Quizás los libros más famosos del poeta José María Fonollosa (Barcelona, 1922-1991) sean Ciudad del hombre: Barcelona y Ciudad del hombre: Nueva York. Compré y leí el primero, y del segundo leí más de un poema de pie en la biblioteca de Móstoles (tengo que leerlo entero en algún momento, o más bien debería leer o releer todo Fonollosa). Pero mi libro favorito de los suyos es Destrucción de la mañana.
Si alguien quiere leer poesía desgarrada sobre la sensación del fracaso artístico o amoroso que lea este grandísimo libro. Pocas veces se ha podido triunfar tanto hablando del fracaso.
Dejo aquí algunos de los poemas de Destrucción de la mañana. No tienen título, sólo un número. El 19 me sigue dando escalofríos cada vez que lo leo. Lo cité en el último poema de mi libro El bar de Lee.
9 Miro a mi alrededor. De la penumbra
surgen enamorados que se besan.
Otros siguen el film atentamente.
¿Será, quizá, el amor lo que han logrado?
¿O sólo una muchacha a quien besar
como las que yo llevo algunas veces?
Seguro que hay amor. Como el del cine,
como aquel que palpita entre los libros
o el que uno se imagina estando a solas.
Mas yo no tuve suerte. O persistencia.
No sé de un gran amor. Sí de pequeños.
Únicamente rozo muestras nimias.
Breves, menudos cielos para el tacto,
los sentidos. Tristeza que da al alma
diminuto dolor. Amor pequeño.
Sólo un amor minúsculo y no obstante
me creo tan capaz de un amor grande,
de ese amor que aparece en libros, cine...
11 Y ha de ser cada día más difícil.
Ya no se acercará a mí desde el alba.
Su tierna adolescencia detendrían
letreros de «Prohibido», «No», «Ya es tarde».
¿De dónde llegará? Si en su figura
deslumbra el mediodía, otros amores
habrán puesto en su oído usados sueños.
Y con cierta aprensión ambos tendríamos
que perdonar minucias trascendentes.
Cubrir con alegría la tristeza
de no habernos hallado el uno al otro
en la estación de amar, cuando se es joven.
¿Y si nunca llegara yo a encontrarla?
14
Los nudillos golpean los cristales
de un bar en una esquina. Hasta mí arriba
mi nombre que me busca entre la lluvia.
Es grato oír el nombre que uno lleva.
Es grato descubrir que uno aún importa.
Que importa a sus amigos que le llaman
cuando pasa uno andando por la calle.
18 Ya no me inquieren: -«¿Cómo van tus libros? A ver si los envías a algún premio de esos tan millonarios que hay a espuertas y te haces rico y célebre en un día».
Yo siempre contestaba con despego: -«No confío en los premios. Lo que escribo es muy original, muy diferente a lo que están haciendo los demás».
Tal vez ahora ya saben que mandaba en verdad mis trabajos a concursos, sin que mi nombre nunca apareciese ni siquiera en la precia selección.
19
Y pateé con tesón la senda ingrata,
sembrada de esperanzas y amarguras,
de las editoriales. Fortalezas
altivas. Dura piedra. Inexpugnables.
Nunca el Departamento Literario
requirió mi presencia a su oficina.
Y siempre el manuscrito repelido
regresaba apenado hacia mi casa.
Me faltaba el marchamo seductor
de un nombre consagrado. Me daba ánimos:
-«Les conturba mi modo de expresarme».
Me exculpaba: -«Me avanzo a los de mi época».
De súbito comprendo que el constante
gotear del trato unánime avisaba
que mis textos quedaban por debajo
del listón que marcaba cotas mínimas.
Me sobrevaloré demencialmente.
Confundí vocación por mi deseo.
Pugnaba para ser un elegido
y ni estaba en el grupo de llamados.
40
Subo las escaleras de mi casa
despacio, descontento, taciturno.
Tan sólo un pensamiento me conforta:
Las casas están llenas de frustrados.
De seres, como yo, sin aptitudes
para ser singulares en enjambres
pese a aspirar brillara su luz propia.
Y poco a poco fueron acogiéndose
a un amor, profesión, final destino
que no era el que anhelaran. Y están solos.