Cada vez que veo una obra de Wang Bing tardo una semana en recuperarme y reponer fuerzas. Al oeste de los raíles (2003), nueve horas como nueve soles de un documental que parece un cortometraje, esta inmensa radiografía de la decadencia de una ciudad industrial china, antes referencia del modelo económico de este país, te deja sumido en la más profunda inquietud ante los errores de una clase dirigente cegada por unos ideales que, a ciencia cierta ya confirmados como erróneos, continúa aplicándolos sin el valor necesario para cambiar de rumbo. Y además, dejando en el camino millones de víctimas, que es lo peor. Demasiado actual, ¿no?
Años después le tocaba el turno a He Fenming (2007), de sólo tres horas y sensación fílmica de un anuncio de televisión, una entrevista a la esposa de un condenado al campo de re-educación de Mingshui, en realidad campos de concentración, al borde del desierto de Gobi en los años 60.
Wang Bing en su último trabajo ha decidido pasar a la ficción sin cambiar de tema. Ahondando en el triste pasado de una nación, que quiere olvidar sus errores y convertirse en el más moderno de los países, sin plantearse siquiera qué es lo verdaderamente moderno. Esta película retrata el día a día de los prisioneros del campo de Mingshui y su lucha por la supervivencia pero también la solidaridad, que aparece en el lugar y el momento más inesperado, o la calidad de las relaciones humanas pese a una total adversidad.
El director posee un sentido espectacular del montaje. Cada escena constituye casi un universo en su totalidad, con una duración que, en momentos, resulta insoportable para el espectador por la dureza de este catálogo de miserias y humillaciones. Una película, tan dura como necesaria, que debería servirnos para no olvidar que el horror no es patrimonio exclusivo de una exclusiva tendencia política. Viene de cualquier lado acompañado, por lo general, de la ignorancia, la prepotencia y el miedo a la diferencia. En el excelente Festival de Las Palmas se llevó tres premios: el Especial del Jurado, el del Público y Signis.
No me acuerdo dónde leí que el genial Jaime Rosales había rodado unas entrevistas con Wang Bing y la verdad es que no me extraña nada. Sentido visual similar, gusto por el plano perfecto, excelentes actores y temas difíciles y arriesgados, los dos autores comparten universos muy próximos. Y yo sin ver su última película, qué ganas de verla… Por cierto, ¿alguien ha visto Sueño y silencio? Tengo la sensación de que no ha tenido mucho seguimiento. Espero vuestros comentarios, amigos.