José dariel “pito” abreu

Publicado el 15 agosto 2013 por Yohan Yohan González Duany @cubanoinsular19

Por: Roberto A. Lamelo

Si un pelotero no podía irse era Pito. Eso, hasta un niño de cuatro años lo sabe. Cualquiera podía hacerlo… Pito no. No él.

A Cuba se le han ido grandes pitchers. Grandes peloteros. Grandes promesas. Excepto José Ariel Contreras, nadie dentro del Cuba, era tan grande. GRANDE, con sus dos significados. Nadie. Ni siquiera Arocha, … Arocha, cuando se fue, cuando “traicionó”, ya había transitado bastante por nuestro beisbol. El Duque también. Ya eran monstruos consagrados en sus 30.  Arrojo, Euclides, sonaban “viejos”  en nuestros oídos.  Solo Kendry y Liván eran promesas. Tenían un gran futuro, pero no tenían en Cuba una raíz. Apenas comenzaban a brotar sus primeras ramas. Es probable que ni los extrañarían. Pito, …es diferente. Pito hoy, sin dudas, representaba el mejor pelotero de Cuba. No el niño mediático, hijo de papá que nos quisieron imponer a la fuerza a base de remilgos y adulaciones. Ni siquiera Cepeda representa hoy lo que es Pito. Cepeda ya tiene más de 30 años. Pito apenas tiene 26.

Pito es hoy lo que en su momento fue Contreras, pero en el béisbol, el arte está en batear. Es la génesis del béisbol. Si pitchear lo fuera todo, pues se hicieran competencias para ver quien pitcheaba mejor y ya está, pero ya sabemos que un jonrón es más sublime que una lechada. Un jonrón, con las bases llenas, es la apoteosis misma. Un batazo que deja tendido en el campo al contrario es algo indescriptible. Un pitcher puede llegar a la gloria con un hit no run. Un bateador puede hacerlo muchas más veces y Pito es de los que sí sabe batear, no digo yo llegar a la gloria.

Pero Pito, unido a su excelente bateo, carga en sus 250 libras de peso una bondad sin límites. Mira que recibió pelotazos. Jamás lo vi irle para arriba a un pitcher bate en mano tras ser golpeado por un lanzamiento. Si acaso una mirada grave, pero jamás se molestó. Jamás lo vi gritando ni diciendo, dentro o fuera del Estadio “Yo soy Pito Abreu”. Ni para ganarse favores especiales, ni para demostrar su jerarquía. Jamás negó, que yo recuerde, una sonrisa, una foto, un autógrafo, un “siéntate aquí Pito” o un “venga esa mano”. Así que esa trova de que “se le subieron los humos” o esa otra de “se creía Dios” o que era petulante o “menos mal que se fue” aquí, ni en Cienfuegos, ni en Cuba, en nadie que tenga dos dedos de frente pega. Ni con cola ni con colina, así que no la expresen. Mejor no.

Que Pito se haya ido es, como si de golpe y porrazo, toda la vergüenza, la modestia, la sencillez, el carisma, la esperanza, la bondad, la ternura y la ingenuidad de un pueblo entero se hayan ido por un tragante. Qué desespero, qué desamparo, qué impotencia y dolor, tiene que sufrir un pueblo agobiado ante las carencias cotidianas cuando descubre que el mejor exponente de su deporte nacional, decida un día “abandonarlos” Es como si en la cultura nacional cubana, en plenos 80´ Silvio se hubiese largado pa´l carajo, o como si Alicia se hubiese quedado con su ballet entero en Nueva York. O que los Van Van  al unísono todos sus miembros se hubieran quedado en Miami. O que se hubiera quedado Soto, Ana Fidelia… o Muñoz, o Linares.

Ver a Pito batear era alegría, era temor, respeto y admiración. Nadie, ningún pelotero en Cuba sufría las cuatro cosas, ni tantos sentimientos dispares provenientes de los contrarios en el terreno, ni de los contrarios en las gradas, ni de sus fieles admiradores. Nadie, ninguno, asumía el pelotazo como algo que ocurre dentro del béisbol. Solo Muñoz, en su tiempo despertó en toda Cuba los mismos sentimientos que despertaba Pito cuando se paraba en el cajón de bateo. Eso dice mucho… Demasiado.

Si un pelotero no podía irse y lo merecía desde siempre, desde que surgió al beisbol, era Pito. Si una ausencia duele y reconforta es esa. Si una lágrima de alegría o de tristeza se comparte a través de un inmenso mar y unas franqueables 90 millas, es esa. Si algún pelotero, aparte de Muñoz es querido y venerado en Cienfuegos y en Cuba, es Pito. La lógica de los años nos hizo acostumbrarnos a la ausencia del Gigante del Escambray en el Cinco. Si algún elefante se extraña desde ahora y se extrañará para siempre en ese estadio, es el número 79. Será una ausencia a la que no nos acostumbraremos nunca.

Volverá a él, un día, seguro, y allí en las paredes del Cinco estará colgada su foto. Su número acompañará al 5 y al 6. Al 6 que unos míseros enemigos boquiafuera de los dólares quisieron borrarnos de la memoria.

Regresará, como el hijo pródigo… no faltará un Rembrandt cienfueguero que recuerde y dibuje para la posteridad su regreso y un Peter que calmará las lágrimas después de tanta ausencia.


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