Josephine Baker, la reina negra del París del Belle Epoque.

Publicado el 15 agosto 2014 por Emarblanc

La reina negra de París La norteamericana Joséphine Baker (1906-1975) triunfó en el París de...

La reina negra de París

La norteamericana Joséphine Baker (1906-1975) triunfó en el París de los años 20 y 30 como artista de music hall. Sus actuaciones revolucionaron el mundo del espectáculo y la convirtieron en la estrella de raza negra más popular. Cantante, bailarina y actriz, Joséphine tuvo una vida poco convencional que fue seguida muy de cerca por las revistas del corazón.

¿Yo a los 8 años trabajaba para aliviar el hambre de mi familia. He sufrido: hambre, frío... Tengo una familia. Decían que era fea, que bailaba como un mono...¿
(Poema autobiográfico en prosa)

Piernas abiertas, rodillas dobladas, ojos bizcos y carrillos hinchados: ese tópico cómico del teatro de variedades negro permitió a Joséphine Baker escapar de una mísera vida de empleada doméstica en su ciudad natal, Saint Louis. En 1919, con 13 años, abandonó a su familia, trabajó como camarera y se unió a un grupo de músicos ambulantes, hasta que en 1922 consiguió actuar en Broadway en el espectáculo Shuffle Along. Los mismos productores la ficharon para The Chocolate Dandies y en 1925, mientras actuaba en el Plantation Club, su vida cambió de rumbo.

Primer triunfo en el Folies-Bergère

¿El trasero existe. No veo motivo para avergonzarse de él. Yo bailo. Eso es lo que hago. Amo hacerlo y es lo único que quiero hacer. Bailaré durante el resto de mi vida.¿
(Marcel Sauvage, Les Mémoires de Joséphine Baker, 1927)

Su Danse sauvage en la Revue Nègre del Théâtre des Champs-Élysées hechizó al público parisino y en 1926 el Folies-Bergère la contrató para su nuevo espectáculo La folie du jour, en el que volvió a romper moldes bailando ataviada tan solo con una falda de plátanos de felpa. En poco más de dos años se convirtió en una mujer famosa, ganó más dinero del que jamás había soñado, sus admiradores la cubrieron de regalos, consiguió tener un club propio ¿Chez Joséphine¿ y pronto aparecieron muñecas, cremas, perfumes y hasta un fijador de pelo que llevaban su nombre. Incluso Alexander Calder llegó a hacer una escultura de alambre inspirada en ella.

Una estrella de la revista musical
¿No quiero vivir sin París. Este es mi país. El charlestón, los plátanos, todo eso se acabó, ¿comprenden? Si quiero ser una artista, debo ser digna de París.¿
(Volonté, 9-04-1929)

En 1930, después de que su más que fiel representante, Pepito Abatino, le organizase una gira por Europa e Iberoamérica, reapareció como estrella del nuevo espectáculo del Casino de París ¿Paris qui remue¿, lo que le granjeó la enemistad de la diva del local, la famosa Mistinguett. La Baker había pulido su francés y disciplinado su técnica; empezó a cantar con elegancia y a establecer con el público una relación cercana y tierna que la convertirían en poco tiempo en lo que había de ser el resto de su vida: una estrella de la revista musical. Sin embargo, su retorno a Estados Unidos en la temporada 1935-1936 fue un rotundo fracaso.


Sus experiencias con el cine

¿Todo parece fácil, porque siento profundamente la historia. Todo parece tan real, tan verdadero, que a veces pienso que es mi propia vida la que está siendo filmada.¿
(27-09-1934, con motivo de la filmación de Zou-Zou)

Como parte de la estrategia de Abatino para ampliar el campo de acción de Joséphine, esta intervino en tres películas. La primera era muda ¿La sirène des tropiques¿ y se rodó en 1927, con un jovencísimo Buñuel como director asistente. En 1934 volvió a la gran pantalla con Zou-Zou y un año más tarde protagonizó Princesse Tam-Tam. Los dos films presentan versiones más o menos edulcoradas de la típica historia de una pobre joven que consigue triunfar, convirtiéndose en estrella del espectáculo en el primer caso y en elegante dama en el segundo. Sin lugar a dudas, lo más destacado de ambos son las escenas de baile.


Su trabajo para el gobierno francés

¿Los parisinos me lo han dado todo. Me han dado sus corazones, y yo, a ellos, el mío. Estoy dispuesta, capitán, a entregarles mi vida.¿
(Jacques Abtey, La guerre secrète de Joséphine Baker, 1948)

En 1939, Joséphine empezó a trabajar para el departamento de inteligencia del gobierno francés. Tras la ocupación de la capital se marchó a Marsella y de allí a Marruecos: su cometido era recoger información e intentar hacerla llegar, vía Portugal, a De Gaulle y sus aliados en Londres. Después de una grave enfermedad, que la retuvo hospitalizada en Casablanca entre junio de 1941 y diciembre de 1942, recorrió el norte de África actuando para las tropas aliadas y ganando apoyos para la causa gaullista. En premio a sus servicios fue ascendida a subteniente del Cuerpo Auxiliar femenino de las Fuerzas Aéreas Francesas y en 1949 le otorgaron la Medalla de la Resistencia.


Una familia multirracial
¿Creo que hubiera admirado aún más a Joséphine Baker si se hubiera contentado con adoptar dos, tres o cuatro niños. Ella habría podido criarlos con más facilidad, más discretamente, e incluso quién sabe si los hubiera podido querer mejor.¿
(Su ex marido Bouillon en France Dimange, 16-08-1962)

Su proyecto de crear una familia multirracial para demostrar que la fraternidad universal era posible acabó desbordando las previsiones iniciales de acoger a cuatro niños (uno negro, uno amarillo, uno blanco y uno rojo). En 1954 adoptó en Japón a sus dos primeros hijos; poco después se trajo a Francia un niño escandinavo y un colombiano. Estos fueron seguidos por dos niñas y otros seis varones más; en total, doce. Mantener su Tribu Arco Iris la obligó a reaparecer en diversas ocasiones ¿1956, 1959, 1964, 1968¿ después de haber anunciado sendas retiradas.


Su lucha por la igualdad racial

¿Hasta la Marcha de Washington siempre había sentido un hormigueo en el estómago. Siempre estaba temerosa, nunca podía encontrarme serena con los blancos norteamericanos [...]. Pero ahora ese gusanillo ha desaparecido. Por primera vez en mi vida me siento libre.¿
(The National Observer, 6-04-1964)

En 1951, en su gira por Estados Unidos, Joséphine consiguió introducir en sus contratos una cláusula según la cual se negaba a actuar si no se garantizaba que los negros podían entrar en la sala. El rechazo y la humillación que había sufrido en carne propia la convirtieron en una tenaz luchadora en favor de los derechos civiles de los negros y, a menudo, empleó su fama y su poder mediático para repudiar cualquier situación discriminatoria, como en el famoso Stork Club de Nueva York. La denuncia contra un implicado en ese caso dio pie al FBI para investigar sus actividades.


Tras el éxito, el fracaso
¿Me están robando, me están arruinando. Todo lo he perdido. Miren esta granja. ¿Se acuerdan de lo hermosa que estaba?¿
(France Dimange, 16-08-1962)

Aunque Joséphine compró el castillo de Les Milandes (Dordoña) en 1936, fue después de su boda con el director de orquesta Jo Bouillon (1947) cuando se decidió a convertir la finca en un complejo turístico. Para ello restauró y dotó de modernas comodidades el caserón del siglo XV y levantó, entre otras instalaciones, dos hoteles, tres restaurantes, un museo de cera con escenas de su vida, una gasolinera y una fábrica de foie-gras. Aunque a fines de los 50 recibía unas 300.000 personas al año, los enormes gastos que ocasionaba el mantenimiento del complejo y su carácter poco previsor la llenaron de deudas; la finca fue vendida en 1968 y, tras intentar postergarlo, la desahuciaron al año siguiente.


Su último espectáculo

¿Con el maquillaje, las luces y un poco de talento todo saldrá de maravilla.¿
(Le Parisien Libéré, 24-03-1975)

El 8 de abril de 1975 estrenó en el teatro Bobino su último espectáculo ¿Joséphine¿, el primero que presentaba en París desde 1968. Pese a su avanzada edad y a los diversos infartos que había sufrido en 1964 y 1973, aún era capaz de transformarse por completo al subir a un escenario. Camuflaba sus ojeras bajo las lentejuelas, erguía su espalda y su suave voz seducía de nuevo al auditorio. Cuatro días después la encontraron muerta en su cama, víctima de un colapso y rodeada de periódicos. Hay quien dice que murió de alegría. El cortejo fúnebre que llevó su féretro hasta La Madeleine congregó a 20.000 personas en las calles y fue televisado para todo el país.


Una danza que rompió moldes
Durante la mayor parte de los cincuenta años que Joséphine Baker se mantuvo en activo fue considerada como la perfecta estrella de la revista musical, con sus exagerados maquillajes, sus plumas y sus carísimos y espectaculares vestidos. Esa imagen de vedette glamourosa, que en los años 70 reprodujeron las imitaciones de travestidos y que encontró un nuevo público entre la población gay, no fue, sin embargo, la que la hizo famosa. La Baker que ha quedado en el imaginario colectivo, la que revolucionó por completo el mundo del espectáculo, es la joven vestida con una pequeña falda de plátanos.

Joséphine no tenía un cuerpo perfecto: era más bajita de lo que parecía bailando, sus muslos eran demasiado robustos y antes de 1925 jamás se había considerado a sí misma como una mujer particularmente hermosa. Aunque algunos la hayan definido como la primera sex-symbol de los tiempos modernos, el secreto de su impacto estaba en la energía y la espontaneidad de su danza, si bien muchos de los movimientos que sedujeron al público parisino ¿sus brazos girando sin parar, los juegos de piernas¿ eran fruto de su aprendizaje en las calles de Saint Louis y de la asimilación de buena parte de los pasos de los bailarines de jazz norteamericanos de los años 20. La danza improvisada y extravagante de Joséphine ¿que fue calificada por Jane Renouardt como cubista¿ rompió estrepitosamente con todo el baile europeo precedente. Sus ejecuciones en el escenario entroncaban directamente con la tradición africana, en la que el cuerpo del bailarín se transforma en un auténtico instrumento de percusión.

La Baker se convirtió en un mito porque encarnó, sin proponérselo y como nadie, las fantasías, los anhelos y las contradicciones de la Europa de entreguerras, rebosante de creatividad y deseosa de descubrir nuevos horizontes. En el momento de su debut en París confluyeron diversos elementos que contribuyen a explicar su éxito sin precedentes. Por una parte, el resurgimiento del teatro de variedades, resultado de un renovado interés por todas las manifestaciones de la cultura popular, que respondía al deseo de romper con el arte academicista. Por otra, la curiosidad por todo lo supuestamente primitivo, como parte de una realidad más pura y auténtica, tal como lo demuestra la atracción que el arte africano ejerció sobre muchos de los artistas contemporáneos (Matisse, Derain, Picasso...). Con Joséphine lo negro se hizo hermoso y se transformó ¿en un período de particular efervescencia de las teorías de carácter racista¿ en un símbolo de lo exótico, lo lejano, lo desconocido, lo sugerente. Ella hizo realidad las fantasías colonialistas del francés de entreguerras ¿no en vano llegaron incluso a proponerla como reina de la Exposición Colonial de 1931¿; le evocaba lugares de ensueño ¿las selvas de África, las islas del Pacífico¿, un mundo misterioso e idílico de mujeres de piel oscura que, desde mucho antes de la aparición de Joséphine, ya eran el prototipo de la seducción y la lujuria.

Pero, en realidad, su danza no resultaba particularmente sensual. Lo que hizo que pareciese tan escandalosa para muchos era su primitivismo y el hecho de que el ropaje de una cierta comicidad enmascaraba un profundo y directo contenido sexual. La Baker, comparada a menudo con todo tipo de animales ¿una serpiente, una jirafa, una pantera o un colibrí¿, se sacudía, vibraba; nadie hasta entonces había conseguido mover de forma tan espectacular las caderas, el estómago y el trasero. Por ello, Phyllis Rose afirma que ¿la mirada erótica de la nación se desplazó hacia abajo.¿

El mito, sin embargo, no funcionó en Estados Unidos, donde el color de Joséphine era un obstáculo prácticamente insalvable. Durante sus actuaciones en 1936 la revista Time dijo de ella: ¿es la hija de una lavandera de Saint Louis que salió de un espectáculo negro burlesco para entrar en una vida de adulación y lujo en París [...]. En cuanto a poder de atracción sexual para estólidos europeos amantes del jazz, una mozuela negra siempre lleva ventaja. El peculiar matiz moreno-naranja de la piel desnuda de una Joséphine Baker alta y elástica acelera el pulso a los franceses. [...] para los amantes del teatro en Manhattan, ella resultó ser apenas una negra joven, con los dientes ligeramente salientes, cuyo aspecto no es mejor que el de las que uno puede ver en el espectáculo de cualquiera de los clubs nocturnos [...], y cuyos baile y canto pueden ser superados en cualquier parte fuera de París.¿