Todo el mundo a mi alrededor empeiza la semana que viene (si no lo ha hecho ya) la famosa jornada intensiva, jornada que yo no disfruto hace más de una década. Vamos, que no me acuerdo de lo que es aunque puedo imaginármelo.
Me siento discriminada y hasta voy a tener que borrarme del gimnasio. Cómo lo oís. Han cambiado el horario de clases de julio y agosto y ya no me cuadra ninguna en mi hora de la comida. Estoy indignada. Los de jornada partida también tenemos derecho a la vida oiga.
La gente empeiza a hacer planes de tarde, que si vamos a la piscina, que si unas cañas a las cinco, que si nos vamos a pasar la tarde al Retiro... y tu, les miras, con envidia, envidia cochina de la mala, y te sientes la persona más pringada del universo porque tienes que estar en la oficina hasta las siete de la tarde.
No me encanta mi horario aunque en invierno lo llevo bastante bien, pero es llegar la temporada de la jornada reducida para la mayoría y me pongo mala. Es como cuando volví de la baja de maternidad de mi primera hija y estaba en una reunión escuchando a la gente hablar y yo por dentro me decía a mi misma "¿pero que hago yo aquí? ¿de que habla esta gente?", pues esos pensamientos me invaden cuando pienso que la mayoría de la gente está disfrutando de la tarde, durmiendo la siesta, nadando en la piscina, en el cine... y yo estoy currando.
Por más que lo intento esta es una de esas cosas a las que una no le encuentra el lado positivo.
Lo dicho, pura envidia.
¿Tu que haces estos meses de verano por las tardes? (sin contar las vacaciones, claro)