Hay un número musical en Joker: Folie à Deux (2024) en el que el protagonista, Arthur Fleck (Joaquim Phoenix), caracterizado como el payaso del crimen, interrumpe la canción de su compañera, Lee Quinzel (Lady Gaga), y cuestiona su actitud en la actuación ¿Para quién están cantando realmente? Y sobre todo ¿Le están dando al público lo que quiere ver? Esta escena se puede interpretar perfectamente como una declaración de intenciones del director Todd Phillips que plantea esta secuela de su exitosa Joker (2019) en contra de las expectativas de casi cualquier espectador. La primera película utilizaba como modelo los antihéroes de Martin Scorsese -y Paul Schrader- de obras maestras como Taxi Driver (1976) y El rey de la comedia (1982) para narrar el origen del villano de Batman convirtiéndolo en un marginado con problemas de salud mental que se convierte en un criminal y aprovecha el descontento social para erigirse en un héroe. En tiempos de líderes políticos y mediáticos populistas e irresponsables, esa primera película debería interpretarse como una denuncia: en los tiempos que corren, Batman no sería un héroe. Pero quizás Todd Phillips se encontró con demasiados fans haciendo una lectura demasiado literal de lo contado, sobre todo en las redes sociales -nada sorprendente- por lo que esta segunda parte parece casi una disculpa y una enmienda. No por casualidad la película nos muestra en su inicio al criminal convicto convertido en un cartoon de la Warner, en un icono pop, despojado de su carga transgresora y asimilado por el sistema. Así, nos encontramos a Arthur en prisión y pendiente de juicio. El consejo de su abogada (Catherine Keener) es alegar un trastorno mental para evitar la pena de muerte, pero eso significaría, claro, negar a la figura del Joker, decepcionando a miles de fanáticos, entre los que se cuenta la mencionada Lee Quinzel, en la que Arthur encuentra el amor. Toda la película se apoya en esa tesitura, pero la verdad es que no parece que Phillips sepa muy bien cómo desarrollar ese planteamiento de una forma interesante. Si el interés del primer Joker era el rigor con el que se mantenía el punto de vista del atormentado protagonista, interpretado por un inmenso Phoenix, aquí el relato pasa a la tercera persona, perdiendo la subjetividad y diversificándose en nuevos personajes, como el carcelero interpretado por Brendan Gleesson o la ya mencionada Lady Gaga. Pero Phillips no desarrolla estos personajes y desperdicia a sus estupendos actores. La primera parte de la historia ocurre en la cárcel, con ecos de Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), y la segunda mitad es un drama judicial, pero la historia, en ningún momento genera interés. En busca de la originalidad, Phillips salpica el relato de números musicales, que pueden ser estupendos, pero pierden su eficacia al estar enmarcados casi siempre como ensoñaciones de los personajes, sin peso argumental. En el desenlace, Phillips recurre a un Deus ex machina y cuando parece que la acción, por fin, va a explotar, cuando parece que el espectador va a recibir lo que quiere, el director apuesta de nuevo por lo anticlimático, llevándonos a un desenlace tan sorprendente como decepcionante.
Joker: folie à deux -a contracorriente
Publicado el 07 octubre 2024 por Jorge Bertran Garcia @JorgeABertranHay un número musical en Joker: Folie à Deux (2024) en el que el protagonista, Arthur Fleck (Joaquim Phoenix), caracterizado como el payaso del crimen, interrumpe la canción de su compañera, Lee Quinzel (Lady Gaga), y cuestiona su actitud en la actuación ¿Para quién están cantando realmente? Y sobre todo ¿Le están dando al público lo que quiere ver? Esta escena se puede interpretar perfectamente como una declaración de intenciones del director Todd Phillips que plantea esta secuela de su exitosa Joker (2019) en contra de las expectativas de casi cualquier espectador. La primera película utilizaba como modelo los antihéroes de Martin Scorsese -y Paul Schrader- de obras maestras como Taxi Driver (1976) y El rey de la comedia (1982) para narrar el origen del villano de Batman convirtiéndolo en un marginado con problemas de salud mental que se convierte en un criminal y aprovecha el descontento social para erigirse en un héroe. En tiempos de líderes políticos y mediáticos populistas e irresponsables, esa primera película debería interpretarse como una denuncia: en los tiempos que corren, Batman no sería un héroe. Pero quizás Todd Phillips se encontró con demasiados fans haciendo una lectura demasiado literal de lo contado, sobre todo en las redes sociales -nada sorprendente- por lo que esta segunda parte parece casi una disculpa y una enmienda. No por casualidad la película nos muestra en su inicio al criminal convicto convertido en un cartoon de la Warner, en un icono pop, despojado de su carga transgresora y asimilado por el sistema. Así, nos encontramos a Arthur en prisión y pendiente de juicio. El consejo de su abogada (Catherine Keener) es alegar un trastorno mental para evitar la pena de muerte, pero eso significaría, claro, negar a la figura del Joker, decepcionando a miles de fanáticos, entre los que se cuenta la mencionada Lee Quinzel, en la que Arthur encuentra el amor. Toda la película se apoya en esa tesitura, pero la verdad es que no parece que Phillips sepa muy bien cómo desarrollar ese planteamiento de una forma interesante. Si el interés del primer Joker era el rigor con el que se mantenía el punto de vista del atormentado protagonista, interpretado por un inmenso Phoenix, aquí el relato pasa a la tercera persona, perdiendo la subjetividad y diversificándose en nuevos personajes, como el carcelero interpretado por Brendan Gleesson o la ya mencionada Lady Gaga. Pero Phillips no desarrolla estos personajes y desperdicia a sus estupendos actores. La primera parte de la historia ocurre en la cárcel, con ecos de Alguien voló sobre el nido del cuco (1975), y la segunda mitad es un drama judicial, pero la historia, en ningún momento genera interés. En busca de la originalidad, Phillips salpica el relato de números musicales, que pueden ser estupendos, pero pierden su eficacia al estar enmarcados casi siempre como ensoñaciones de los personajes, sin peso argumental. En el desenlace, Phillips recurre a un Deus ex machina y cuando parece que la acción, por fin, va a explotar, cuando parece que el espectador va a recibir lo que quiere, el director apuesta de nuevo por lo anticlimático, llevándonos a un desenlace tan sorprendente como decepcionante.