Hace unos días, aparecía en 'El cultural' de El Mundo, una crítica de Ainhoa Sáenz de Zaitegui (pueden verlo aquí) sobre la antología de Francisco Rico 'Mil años de poesía española'.
Sin estar de acuerdo con algunos de los nombres que aparecen en el artículo en cuestión (algunos dudamos muy mucho de que esos nombres nos salven de la mediocridad generalizada de la literatura en este país), me ha hecho una ilusión inmensa ver mencionado a un poeta como José Daniel Espejo; ya lo he dicho alguna vez, además de una grandísima persona es un poeta como la copa de un pino.
Aprovechando la coyuntura, hoy me apetece dejar aquí dos de los poemas del libro más complicado de conseguir de José Daniel: 'Los placeres de la meteorología'.
HASTA LUEGO
Sé la hora exacta, pero prefiero decir
que se arrastraban las nueve de la noche
como un muerto corriente abajo. Estábamos
a catorce de junio y el tilo junto a mi casa
todavía arrojaba una sombra torcida
y movía las ramitas para adaptarse
a una especie de brisa. Ella llevaba
los pantalones de cuadros y la piel de sus brazos
estaba suave y fría. El caramelo de menta
que acababa de comerse casi no pude
probarlo, porque entonces se puso
seria y me dijo algo
no recuerdo bien qué
ya sabéis, hace tanto
hace tanto tiempo, tanto
tiempo
tantísimo tiempo
ya.
SOMBRAS CORTAS
El verano y su caducidad. Septiembre
será cervezas con amigos, mangas largas
y dulces brisas para planear. Postales
con tu cara amarilleando en la pared,
cosas así. Septiembre. Allí. Y que otra vez
las preguntas queden sin respuesta
como en una prórroga. Y que otra vez
digamos gracias.