Tras mi breve periplo por los clásicos, me apetecía leer algo banal y, a ser posible, de rabiosa actualidad. Así que cuando en la biblio vi este libro, publicado en 1901, de una escritora sueca, y basado en la historia del éxodo a la Ciudad Santa de una comunidad rural sueca, me dije "esto es justo lo que andaba buscando".Hay libros, como la Historia de Heródoto, que requieren una larga y pesada digestión, y cuya reseña, si llega, se hará esperar. Pero hay otros libros que nos empujan al ordenador apenas los hemos terminado, para intentar transmitir un poco del entusiasmo que nos han inspirado. Jerusalén, con el que he disfrutado horrores, es uno de esos libros.
De Selma Lagerlöf (1858-1940) no sabía más que lo que nos cuenta la contraportada de esta edición: sueca y primera mujer en ganar el Nobel de literatura. Luego averigua uno que esta escritora fue en su día no sólo una autora de gran éxito, sino también una de las figuras más relevantes del movimiento feminista y por el sufragio femenino. Entre otras obras, escribió El maravilloso viaje de Nils Holgersson, un libro inspirado por los cuentos infantiles de Kipling, y que ha gozado de la admiración de autores como Kenzaburo Oé o el filósofo Karl Popper.En 1900, Lagerlöf realizó un viaje a Jerusalén, donde visitó la Colonia Americana (fascinante documento fotográfico en el enlace). La historia de esta colonia, que sirvió de inspiración para esta novela, es muy interesante, y bien merece unas pocas líneas.
En 1873, el transatlántico Ville du Havre colisionó en su travesía hacia Europa con un barco británico. El Ville du Havre se hundió en apenas unos minutos, llevándose consigo la vida de 226 personas. Entre las víctimas, se encontraban las cuatro hijas de Anna y Horatio Spafford. Anna se salvó, y su marido, que no estaba a bordo del barco, se reencontró con ella en Inglaterra. Volvieron a su ciudad, Chicago, e intentaron rehacer sus vidas, pero Horatio siempre pensó que aquella tragedia era un castigo divino. Tuvieron dos hijas más, y un niño que murió de escarlatina. En 1881 partió un grupo de trece adultos y tres niños hacia Palestina, donde los Spafford pensaban que hallarían consuelo a su desgracia.
En Jerusalén, fundaron una comunidad filantrópica, con la convicción de que con el trabajo se aceleraría el Segundo Advenimiento de Jesús. La comunidad fue siempre vista con enorme recelo por las autoridades, en especial por el consulado norteamericano, mientras que contaban con el respeto y apoyo de las comunidades judía y musulmana.En un viaje a Chicago, Anna conoció a Olaf Henrik Larsson, el líder de la Iglesia Evangélica Sueca. El resultado de ese encuentro fue el éxodo de 55 habitantes de un pueblo sueco a Jerusalén, adonde llegaron en 1896 para unirse a la colonia.
Esos son los hechos históricos, y vaya por delante que el interés de Jerusalén no deriva de ellos, sino que se trata de gran literatura. En otras palabras, un novelón de agárrate y no te menees.
La primera parte de la novela sucede en un pequeño pueblo de la región sueca de Dalecarlia. Desde el primer momento, la autora deja claro que lo que está contando es mucho más que una historia: está creando un mito. Y en este mito, la leyenda negra familiar que abre la historia actúa como el pecado original, por el que pagarán los hijos de los hijos y los hijos de éstos.La vida en el pueblo de Nas (con un circulito encima de la a) transcurre como lo ha hecho durante generaciones, pero una serie de acontecimientos anuncia una época de cambios, lo cual en el mundo rural equivale al armagedón. La posterior llegada al pueblo de una especie de visionario llamado Hellgum termina por convulsionar la vida del lugar. Los que abrazan la nueva fe anunciada por Hellgum deciden vender sus posesiones, dejar atrás familia, amigos, enamorados y lo que haya que dejar, y partir hacia Jerusalén.
No es eso tarea fácil, evidentemente, y menos en el siglo XIX. Pero las dificultades que se les presentan a nuestros héroes no son de orden logístico. Más bien, nos encontramos ante algunas de las cuestiones fundamentales que definen al ser humano, tales como la fe, la fatalidad o la moral.¿A quién debe lealtad el hombre? ¿A Dios? ¿A sus sentimientos? ¿O a sus principios, entendiendo por éstos la familia, la tierra y la tradición? Este apabullante conflicto de lealtades se revela irresoluble, y el error de nuestra decisión se convierte necesariamente en traición. Pero ojo al dato, que la penitencia que sucede a la traición y que ha de conducirnos a la redención no nos aporta ni un ápice de alivio. Antes al contrario, surge un nuevo dilema: si aceptar el castigo (que con frecuencia tiene más de maldición mítica que de castigo divino) o rebelarnos.
Ay, como veis, no he podido evitar ponerme trascendental, pero lo verdad es que la señora Lagerlöf sabe plantear todas estas cuestiones de una manera irresistible, con un estilo entre bíblico y folletinesco, unos personajes mucho más profundos de lo que puede dar a entender la simplicidad de sus ideas, y unos recursos narrativos que anticipan el modernismo. La obra se publicó en dos volúmenes, y parece ser que la segunda parte no fue tan bien recibida como la primera. Es cierto que esta segunda parte se acerca mucho más al folletín, y es probable que, al estar situada en Jerusalén, no le resultara tan atractiva al público sueco. A mi juicio, sin embargo, la estructura de la novela en su conjunto, situando la escena del naufragio, donde se introduce algunos personajes clave, hacia la mitad del libro, es impecable, y el tono levemente folletinesco es percibido por el lector como un pecadillo de lo más venial.
La comunidad espiritual, mientras permanece en Dalecarlia, se nos presenta como una secta de fanáticos iluminados. Una vez en Jerusalén, sin embargo, quizá al estar bajo la influencia de la Colonia Americana, ese fanatismo encuentra su salida en el trabajo más que en la ortodoxia. La Tierra Prometida nunca puede ser el paraíso y, sorpresa sorpresa, el Señor no nos puso en este mundo para que seamos felices.Los personajes ven en cada acontecimiento la voluntad inescrutable de Dios, y su pasión les hace tener constantes visiones del Cristo, que antes se paseaba por los bosques de Dalecarlia y ahora lo hace por las calles de Jerusalén. Sin embargo, del mismo modo que la historia se erige en mito, asistimos a una desmitificación de lo divino, como cuando la protagonista principal comprueba, para su decepción, que su Cristo (o mejor dicho, uno de sus Cristos) no es sino un derviche giróvago, o que la infernal Gehena no es más que un pestilente vertedero. No obstante, la autora se cuida mucho de emitir juicios, y en ningún momento se percibe una ridiculización del sentimiento religioso.En fin, al reflexionar sobre esta lectura me vienen ideas y más ideas, a cual más profunda y pomposa, y me podría extender un buen rato con ellas, pero ninguna de ellas haría justicia a este gran libro.
Recuerdo que hace bastantes años -debió de ser en 1996, cuando se estrenó-, vi la película titulada Jerusalén, del cineasta danés Bille August, basado en esta novela. Apenas recordaba nada de ella, aparte de que me gustó mucho. Sigue teniendo muy buena pinta.