JOHN BOYD - La última astronave de la Tierra (1968)
Publicado el 28 septiembre 2013 por Jorge Vilches
No había leído buenos comentarios sobre La última astronave de la Tierra, de John Boyd, no porque fuera mala, sino sencillamente porque no hay mucho escrito en la red sobre esta novela. La única que encontré decente fue la de Juan Carlos Planells, publicada en el número 127 de Nueva Dimensión, del año 1980 (¡Casi ná!), en forma bastante elogiosa. Me resistí a leerla, aunque ahora no recuerdo el motivo. Boyd, seudónimo de Boyd Bradfield Upchurch, es uno de esos escritores que aparecieron en el panorama de la ciencia-ficción como un paracaidista: a los cincuenta años dio rienda suelta a su vocación oculta. Y aprovechó un tema que nunca pasa de moda, el sexo mezclado con la rebeldía light. A La última astronave de la Tierra (1968), le siguieron Mercader de inteligencia (1972) –sobre la potenciación de la inteligencia- y Los polinizadores del Edén (1979) -las flores utilizando a los humanos como fecundadores-.
La novela aborda tres cuestiones. Por un lado, la paradoja temporal; es decir, la posibilidad de alterar la Historia a través de un viaje en el tiempo, y que su resultado sea chocante. Boyd no aborda este tema hasta el final de la novela, aunque toda la trama se desarrolla en una Tierra que ha corrido una suerte distinta a la conocida porque Jesucristo no murió crucificado. En realidad, hasta el final la existencia de una Tierra paralela no es la clave. Y el desenlace que crea Boyd es una enorme broma que carece de lógica a tenor de la personalidad del protagonista: un chico de 20 años, estudiante de matemáticas, que pertenece a la casta de los “profesionales”; es decir, un burguesito. Aquí falla la novela porque le falta un poco de profundidad o de explicación de los motivos. Haldane V, el prota, es enviado al pasado como Judas Iscariote para provocar la crucifixión de Jesús y que su muerte liberara al Hombre –cogiendo la Historia, la de verdad, esto no se sostiene-. Pero Haldane, en lugar de esto, y de forma insospechada, coge a Jesús, lo mete en su nave (un "taxi espacial", joeee) y lo manda al futuro en su lugar. Esto sólo funciona como broma, porque desde un punto de vista teológico es absurdo, y siguiendo la lógica del personaje más todavía. El segundo tema que trata es el de la Iglesia, a la que pone a la misma altura que algunas ciencias, como la matemática, la sociología y la psicología. En la Tierra de Boyd el conflicto entre razón y fe se saldó con la construcción de un Papa computerizado. Fairweather, una mezcla de Washington y Edison, tradujo a las matemáticas los preceptos morales y construyó una máquina. La idea es buena, pero el motivo real, que se conoce al final, defrauda: que el hijo de Fairweather, un rebelde con causa, desterrado en el planeta “Infierno”, estuviera acompañado de gente similar. Boyd introduce el cristianismo como si solo fuera un decálogo moral, lo que es una reducción interesada. ¿Por qué? La razón es que el autor quiere que el lector ponga en tela de juicio las normas morales tradicionales. Sin embargo, la explotación del tema de la moralidad como algo cultural y predecible y, por tanto, reducible a un código al que se le pueden aplicar valores y medidas, es muy pobre. John Boyd lo reduce al tema sexual y de las relaciones amorosas, cuando en realidad es mucho más amplio. Por ejemplo; el que la sociedad esté dividida en “proletarios”, que curran, y “profesionales”, que desprecian y marginan a los primeros, parece que no importa. Aquí el autor peca de comercial; esto es, darle a los jóvenes lectores de 1968 lo que querían leer: sexo e inconformismo facilón. El tercer tema es precisamente el generacional. Boyd escribe en plena
rebeldía de la generación de los 60, pero se nota que llega un poco tarde. No tiene nada que ver con otros autores como Thomas M. Disch en Los genocidas (1965) o Moorcock en He aquí el hombre (1966), que atacan con claridad los pilares de la sociedad de su tiempo. El Estado es totalitario, ya que controla la vida privada y pública de cada “ciudadano”. Está dirigido por clérigos, matemáticos, sociólogos y psicólogos –el dominio de estas dos profesiones está muy relacionado con se pusieron de moda desde finales de los 50, de hecho son un grupo importante en la Fundación (1952) de Asimov-. Hoy, ninguno de esos cuatro grupos, sería director social en una novela sobre el futuro. La alternativa es “Infierno” un planeta que sirve de cárcel para los disidentes, pero que en realidad es un Edén: amor libre, naturaleza, educación científica y práctica, no hay especialistas sino gente autosuficiente, no hay jerarquías sociales, todo el mundo trabaja en varias cosas (como en las utopías de los socialistas franceses del siglo XIX). Sí; es una comuna hippie. La paradoja de esta novela que aborda los viajes en el tiempo es precisamente lo mal que ha llevado el paso del tiempo. Los personajes son estereotipos de los cincuenta, con el toque rebeldillo de los sesenta. Las escenas sexuales no pasan de ser momentos “picantes” o “subidos de tono”, que no llegan a las formas sensuales y explícitas de P. J. Farmer en Los amantes o A vuestros cuerpos dispersos (1971); por ejemplo, el lector se entera de que Helix, la chica, se queda embarazada sin que la pareja haya pasado de los dos besos en un sofá. El sexismo abochorna, sinceramente; vamos, de tapar el ebook en el metro para que nadie vea qué lees debido a frases como esta: “por primera vez en su vida había oído una respuesta ingeniosa en labios de una mujer”. El tratamiento psicológico del protagonista no solo es chocante, sino que en ocasiones es involuntariamente cómico; por ejemplo, cuando cuenta muy serio que su madre murió al caerse por la ventana regando las plantas, o cuando Haldane le dice a Helix que para abortar se meta en una centrifugadora o que camine a cuatro patas. Las escenas románticas son impostadas y cursis: “sus palabras debían sonar como el arrullo de dos tórtolas enloquecidas” o “nubes como senos de adolescentes”. En fin, que esta novela ha envejecido muy mal. No me arrepiento de haberla leído, aunque las cien primeras páginas me costaron –“¿Cuándo terminará el romance adolescente y empezará lo interesante, por todos los dioses?”-. Leeré Los polinizadores del Edén, que visto lo leído tiene que ser la bomba.