Jesualdo

Por Candreu
Conocí a Jesualdo Martínez Ródenas en 2008. Coincidimos como alumnos en un Curso de Verano. Desde el primer momento me llamó la atención su excelente educación (siempre con un por favor y un gracias en la boca) y con el tiempo, su humildad (aunque hubo oportunidad, nunca conocí todos sus espectaculares méritos académicos y profesionales). Nos caímos bien.
Sevilla nos permitió encontrarnos unas cuantas veces más y compartir ideas, pensamientos y experiencias. La última vez que le vi, a principios de este año, desayunamos juntos en la T4 de Barajas. Yo hacía escala hacia Sevilla y él hacia Toulouse. Apenas 45 minutos en los que hablamos de lo importante: de la cuenta de resultados del corazón (de la familia, de los amigos…).
El  pasado sábado, a medio día,  me llamó un amigo común. Un A400M se acababa de estrellar en Sevilla. Me dijo: “Es posible que Jesualdo fuera a bordo”. Le mandé un guasap: “Jesualdo, please, dime que estás bien”. No recibí respuesta. Supuse que estaría con los suyos, con su familia. Lo que más le importaba en este mundo.
Recuerdo que de crío, me encantaba que en los fuegos de campamento me contaran esta historia de miedo:
Una joven quedó una noche con dos amigas para que fueran a su casa a dormir. Su abuela, que estaba muy mayor, se encontró mal y sus padres la llevaron al hospital, quedándose las niñas solas en el enorme palacio en el que vivían.  Una descomunal tormenta se levantó tras la cena. Asustadas, se acostaron en un dormitorio con tres camas. Era tal el miedo que tenían, que decidieron darse las manos de una cama a otra para poder pasar mejor la noche.
A la mañana siguiente,  cuando los padres volvieron con la abuela, que ya se había recuperado, la hija les contó el miedo que habían pasado y cómo se habían dado las manos para tranquilizarse. La madre sonrió y les dijo que eso era imposible, que el espacio entre las camas era muy grande y que no les llegarían los brazos. Las muchachas, incrédulas, le llevaron a la habitación para demostrarle cómo habían estado cogidas de la mano, y se dieron cuenta que les faltaba más de medio metro para poder tocarse. La abuela comentó entonces:

Quizá alguien más buscaba anoche consuelo. No sólo los vivos pasan miedo.

Y algo así me ha pasado esta semana. En cada uno de los 9 aviones que he volado, he sentido a Jesualdo a mi lado. Y quiero seguir sintiéndolo. Hemos “peleado” por el apoyabrazos. Y quiero seguir peleando. 
¡Amigo! Ya no te podemos ver, y mi guasap quedará para siempre sin respuesta. Pero no me cabe duda que en cada uno de los aviones que vuele estarás a mi lado.
¡Qué pedazo de avión tienen que estar haciendo en el Cielo para que se hayan tenido que llevar a los mejores!