Título original: The Fisherman
Idioma original: Inglés
Traducción: Alberto Chessa
Año: 2016
Editorial: La biblioteca de Carfax (2018)
Género: Novela (Terror)
Pescador a tus terrores
Me habían llegado chismorreos de este libro, por eso cuando lo vi entre los elegibles para reseñar no lo dudé ni un momento y le tiré el anzuelo (prometo que la reseña contendrá menos de estos golpes tan básicos). Que si se trata de una obra magnífica, que si es una mezcla de gran novela americana con terror visual, que si como se enteren los de Caza y Pesca verás... Con tanto revuelo, decidí informarme de primera mano y lo que conseguí fue una de esas escasas experiencias lectoras de deslumbramiento. ¡Menudo trofeo!
El pescador ha resultado ser una lectura sorprendente. Aúna un estilo literario de profundo calado y calidad, impropio de la mayoría de literatura ligera de género (de cualquier tipo de literatura, me atrevería a decir), con una magnífica doble ración de terror pormenorizado, sumamente plástico y muy creíble. Muchas son las virtudes de este libro: personajes sólidos, pulso narrativo quebrado pero inquebrantable, una alucinante capacidad de evocación sensitiva, particularmente visual; muchas, como digo; por eso mejor me pongo a contároslo, poco a poco, como va haciendo John Langan a lo largo de esta novela que desde ya, para qué esperar al final, os recomiendo.
Es difícil condensar en pocas palabras lo que cuenta El pescador. De lo descriptivo pasa a lo imaginista, de un cuento pasa a una realidad horripilante, de lo humano a lo diabólico, no da tregua. Costumbrismo, terror, historia y emoción a flor de piel. Mucho y muy bien mezclado, de ahí el pulso lento con el que nos lo va mostrando el autor, las pormenorizadas escenas y la casi siempre acertada acumulación de acontecimientos que nos acaban dejando desarmados y sin resuello.
Primera parte: Hombres sin mujeres
Para empezar, se descuelga el narrador con una cita de Moby Dick, referencia innegociable para el leviatán que se nos viene encima. El comienzo es calmado, se nos presentan los antecedentes de los personajes principales, una completa ficha psicológica de los mismos que se lee con deleite porque está bien disuelta en la trama.
Hay cierta evocación de lo oral, de los cuentos para asustar niños. Tenemos en las voces narrativas, pues en la segunda parte de la obra la voz es otra, a contadores de historias casi obsesionados con la precisión, con decir bien sin dejarse ningún detalle importante. Este regusto a narración para ser oída más que leída complacerá a los perfeccionistas, a los amantes del fino hilo de plata que recorre los buenos cuentos. Encontramos en El pescador pulso firme para la filigrana, pero sin que se note el artefacto, sin que se vean las costuras. Si hay algo que no soporto es una historia mal ensamblada. Una narración no tiene por qué estar hecha a medida, como una especie de casa prefabricada (no: ha de seguir sus propias reglas), pero sí tiene que fluir.
En la técnica de esta novela se asienta uno de sus puntos fuertes: pasa de la información en crudo al detalle que la matiza y la convierte, lentamente, en narración exuberante. Por momentos me recuerda a algunos narradores contemporáneos y compatriotas de Langan: Ford, Irving, Auster... Como ellos, tiende a una ambición narrativa fuera de lo habitual, a las novelas río que se abren cerca de su desembocadura, a la acumulación de detalles para construir historias a partir de lo que parecen anécdotas lacónicas y sosas. En definitiva, maestría que deviene en un placer absoluto a la hora de la lectura porque nos permite zambullirnos en sus párrafos y que se nos olvide salir a respirar realidad.
Segunda parte: Der Fischer. Un cuento de terror
De repente, El pescador se transforma en un cuento dentro de la historia que se nos estaba desentrañando. Uno que actúa como catalizador para lo que vendrá al final. Las vidas de los dos personajes principales, Abe y Dan, quedan en suspenso ante este echar la vista atrás mientras se cae el cielo de camino al arroyo donde habían planeado pasar una jornada de pesca.
Aparece aquí de nuevo, más marcado aún, el poder evocador de la oralidad. Con ella se nos invoca y protege, se nos advierte y condiciona. En cierto modo, esta novela versa sobre cómo contar bien una historia. Va de charlatanes a los que nadie toma en serio hasta que se desvela que en su decir hay mucho que no se ve si no nos fijamos bien: el horror detrás de lo cotidiano, acechándonos.
En este tramo de la historia se introduce la amenaza de lo salvaje, de los grandes espacios naturales. De un paisaje demasiado poderoso, indomable. Me recuerda al relato El Wendigo, de Blackwood o a algunos relatos de Arthur Machen. Algo acecha en el bosque, los humanos somos intrusos, molestamos. Esta naturaleza con los huesos al descubierto también se manifiesta en lovecraftianas costas de pesadilla. Aunque aquí los indicios de malignidad son mestizos, algo que participa de nuestras subconscientes pesadillas y se nutre de la vitalidad de lo silvestre que se defiende.
El meollo siempre está en el pasado
En esta parte central aparece uno de los pocos "peros" que le pondría a la obra. Quizás cansa un poco el continuo interpelar al lector que se da en este cuento dentro del cuento. Por momentos lo coloquial del lenguaje que se cuela no está del todo conseguido y algunos chascarrillos nos sacan de la lectura y nos hacen pensar "anda, deja de hacer bromas y vuelve al turrón, pescador, que estabas en lo más interesante".
Como contrapartida apreciamos una sabia dosificación de los detalles que se nos exponen. Así, permanecemos atentos a la interesante narración, en apariencia anecdótica, de una historia local con vetas de horror cada vez más evidentes. En este terreno entre lo real y lo fantástico-aterrador, es donde empezamos a ver la locura de lo que se avecina, donde esta se justifica y se hace patente y factible. Esto que leemos parece increíble, pero nos lo tragamos con gusto. Disfruto cuando la historia doblega mi escepticismo, aprecio mucho el momento en el que siento que todo lo que me cuentan lo voy a paladear con fascinación. Ablandarnos, eso es algo que hace esta historia, percutir contra nuestro gusto por el hiperrealismo.
Digamos que hace más de cien años todo empezó justo donde hoy encontramos a nuestros desolados pescadores, Dan y Abe. Entonces hubo hechicería, muertos que se paseaban tan campantes, oscurantismo, ignorancia... Muchos ingredientes para sazonar el arroyo del Holandés y convertirlo en un lugar ominoso. Horrores que se hacen visibles en toda su magnitud solo en momentos puntuales del libro, después de la hábil y oportuna acumulación de pistas y tensión.
Por el contrario, esta era una lengua que estaba entretejida en..., en todo -Rainer hace un gesto rodeándose una mano con la otra-, de suerte que nombrar algo era a su vez invocarlo.
Tercera parte: A la orilla del océano negro
Como ya he apuntado, la condición de doble novela que posee El pescador es fascinante. Se utiliza para potenciar la sensación de horror que aguarda, que es capaz de ir acumulándose paciente, lo que contrasta con la inconsciencia actual apoyada en la prisa que nos impide mirar alrededor y nos hace desdeñar la maravilla. Doble disfrute.
En esta última parte dejamos el relato que ha ocupado el centro del libro para volver al presente con Abe y Dan. Ya intuimos lo que va a pasar después de que se nos haya expuesto lo que por esas tierras y riachuelos habitó hace tiempo. Aun así, asistimos atentos a la debacle, a la consumación de lo inevitable.
Los cambios de estilo y voz narrativa para ambas partes están muy conseguidos y nos empujan a sentir y ver con los personajes. Me parece toda una suerte topar con narraciones con este largo aliento, historias que sedimentan la tensión sin prisas y que ofrecen más que un desvelar efectista de la cara del monstruo.
Quiero destacar también el tratamiento privilegiado de los pocos momentos de acción que hay en El pescador. Corresponden a la presencia explícita del terror y consiguen sobresaltarnos y cortarnos el aliento. También hay una capacidad descriptiva que roza con la sinestesia, algunos párrafos se leen como el que contempla la obra de un buen artista gráfico. A ver si, como yo, cuando lleguéis a determinada playa sois capaces de abandonarla.
Se nos va acabando el libro con la certeza de que lo sobrenatural está ahí fuera, con dudas sobre la realidad y sobre cómo mantenernos a flote en ella. ¿Somos pescados o pescadores?
Encontraréis mucha literatura de altos vuelos en este cuento de realidades aumentadas. De hecho en los agradecimientos se dice:
El pescador, tardó un tiempo en encontrar su casa. Las editoriales de género decían que era demasiado literaria; las literarias, demasiado de género.
Esto da una idea del carácter particular de la obra que ha provocado que un amante de la narrativa de terror se congratule con una propuesta que me parece revitalizante y arriesgada. Enhorabuena pues a los que pergeñaron su desembarco en nuestro idioma, La biblioteca de Carfax.
¡Qué alegría que queden grandes relatos por descubrir! Porque entretenerse a golpe de tembleque y susto facilón gusta, la evasión es necesaria; pero lo es aún más la sólida urdimbre de realidad y lo que habita más allá de ella y que se nos regala en esta novela que se va abriendo paso en nosotros para ahogarnos y llevarnos a sus profundidades. Buena pesca.