Porque seguramente todos habréis visto "La Pasión de Cristo" (2004), del censurable Mel Gibson, película vilipendiada y denostada por una industria cinematográfica eminentemente judía y que no pasa una sola ofensa, por inventada que sea, contra su historia o su pensamiento. La película, basada en "La amarga Pasión de Cristo" de la Beata Ana Catalina Emmerick, supuso una firme intención de renovación y rejuvenecimiento dentro de un género y un tema, el religioso, polémico ahora que predomina una (in)tolerancia religiosa notoria y palpable. Sobre todo en terreno norteamericano, donde lo manifiestamente cristiano o teológico sufre persecuciones, si bien cambiando circos y coliseos por Academias de Cine y el lobby judío. Tras unas versiones bienintencionadas pero lejanas en el tiempo, con directores de la talla de Zeffirelli, DeMille y Passolini, y otras más inclasificables como las versiones de Martin Scorsese ("La última tentación de Cristo" de 1988) o Terry Jones ("Monty Python's The Life Of Brian", 1979), la vida o Pasión de Jesús llevada al cine necesitaba un relevo generacional, caras nuevas y sobre todo adaptarla a unos medios técnicos más modernos. Por ello, "La Pasión de Cristo", con toda la controversia que generó, no deja de ser por ende, la película más arriesgada, cruda, fidedigna y veraz que se haya filmado, a pesar del ensañamiento visual que se le recriminó, punto característico de su acierto en ese aspecto. Como dijo Augustine Di Noia, integrante de la Congregación para la Doctrina de la Fe, la película "no es tan violenta como brutal. Cristo es tratado brutalmente, pero no hay violencia gratuita", además de reconocer que el filme de Gibson es "absolutamente fiel al Nuevo Testamento".
Y es que viendo una película sobre Jesús, nos encontramos con un gran hombre contemporáneo, un gran actor y sobre todo, una gran persona. Un hombre que, siendo una estrella del baloncesto universitario, sufrió una aparatosa lesión que lo separó para siempre de su sueño de debutar en la NBA (a pesar de ser un talentoso tirador). Fue entonces cuando, desde una profunda convicción religiosa, comenzó en Washington con el mundo de la interpretación, un mundo que, siempre ha creado perjuicios sobre excesos, infidelidades, derroche y glamour mal sobrellevado. Desde sus inicios, dejó muy claras sus prioridades: "Yo quería complacer al mundo como un buen actor, un buen marido, y un buen padre, nunca busco sólo mi satisfacción personal". De hecho, nunca ha dejado de cumplir las dos más importantes, la de buen marido y buen padre, padre adoptivo de dos niños chinos deformados por el padecimiento de diversos tumores. Según el propio Caviezel, "era más fácil retirarse de todo, pero no me arrepiento de haber seguido adelante. Al menos no he vivido la vida como un cobarde", además de mantener que "no te haces idea de las bendiciones que te pueden llegar si le das una oportunidad a la fe".
Su primer papel le llegó de la mano de Van Sant en 1991, con "Mi Idaho privado", tercera película de este director de culto gay, de temática igualmente homosexual, junto al malogrado River Phoenix y Keanu Reeves, y la que será su único escarceo con un guión de ideología y pensamiento tajantemente contrario al suyo. En 1998, y tras pasar por las manos de directores comerciales como Michael Bay o Ridley Scott, le llegará su merecida oportunidad con un director muy diferente a éstos. Terrence Malick, un director personal y poético, escritor de todas sus películas ("Malas tierras", de 1973, y "Días del cielo", de 1978), con un toque visual que perfeccionará con "La delgada línea roja" (1998) tras 20 años de sequía creativa. Esta película, bélica pero con una importante carga humanista en tono más poético que realista, supuso todo un desfile de primeras filas consolidadas y emergentes en el filme (Penn, Cusack, Nolte, Brody, Travolta, Harrelson...), yendo a parar uno de los papeles más importantes al desconocido Jim Caviezel, quién encandiló a la crítica. La tercera película de Malick logró 7 nominaciones a los Oscar, incluyendo mejor película, director y fotografía, no obstante, la falta de criterio de la Academia antepuso a "Shakespeare In Love" (sobrevalorada película de John Madden, que se hizo con 7 estatuillas) y "Salvar al Soldado Ryan" (hito bélico de Steven Spielberg, que ganó el premio a mejor director, fotografía y los técnicos), películas que impidieron (más por presencia que por calidad) valorar con justicia el filme de Malick.
Tras su éxito en "La delgada línea roja", Caviezel aparece en "Frequency" (Gregory Hoblit, 2000) compartiendo galones con Dennis Quaid, pero aún relegado a un plano secundario frente a casi cualquier actor. Aún tendrá que esperar hasta "La venganza del Conde de Monte Cristo" (Kevin Reynolds, 2002) para repetir papel importante con una película medianamente decente, esta vez acompañado por Guy Pearce y un venerable Richard Harris. En este filme, su papel de protagonista será indiscutible, demostrando su cariz interpretativo y un físico que empezará a cotizarse en la industria cinematográfica. Este punto es fundamental en su vida, ya que empieza a entrar de lleno en el mundo de flashes y champagne de Hollywood, y es ahí donde se mantiene fiel a sus principios cristianos, llegando a rechazar y perder papeles (y suculentos contratos) que bien le convendrían a un actor emergente aún por consolidar, por negarse a rodar escenas de sexo o que sean claramente contrarias a su fe ("He interpretado tantos personajes pecadores como personajes que fueron personas santas, pero siempre procuro encontrar algo rescatable en las historias. Pero eso sí, no blasfemo contra nuestro Señor, y hay cosas en las películas que no haría. Y en esos casos solo espero. Dios me permite esperar. Si encuentro un guión que me gusta, pero que contiene partes inaceptables para mí, les pido que lo cambien y si realmente están interesados en mi trabajo, lo cambiarán"). En una entrevista publicada en el Magazine del periódico El Mundo en octubre de 2010, Caviezel contestó de la siguiente manera a una levísima acusación de fanatismo: "Al final, lo único que intento es hacer lo adecuado en la vida. No veo cómo el ser católico o cristiano puede resultar algo malo. Somos 2.800 millones en el mundo, pero parece que la prensa no nos da el tratamiento que nos merecemos, incluyendo al Papa". Con profunda convicción, Caviezel siempre se ha mantenido amable con los medios, no obstante, nunca se ha mantenido al margen cuando éstos han querido entrar en temas polémicos para la Iglesia o la Cristiandad, siempre ha defendido de corazón aquello en lo que cree, dando argumentos y no avivando llamas, como hacen los medios sensacionalistas o anti-eclesiásticos. Aquí os dejo un fragmento de la entrevista:
Entrevistador: -No son los periodistas, sino los historiadores los que aseguran que las religiones han sido causantes de millones de muertos y cientos de guerras. ¿Qué le parece la afirmación? Caviezel: -Déjeme preguntarle: ¿con cuánta gente acabó la Inquisición? ¿Quizá 10 millones de personas? Puede ser, pero con Mao Zedong fueron 70 millones, y con Hitler, no lo sé. Eso es lo que he oído. ¿Y unos 10 millones bajo Stalin? Al menos, eso creo. Así que no parece que sea sólo algo religioso.
Jim Caviezel ha demostrado, en todos los planos posibles, no solo sus convicciones religiosas, sino unos valores que pueden considerarse comunes a la Humanidad por medio del Derecho Natural. Ni beato, ni santurrón fanático, un hombre, un padre, un marido y un actor. Una persona normal que, abanderado por el evangélico "Etiam si omnes, ego non", ha sabido des-marcarse de una industria aquejada por una terrible fama, para centrarse en su familia y en mantener un gran nivel de moralidad, decencia y consideración a su alrededor. Personas como Caviezel, no solo cristianas, sino sinceras, respetuosas e inquebrantables, son las que faltan, no solo en el cine, sino en el mundo en general.