simplicidad que podría confundirse con un enfoque minimalista que no acabamos de ver y una sensibilidad muy especial. Si pensamos en la obra de otros pianistas como George Winston, Michael Jones o Philip Aaberg, estrellas en los años ochenta dentro de las listas de “new age” o, incluso en la música de alguna superestrella del género como Yanni o Suzanne Ciani podemos ver que no están muy lejos de lo que escribe Yiruma aunque éste último es, quizá, más formal en sus planteamientos y por ello se encuentra a caballo entre la “new age” más romántica y una música clásica contemporánea muy accesible.
La globalización de la que hablábamos en el comienzo de la entrada sí se nota, sin embargo, en la estandarización de la música de Yiruma. Nada en su forma de componer nos podría dar la más mínima información acerca de su procedencia. Su música podría sonar de fondo en cualquier “Starbucks” de cualquier gran metrópoli y ni la una ni el otro nos servirían para ubicarnos sin recurrir al GPS del teléfono móvil.