Lo mejor de este Submarino, es sin duda el personaje que Dunthorne nos crea, que fuera de las comparaciones más evidentes, tiene una voz propia; una gran voz propia podríamos decir, porque su autor la logra mantener viva a lo largo de más de cuatrocientas páginas donde sólo él se basta para llevar todo el peso de la narración, únicamente acotada con los encuentros con sus padres y su novia. La meta literatura está muy presente en el proceso creativo de este personaje, no ya por el manoseado efecto del diario, sino por el empleo de palabras poco habituales en nuestro vocabulario como prolapso, nepente, cimbreño, fastigio, conspicua, gatuperio, cigoñal, triscaidecafobia…, que además, le sirven para dar título a los capítulos, y que por sí mismas, conforman un original hilo conductor. En este sentido, el estilo empleado por Joe Dunthorne para crear este Submarino es sumamente ágil, con frases, que se dividen en infinidad de puntos y aparte, y que sólo se ven abortadas cuando ralentiza la acción con los pensamientos de Oliver Tate en sus disparatadas acciones, lo que crea ese punto de intriga y ganas de llegar al final de la misma.
En definitiva, Joe Dunthorne sale victorioso de su primera novela, porque es capaz de crear con algo tan aparentemente sencillo como la vida interior de un chico de dieciséis años, un relato pleno de comicidad gamberra y existencial al unísono que fresco, de un período de tiempo que bien podría servir sin llegar equivocarnos para tildarlo como de retrato de una época, pero no victoriana o industrial, sino otra a la que llamamos adolescencia.
Reseña de Ángel Silvelo Gabriel.