José María Álvarez.La mirada de la Esfinge.Antología de Noelia Illán Conesa.Olé Libros. Valencia, 2019
Qué hermosa eras. Ser
báquico, fragmento de la explosión
de algún sol,
secreto de la mirada de la Esfinge. Qué
segura
de tu poder.
Satisfecha, soberbia, ciega como las fuerzas
de la Naturaleza, llevando cuerpo y alma
hasta el hervor de la disolución.
Eras el brillo de los ojos de la fiera. No
era el calor humano
que un ser desprende y que te abraza
ante el viento de soledad del mundo. No era el amor
calmo y sereno, que
como esas estatuas de las costas sicilianas
anuncia a los navegantes
que allí empieza la Civilización. Sino
el estallido salvaje y fascinante
del Deseo, la intensidad brutal, magnífica,
la pasión de la carne en su estado más puro,
la terrible belleza de su salto de leopardo.
De esos versos de la Epístola Moral a Fabia, de José María Álvarez, toma su título La mirada de la Esfinge, la antología de su poesía erótica que Noelia Illán Conesa publica en Olé Libros.
Una selección de cincuenta y nueve textos organizados en dos partes –'Las huellas del deseo' e 'Imposible terciopelo'- en torno a la misteriosa mirada femenina y el deseo:
“He caminado siempre los radiantes Infiernos y Paraísos del Deseo. Yo creo que Noelia Illán ha visto con claridad el escenario iluminado de mis poemas y ha seleccionado con acierto”, escribe José María Álvarez en el Agradecimiento que abre este significativo conjunto de poemas en los que se cruzan la naturaleza y la historia, el placer y el tiempo, el culturalismo y el sexo, la ensoñación y el recuerdo, la realidad y la fantasía, la música y el cine, el arte y la literatura.
Una antología osada, como reconoce Noelia Illán en su prólogo -'Húndase Roma en el Tíber'-, donde explica que ha querido “conformar un libro de deseo a base de los versos de José María Álvarez que más me han emocionado a lo largo de los años.”
Bajo la sombra protectora de Casanova y Nabokov, de Catulo y Juvenal, transitan por sus versos carnales diosas de polígono transfiguradas en Dido de grandes superficies o en Helena de Troya sobre un capó bajo la luna, lolitas perversas, miradas cruzadas con muchachas imposibles o efimeros amores de una noche, encarnaciones del deseo como motor del mundo y de la vida. Deseo que anula el tiempo y sus destrucciones:
Y ya ha cambiado el mundo.
Ya no hay atardecer ni cantan
los pájaros en los árboles.
Ya no existe la Muerte ni la memoria.
Solo esos ojos verdes que te miran
y que en ti desatan
la plenitud del deseo.
Deseo que es también relámpago fugaz que deja la nostalgia de versos como estos:
Ellos también
-como tú aquella siesta-
creen que ese gozo es el preludio
de una ventura que no ha de tener fin.
Ni ellos ni tú sabíais
que esa sería la única dicha,
que esos días no habrían de repetirse,
que esa emoción ya estaba herida
de muerte.
Y, sin embargo, acaso eso es lo único
que se nos concede: ese contemplar el vuelo
del éxtasis. La intensidad de ese momento
como las chispas de una hoguera en el aire,
inasibles, brilla por un instante.
Un instante tan sólo. Que toda nuestra vida
no basta para olvidarlo, para agradecerlo.
Santos Domínguez