Al mirar hacia mi biblioteca, me detengo en algunos de los libros que adquirí con su firma y en los que José Luis Sampedro demostraba su vasto compromiso con la cultura en general, desde la literatura, como La sonrisa etrusca, la movilización social, como el prólogo que realizó para el librito Indignaos de Stéphan Hessel,o la divulgación humanista, como Economía humanista: algo más que cifras. Podría parafrasearse que nada humano le era ajeno al comportamiento intelectual de este economista, escritor y humanista, a quien no le importaba revelar las manipulaciones y mentiras con las que el Poder intenta amoldar la realidad a sus intereses espúreos, contrarios al bienestar general de los ciudadanos.
Tenía 96 años, durante los cuales nunca perdió la lucidez mental y la coherencia personal. Ni siquiera para morir. No quiso que su muerte se convirtiera en la hipócrita exhibición sentimental que acompaña al entierro de los famosos y que constituye el morbo que alimenta el circo mediático que se monta en torno a los ataúdes de los conocidos, como de hecho ha acontecido con los fastos fúnebres casi simultáneos de Sara Montiel.
Prácticamente hasta el final, José Luís Sampedro mostró su militancia con la justicia y la paz, y contra las guerras y las dictaduras de cualquier naturaleza, sean militares, económicas o morales. Admirado y respetado, los librepensadores lo tenían como la brújula ética del compromiso intelectual con la sociedad. Personalmente, pierdo una referencia en mi actitud crítica y no puedo dejar de lamentar que se van los mejores, aunque su obra permanezca entre nosotros. Descanse en paz.