John katzenbach; “la sombra”.

Por Malaventura
Es duro quererte esconder pero no saber dónde encontrar el lugar adecuado, estar siempre alerta; vigilar la calle, desplazarse de forma imprevisible, zigzaguear entre la gente, detenerse delante de los escaparates para observar quien está detrás de ti; y que el hombre que te persigue se vaya acercando metro a metro. ¿Cómo reconocerle, si apenas le has visto unos segundos, al cabo de cincuenta años? No se sabe nada, salvo que en medio de una guerra convertía a hermanos, madres, padres, abuelos, tíos, sobrinos, vecinos, amigos, conocidos y demás personas en cifras de la muerte. No se tiene ninguna imagen, ningún nombre, ninguna identidad, ninguna huella dactilar ni marca identificativa. Únicamente se tienen los recuerdos de algunos niños que sólo le vieron un instante, viejos recuerdos que forman parte de la historia de los que murieron o sobrevivieron y ahora pueden relacionar el presente con el pasado. Un presente modificado a lo largo de los años bajo diferentes cambios de identidad. 
“Der Schattenmann”: “La Sombra” está aquí, está en todas partes, créanlo, aunque no se vea, oculta su furia, acechando en el intenso aire negro, pegajoso del calor al anochecer, se siente cómodo en la oscuridad, cree que la oscuridad le pertenece; sólo hay una cosa en este mundo a la que teme, una sola cosa: perder el anonimato, ésa es su baza, sabe que perderlo supone perder su existencia, por eso tiene que actuar deprisa, a riesgo de cometer errores, su odio hacia aquellos que culpa de “la sangre sucia” que corre por sus venas es mayor que la prudencia. 
Ni antes ni ahora se quiere morir, se hace lo que sea necesario para conservar la vida. Hay quien es capaz de aprovecharse del infierno por sobrevivir en el propio infierno. El depredador es la pesadilla, caza para no ser cazado. ¿A quién contar que el espantoso sueño, repetido durante años, se ha hecho realidad? ¡Está aquí, vivo! ¿Quién lo va a creer? El miedo busca respuestas, salidas; las víctimas llaman a la puerta pidiendo ayuda por temor a ser asesinadas. No son sólo sensaciones, son certezas que se consuman cuando aparece un cadáver y otro, y la confusión conlleva a más incertidumbre. Por una incomprensible razón parece haber matado a la persona equivocada. Es difícil encontrar porqués a ese acto. La mayoría de los homicidios que se resuelven son los que se sabe enseguida quienes son los sospechosos: un marido, una esposa, un socio, un traficante, etc., pero cuando dos vidas se entrecruzan por azar… 

 “…a veces el mundo parece acumular una horrible gama de dolor y sufrimiento, y lo suelta injustamente, de forma desigual, directamente en el corazón de los desafortunados”. Queda el consuelo de saber que el homicidio en primer grado no prescribe, como la venganza; la venganza se lleva en la sangre… Allá donde se posa, la huella de la violencia sólo deja sufrimiento.