«Le daba lástima, pero sentía una crueldad inquieta, el deseo de conocer por primera vez, de medir el alcance de su poder de mujer.»Vanidad en una dimensión amplificada, sublimación de un egoísmo que trasciende el concepto de orgullo y se transforma en una ceguera enfermiza ante la realidad, Gladys no es solamente una nueva Jezabel. Lleva al extremo el tan humano miedo al paso del tiempo y, como Dorian Gray, entrega su alma a cambio de juventud y belleza al más mundano demonio. Acumula pecados como eslabones de un collar con el que adorna la pérdida de dignidad, de humanidad.
«No quería una belleza frágil, patética, amenazada por la madurez; necesitaba el esplendor, la triunfal insolencia de la verdadera juventud.»Con un pulso narrativo bien medido, Irène Némirovsky recrea la imagen de Gladys a través de actos y palabras, suyos y de los personajes a su alrededor, desgranando los lujos y miserias que conforman sus vidas. La voz narradora no entra a valorar: son los personajes quienes valoran y el lector a partir de sus acciones, en un crescendo de notas tensas.
«Necesitaba estar segura de su poder, comprobar que era capaz de volver loco a un hombre, de hacerlo sufrir como antes.»
Quizá adolece de una sobrecarga en el absoluto protagonismo de Gladys, que a veces produce una visión desdibujada del resto, pero es algo habitual en los primeros planos y, en parte, de eso se trata: destacar su figura complejamente simple. Con los adornos justos para no restarle importancia a esa impresión que debe perpetuarse tras el revelado. Menos es más: la regla de la elegancia. Como la que desprende la prosa de Némirovsky, aun cuando desciende a lo más oscuro de las fallas del carácter y la psique. No es seducción de una noche, es fascinación perpetua.Ficha y sinopsis:
Título original: “Jezabel” (1936)Traducción: José Antonio Soriano Marco
Gladys Eysenach es acusada del asesinato de su presunto amante, un joven estudiante de apenas veinte años, y el caso levanta una enorme expectación en París. Madura y excepcionalmente bella para su edad, Gladys pertenece a esa alta sociedad apátrida que recorre Europa de fiesta en fiesta. Envidiada por las mujeres y deseada por los hombres, su vida se airea impúdicamente frente al juez: su infancia, el exilio, la ausencia del padre, su matrimonio, las difíciles relaciones con su hija, su fama de femme fatale, su fijación con la belleza y la juventud... El público, impaciente por conocer cada sórdido detalle, no comprende que la rica y envidiada Gladys, comprometida con un apuesto conde italiano, haya perdido la cabeza por un joven anodino, casi un niño. ¿Quién era la víctima: un amante despechado, un delincuente de poca monta o quizá el testigo incómodo de un secreto inconfesable? ¿Y por qué la acusada insiste en mostrarse culpable y exigir para sí misma un ejemplar castigo?