Lo comentaba hace diez días, aproximadamente; tenía muchas ganas de leer cosas de José Bergamín. El caso es que después de leer sus 'Poesías casi completas', acabo de terminarme 'El cohete y la estrella / La cabeza a pájaros' y ya tengo suficiente Bergamín. Con la destreza y el conocimiento que demuestra, me parece una lástima que parte de su obra esté absolutamente supeditada a la religión, que su fe esté por encima de cualquier otra cosa termina lastrando su genial vena aforística.
Dejo aquí una buena muestra de sus aforismos.
No hagáis lo que yo hago, pero menos aún lo que yo digo – dice el buen maestro.
Tener sed y beber agua es la perfección de la sensualidad, rara vez conseguida. Unas veces se bebe agua y otras veces se tiene sed. (Y otras se bebe uno su sed – me respondió Unamuno).
Hay que tener un Dios, una amante y un enemigo – dice un poeta. Exactamente: hay que tener tres enemigos.
La creación artística o la invención científica pueden ser, a veces, milagrosas; casuales, nunca.
La felicidad es siempre coincidencia.
El diablo es buen lógico; Dios, no.
Se tiene una teoría como se tiene una mujer: por amor, capricho o conveniencia. Por eso hay que procurar elegir y, además, tener suerte.
En el amor, el débil es quien pega, y el fuerte es el que acaricia.
Una moralidad por centímetros. – Todas las madres creen que son sus hijas las que bailan decentemente.
El músculo no construye, destruye.
Lo primero para hacer música es no hacer ruido.
Tan, tan, a la puerta llaman. – No tengáis cuidado; si la música da vueltas a vuestro alrededor, es porque le habréis cerrado todas las puertas y no encuentra por dónde entrar en vosotros.
Para el que tiene miedo, cualquier visitante es un ladrón.
–¿Entonces usted me aconseja oír la música como quien oye llover?
–Exactamente: con la más profunda atención.
Erik Satie no dice lo contrario que Debussy; dice lo mismo, sólo que a la inversa.
Mussorgsky es el músico que dice sencillamente la verdad.
Cuando acababa de oír la música exquisita en el salón aristocrático, Strawinsky se encoge de hombros, diciendo: Ahora yo me voy a la calle y se va, revolucionariamente, a ponerse de acuerdo con los murguistas.
Al volver, la música que trae de la calle ya no es la música callejera. Ponerse de acuerdo era inventar.
El arte no tiene ni más ni menos, ni mejor o peor; tiene solamente existencia.
–¿Por qué eres extravagante?
–Para llamar la atención y que no se fijen en mí.
El arte verdadero procura no llamar la atención, para que se fijen en él.
En el arte, lo natural es siempre el arte.
A veces, no comprometerse es lo que suele comprometer. Por eso, la mejor manera de no comprometerse, es estar ya comprometido. En arte, como en todo, hay que empezar por comprometerse.
Limitarse no es renunciar, es conseguir.
"Ecoulement". – La melancolía puede ser una p`redisposición al mareo. Nada como balancearse cadenciosamente en una hamaca, para comprender la inestabilidad de las cosas y de los hombres.
Tic-tac. – El reloj picotea el tiempo en el silencio de la noche, y se lo va tragando en granitos.
Tradición quiere decir, sencillamente, que hay que terminar lo que estaba bien empezado, continuar lo que vale la pena de continuarse.
Toda tradición verdadera suele parecer revolucionaria.
La palabra Reforma, con mayúscula o con minúscula, es una palabra antipática.
Reformación, renovación, reconstrucción: impotencia para destruir y para formar y construir de nuevo.
Generalmente, el que se vuelve loco no es porque le falta la razón, sino porque tiene razón que le sobra.
No pienses nada o piensa hasta el fin.
¡Qué pocos se atreven a seguir hasta el fin su propio pensamiento!
Podrá suceder que al final de tu pensamiento vuelvas a encontrarte en el principio, pero nunca te encontrarás como al principio.
Procura no convertir tu vida en una carrera, y menos que nada en una carrera de obstáculos.
Muchos creen que el volver a casa es encontrarlo todo hecho, cuando, por el contrario, es encontrarlo todo por hacer. Al fin –dicen–, llegando a puerto podré descansar; porque ignoran que el trabajo más duro y más penoso es el que les espera en el puerto. Viajar era una distracción, mientras tanto.
Por la pasión, la inteligencia. – Pasión no quita conocimiento; al contrario, lo da.
El hombre no piensa más que cuando está solo.
-¿Tienes dentro de ti todo lo que has aprendido?
–Lo tengo a mi lado; en el cesto de los papeles.
Fuegos artificiales. – Cuando quemamos el frágil edificio de la cultura, se ilumina un momento, maravillosamente, la noche del espíritu: pero queda en pie, irreparable, el testimonio de un esqueleto sombrío, patético y acusador.
El aforismo no es breve: es inconmensurable.
No importa que el aforismo sea cierto o incierto: lo que importa es que sea certero.
No es la idea la que apasiona, sino la pasión la que idealiza.
No hay inteligencia sin instinto ni instinto sin inteligencia: la inteligencia es un instinto iluminado. El instinto, una inteligencia ciega.
La poesía no tiene historia: tiene estilo.
Un laberinto no es un lío: es todo lo contrario. Es muy fácil hacerse un lío; pero no es fácil hacerse un laberinto.
El monstruo en su laberinto: y el tonto en su lío.
El que sólo busca la salida no entiende el laberinto y aunque la encuentre saldrá sin haberse enterado: o como si no se hubiese enterado.
Se empieza siempre por creer y se acaba siempre por dudar; pero hay que empezar siempre de nuevo.
No es la muerte, sino una idea de la muerte, lo que te inquieta.
Se puede no entender una palabra y entender media, cuando se es buen entendedor. Al que media palabra basta una palabra sobra.
La inocencia lo ignora todo porque lo sabe todo. La ignorancia pura no existe. La ignorancia siempre es impura: saber a medias. Engaño diabólico.
La tierra y los muertos. – Si eres hombre, no hay tierra ni muertos que puedan serte ajenos.
Si eres demasiado moral, exclusivamente moral, no podrás ser creyente.
La inteligencia tiene que rendirse al testimonio mentiroso de los sentidos.
Hay poesías que tienen música propia: y otras reflejada.
Poeta: no le tengas miedo a la oscuridad.
Mientras más oscuro es el poeta, más clara es su poesía.
La música inventada por Hermes, con un caparazón de tortuga y las tripas de un carnero muerto, tiene que redimirse todavía de cierta ineptitud para la frivolidad a que su doble pecado original la tiene condenada: una pesadez de tortuga que no la deja andar levemente y una ineludible facultad entrañable de enternecernos.
Mira el viejo sofisma de Zenón de Elea, redivivo: se ha parado la flecha del tiempo en imperceptibles espacios sucesivos; se ha falsificado eternamente la duración.
La soledad de la poesía no es aislamiento. No es soledad de isla, es soledad de mar.
La música, como la nieve, reduce y aprisiona el silencio: blandamente, como un sudario inmaculado envuelve un cuerpo muerto.
–Se ha equivocado usted, señora: al concierto no se viene a rezar.
Los que no comprenden que un chin-chin, un sonsonete –todo lo que se pega asquerosamente al oído–, puede oler mal y saber peor, no sienten el asco, la repugnancia, la náusea espiritual que provocan ciertas musiquillas.
El pianista exacto separa rápidamente las manos del teclado, con dolor, como el que se abrasa. Y es verdad, porque pone siempre los dedos en donde quema.
Cuando se tiene la cabeza a pájaros hay que andarse con pies de plomo.
Contra la corona del pavo real alza su cresta el gallo republicano.
Bergamín, José. 1981. El cohete y la estrella / La cabeza a pájaros. Madrid, Ed. Cátedra.