El único y verdadero problema no artificial es que la lectura es de muy baja calidad —además de su escasa cantidad—, y que no son los derechohabientes de Kafka o de Séneca quienes se preocupan por las “pérdidas de beneficios” en la Red. Es cierto que esta misma etiqueta de “baja calidad” estigmatiza a nuestro sistema bancario, a nuestras instituciones políticas o a la limpieza de nuestras calles. Pero la debilidad de la crítica cultural, endémica entre nosotros, es letal en este campo, pues impide que la miseria sea percibida como tal. Aunque durante un tiempo hayamos sido superficialmente ricos, nunca hemos dejado de ser pobres en lo esencial, es decir, en cuanto a la baja calidad de nuestra cultura.
La lectura es mucho más que un entretenimiento privado o una transacción comercial: es un proceso de formación inseparable del proyecto de una sociedad ilustrada. No cabe culpar orteguianamente a “las masas" o a “La gente” (que son siempre resultados); la razón fundamental por la que la lectura va tan mal es que a nadie —sobre todo a nadie de los que mandan— le ha importado nunca demasiado. Hoy son los profetas de los negocios quienes nos aseguran que “el libro” (una expresión cuyo significado desconocen) tiene los días contados, y el Ministerio de Educación pone su granito de arena dejando a la filosofía en las alcantarillas de los planes de estudios. Acabáramos.
Fuente: http://cultura.elpais.com/cultura/2013/02/07/actualidad/1360271123_689397.html