Hoy os traemos un escrito a modo de recuerdo y despedida, que Enrique Vidal escribió en su blog hace algún tiempo. Siempre en nuestro corazón Jesús Navas.
No hace mucho que ha estrenado veinticuatro primaveras, pero sigue siendo un niño, siempre lo será.
Está condenado a llevar a cuestas esa bendita apostilla, como aquel navarrico de Estella, Juanito aún le llaman, eterno Niño de Oro a los ojos nervionenses, por mucho que luzca sienes plateadas desde que cambiara botas y borceguíes por la pizarra y el chándal.
O como aquel otro extremo de la belle epoque sevillista, tiempos de charleston y flequillo a lo garçon, que remataba la línea del miedo del sempiterno Campeón de Andalucía. Le llamaban “petit”, el “Niño” Brand, y apenas era un chiquillo, pero portaba la misma gracia y el mismo duende, con su famoso regate del “molinillo”, que ahora desgrana a raudales este príncipe andalusí de Los Palacios.
Porque si hay una cualidad sevillana por antonomasia, esa es, sin duda, la gracia. Sevilla es la ciudad de la gracia, decía el inolvidable José María Izquierdo. La gracia de una Virgen paseando bajo el rocío malva de la madrugada. La gracia de Pepe Luis, citando en los medios con el cartucho de pescao. La gracia, en definitiva, de esos párvulos bailones, intemporales, que honran a Dios privadamente, en su casa, la Catedral metropolitana.
Y es que Jesús recuerda a esos seises vestidos de pitiminí, con su cara de ángel, su “faz murillesca”, según decía Luis Cernuda, y esos movimientos etéreos con el balón en los pies sólo al alcance de querubines celestiales. Giros, requiebros, saltos que enhebran un fútbol grácil y delicado, sutil, casi musical. Sinfonía alegre de quien se desplaza sobre la hierba como el que se desliza en patines por una pista de hielo. Ni más ni menos que la pureza antigua de la escuela sevillista de fútbol, reencarnada en plena era de la botellona por sms.
Dicen los envidiosos, los pobres de espíritu, cuando lo quieren comparar con aquel portuense chistoso que le regaló un penalti mundialista al nieto de Kung-Fú, que este Niño Jesús sevillano no tiene gol, y sin embargo, ha destrozado ya, en el primer tercio de su carrera, todos los records y estadísticas imaginables, con nosecuántos partidos europeos disputados y cinco copas que son cinco cálices de plata luciendo en la repisa de su cuarto, junto a la consola de la playstation. (Hoy lógicamente con algunas copas de más :).
¿No os dais cuenta, insensatos, que si no tiene gol es porque regala los suyos a espuertas como un rey mago que tira caramelos? Ahí están si no el nueve de Brasil o el Mesías de Mali para atestiguarlo. Vinieron con sus carreras a punto de marchitar y no dejan de crecer cada día más fuertes con la ayuda generosa de Jesús.
Así pues, luciferes de pacotilla, alejaos de este niño, no toquéis a nuestro plusmarquista divino, dejádmelo en paz, que vuele a su aire. Es sólo para nosotros, su familia, patrimonio del sevillismo y de nadie más. Que se pare el tiempo, que no se termine nunca el placer de disfrutarlo, calladamente, en la grada, en la intimidad de esa otra Catedral imponente, la del fútbol hispalense, el Ramón Sánchez-Pizjuán, único templo donde cabe medir, como Dios manda, la danza indeleble de este niño seise sevillista que, como diría el pregonero Barbeito, y aquí me haría falta su voz, juega al fútbol como los mismísimos ángeles.